CAPÍTULO 15. EL CENTRO DEL ARCOÍRIS

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Pasé un fin de semana bastante tranquilo, sin jaleos y con una invitación el domingo de parte de mis padres al local de la otra vez que acepté emocionada. Gala se nos coló y estuvo bastante parlanchina, pero al menos pude comerme otro pionono sin sobresaltos.

Ah, qué sería de la vida sin los pasteles...

El lunes, todos los nobles se reunieron en la sala del trono para la convención. Habían colocado unos asientos, y estaban repartidos por zonas. Ahí descubrí que, aunque habían estado asistiendo a las fiestas, los padres de mi amiga pelirrosa no participaban en la reunión. Y, pese a que salió el tema de las rebeliones del oeste, nadie echó en falta a los duques que administraban esas tierras.

También me fijé en que mi tío, el marqués de Corona, que se suponía que controlaba gran parte de la zona meridional del planeta, tampoco hacía acto de presencia en ninguna de las reuniones. No le había pasado nada malo, estaba segura, porque él siempre estaba ausente; más bien creía que tenía algún tipo de permiso del rey para faltar.

La convención fue un aburrimiento absoluto y no se consiguió llegar a ningún acuerdo. Ver al monarca agotado, lidiando con los nobles que no entendían la reforma, me inundaba de culpa, pero ¿qué podíamos hacer?

Casi que lo más divertido del encuentro fue ver a Eclipse aburriéndose; ahora que su padre estaba incapacitado, todo el jaleo nobiliario lo tenía que hacer ella, y se notaba que no estaba preparada en absoluto. Ver cómo Quásar le susurraba cosas al oído me sacaba de mis casillas, porque él muy buena influencia no es que fuera, pero la niña parecía contenta, y eso era lo importante.

Me paré a pensar en lo extraños que habían sido los últimos acontecimientos: ambos duques, tanto el de Púlsar como el de Alba, se encontraban alejados de la política en estos momentos; uno por el golpe en la cabeza y el otro por el envenenamiento. Deseaba que se curaran, pero era todo muy raro, porque tal vez ambos problemas estuviesen relacionados de algún modo.

Y entonces significaba que alguien se quería quitar de en medio a los nobles más influyentes.

Pensé en lo que les había pasado a mis padres. Aunque por fortuna ellos no habían resultado heridos, sí que estuvieron incomunicados un tiempo de palacio y, por ende, de muchas de sus tareas nobiliarias. Mi familia tampoco tenía mucho poder: administraba unas tierras cercanas a la capital. Si alguien perseguía a los nobles que más presencia política tenían, tal vez debería buscar a los de Aire, los de Cielo o a los padres de Galaxia, los condes de Espacio.

Pero esa familia no asistía a las reuniones. Ni siquiera había visto a Cúmulo, el hermano mayor de mi amiga, en mucho tiempo.

Sacudí la cabeza para dejar de pensar tanto. Tal vez estaba llegando a conclusiones precipitadas. Me llevé el pelo detrás de las orejas y esperé pacientemente a que el rey diera por finalizada la reunión.

¿Resumen de las últimas horas de mi vida? Una pérdida de tiempo.

Quedé exenta de las tareas de la tarde, así que literalmente volé hacia la biblioteca a ver si podía encontrar a Cénit o a Ocaso. No estaban ninguno de los dos; solo hallé a Neón, parado en mitad del pasillo, leyendo algo ensimismadamente.

—¡Hola! —saludé.

Se quedó un poco perdido y miró hacia todos lados, hasta que me encontró en la puerta.

—Ah, hola, Estela. Lo siento, estaba consultando una cosa.

Dejó el libro en su sitio y se me acercó.

—Bueno, ¿cómo puedo ayudarte?

Sonreí. Aunque últimamente no hablaba mucho con él, Neón seguía siendo muy amable conmigo. Estábamos bien juntos, y un par de veces nos habíamos echado una mano mutuamente con nuestros respectivos quehaceres.

Otro amanecer juntosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora