CAPÍTULO 17. CONSPIRACIÓN

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La cabeza de Ocaso reposaba sobre el pecho de Luna, y ella acariciaba sus rizos con su mano, con tranquilidad.

No tenía que estar viendo esto; sin embargo, me encontraba paralizada. No podía irme. ¿Qué estaban haciendo? Agucé el oído.

—No siento nada —susurraba él.

La princesa tomó su cara con sus manos mientras se erguía. Sus cabezas estaban muy cercas. Ella era casi tan alta como él.

—¿Cómo vas a averiguar lo que es si no piensas probarlo? —Su voz era tan formal como siempre, pero pude encontrar en ella algo de... ¿pasión?

Vi como acercaba sus labios a los del bibliotecario.

—Para; no funciona así.

—Ya lo sé —pareció reírse—. Solo estoy jugando contigo. Pero dímelo, ¿en serio no lo vas a probar?

Mi corazón empezó a ir a mil por hora. Traté de no moverme. ¿Qué pasaba si hacía algún ruido y descubrían que estaba aquí? Se suponía que no debería escucharlos, ¿no? Claramente, la conversación que estaban manteniendo era privada.

Pero, simplemente, no podía irme. Algo me retenía.

No entendía qué estaba pasando, y era incapaz de marcharme por más que lo quisiera. Acerqué la mano a la puerta, con cuidado, y me apoyé en la pared sin emitir ningún sonido. Sabía que, como no hiciera eso, acabaría desplomándome en el suelo.

—No quiero probarlo.

—¿Por qué?

—No puedo. —Era incapaz de ver su expresión, pero sabía que estaba serio.

¿Qué narices estaba pasando?

¿Y por qué no entendía nada?

—Yo me lo pensaría. —Las manos de Luna acariciaron su piel. Ahora que eran dos siluetas, me daba cuenta de lo largas que se había dejado crecer las uñas—. Puede ofrecerte poder. Conocimiento. Dinero. Más de lo que tendrás nunca, y más de lo que podrás soñar. Es de estúpidos negarse, y tú no eres precisamente un estúpido.

—No me estoy negando a ayudarte -puntualizó Ocaso. Ambos seguían hablando en un susurro, tanto que entenderlos no era tarea fácil—. Solo me estoy negando a probarlo.

La princesa se relamió los labios, y la distancia que los separaba aumentó, pero no por ello apartó su mano de las mejillas del bibliotecario.

—Sé cómo debes de sentirte. Confundido, aturdido, tal vez enojado... Créeme, yo también fui como tú hace un tiempo. Pero decidí hacerle caso al destino. ¿Para qué crees que hemos nacido si no?

Él pareció dudar.

—Tienes que decidir, Ocaso —explicó Luna—. Lo que te propongo no es fácil, pero es lo mejor que puedes hacer con tu vida.

—Lo dices como si no tuviera otra elección.

—Es que no la tienes. Tú te has metido en esto; es peligroso, está tu vida en juego, no lo olvides. No es algo que yo pueda controlar, y decidir quién se libra y quién no, ¿entiendes? Es algo que se escapa de nuestro alcance. Solo nos queda asentir y llevar a cabo nuestro papel.

—Ya; lo sé. Eso lo sé.

—Y corremos el riesgo de que alguien se entere. ¿Qué pasa si lo descubre quien no debe? —Hizo un gesto, moviendo horizontalmente el índice sobre su cuello.

Temblé y traté de no desestabilizarme. Luna escapó de mi campo de visión, dejando de establecer contacto físico con mi amigo.

—Hay mucha gente que puede sospechar en palacio -recordó él.

Otro amanecer juntosWhere stories live. Discover now