CAPÍTULO 22. LEYENDAS Y NIEVE

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Sentí cómo se me aceleraba el pulso. En realidad, el problema no era que el rey nos hubiera encontrado juntos de la mano como si fuéramos una pareja, sino dónde estábamos: en una zona prohibida en la que nos habíamos metido sin tener mucha cabeza.

Mi amigo se adelantó un paso, y me impresioné porque yo no tenía valor para eso. Aún con sus dedos entrelazando los míos, se colocó debajo de una ventana, y la luz blanquecina atravesó sus rizos rubios.

—Su Majestad —dijo, con una voz lo suficientemente alta como para que se escuchara pero sin dejar de ser un susurro.

Para mi sorpresa, el rey empezó a reírse. Se aproximó más a nosotros, y apenas distinguí  algo en sus ojos entrecerrados, solo que no estaba enfadado.

—Parece que alguien más no puede dormir —comentó, mirándome.

Reaccioné:

—Lo... Lo siento, su Majestad. Es solo que...

—¿Tus padres? —extrañada, asentí—. Es comprensible. —El monarca se mesó la barba, pausadamente—. Imaginaba que los echarías de menos, Estela.

—¿Y usted? —Me giré hacia Ocaso, casi aterrada por su atrevimiento. Hablaba con el rey como si fuera su amigo—. ¿Por qué no puede dormir?

—Insomnio, muchacho. —Una sonrisa cansada se formó en su rostro—. Me voy haciendo mayor, y a uno ya empiezan a pesarle los problemas. Además... Bueno, lo sabrás, ¿no? Que la Deidad esté dormida no significa que no tenga ganas de cháchara.

Observé los ojos del padre de Luna. Como los de su hija, consistían en una matriz plateada en la que brillaba la pupila blanca. El Don que le permitía ser monarca parecía una cicatriz en su rostro, antinatural. Empecé a pensar que no era una bendición, sino un castigo para sus portadores...

—Su Majestad —tomé la palabra, agitada—. Sentimos mucho haber incursionado en esta zona...

—No pasa nada, Estela. —El rey se colocó bien su bata grisácea mientras repetía—: No pasa nada.

Hacía frío. Una corriente de aire helado atravesó mi pelo y se perdió en el fondo del corredor, produciéndome un estremecimiento. Aquí siempre era invierno, mes tras mes, año tras año.

—Ahora que lo pienso, casi agradezco que estéis aquí. —Señaló el cuadro que estábamos observando antes—. Ya nadie puede ver estas obras maestras, y hay mucho que contar sobre ellas. ¿Os interesa escucharlo?

La mirada de Ocaso se iluminó.

—¿Va a explicarnos la historia de estas personas? —me miró con ilusión, y yo también sonreí—. Sería todo un placer.

—¡Perfecto, entonces! Vais a ser mi distracción hasta que me entre el sueño, je, je.

El monarca nos condujo a lo largo del pasillo, hasta llegar a la sala final. En ella, justo enfrente de la entrada, estaba colgado un cuadro enorme, por lo menos el doble de grande que el resto. Representaba a tres personas con diferente color de pelo. A la derecha había una pintura mucho más pequeña de un individuo totalmente diferente, y a la izquierda estaba expuesta la imagen de la luna.

—Imagino que habréis oído hablar sobre la historia de Lunática.

—La Deidad formó el planeta —empecé, insegura.

—Exacto —me animó él.

—... Y decidió sumirse en un sueño eterno. Pero, antes de ello, designó a una persona para que cuidara de su obra.

—El primer lunático —pronunció el Rey—. Fue hijo de la Deidad... En teoría de madre humana.

Señaló el cuadro más pequeño, el cual representaba a un muchacho pálido, con la piel muy clara y los cabellos casi blancos. Sus ojos eran un pozo níveo sin fondo; sus labios, una fina línea. No sabía cuánto de realista tendría aquella representación, pero era impresionante saber que veníamos de... eso.

Otro amanecer juntosTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang