CAPÍTULO 16. POETAS DE LUZ DE LUNA

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Palidecí ante la pregunta de mi amigo. ¿Por qué no podía ver la belleza en mí?

—¡No lo sé! —Se me quebró la voz—. No lo sé. Pero no hay nada bonito en mí.

—Escúchame —me pidió él, colocando lentamente sus manos en mis hombros--. ¿Recuerdas cuando hablamos por primera vez?

—En la ópera —asentí atropelladamente.

Tristán e Isolda de Wagner. El famoso dúo de la segunda parte. Yo tenía un asiento en la última fila de butacas de la planta baja, ¿vale? Nos habían puesto ahí a todos. Había compañeros de clase que no paraban de hablar durante toda la obra, y no se veía el escenario. Yo estaba frustrado, porque se acercaba el aria. Narices, me encantaba esa ópera. Necesitaba verla bien, necesitaba palparla. ¿Entiendes?

—Sí —un poco asustada, coloqué mis manos sobre las suyas.

—Decidí subir a la segunda planta. Sabía que ahí estaban los nobles, así que tenía sentido que se viera mejor. Tuve complicaciones, pero logré llegar arriba cuando el dúo ya había empezado. Fui buscando palco por palco. Los nobles tampoco estaban atendiendo; todos los balcones estaban ocupados y la gente hablaba y pasaba de la obra. Empecé a desesperarme de verdad.

Tragó saliva, y con lentitud llevó una de sus manos hacia mi mejilla izquierda. Percibí el calor de las yemas de sus dedos, y sentí una calma absoluta. Su voz también se dulcificó.

—Y entonces te vi, Estela. Estabas sola en el último palco. Un foco te estaba apuntando directamente, pero no te dabas cuenta. Y yo me sorprendí, porque ¿sabes qué estabas haciendo?

—No —gemí.

—Estabas contemplando la obra. Estabas absorta en el dúo, en la música...

Fruncí el ceño, pero acaricié con mi mano la suya.

—Estabas sintiendo la ópera. ¿Sabes cuántas personas he conocido que sepan hacer eso? ¿Sabes cuánta gente he visto ver la belleza de las cosas como lo haces tú?

Negué con la cabeza; estaba muda y apenas podía respirar.

—Ninguna, Estela. Solo tú eres capaz de hacerlo. Eres la única.

Me humedecí los labios y tragué saliva.

—Te equivocas, Ocaso. Te equivocas. Tú también puedes. —Me costó, pero logré reunir el valor para decir--: Somos iguales.

Él me abrazó, y yo me hundí en el hueco entre su cuello y su hombro. Sentí su cuerpo tensándose con cada respiración, y abracé con fuerza su cintura hasta que nuestros latidos se sincronizaron.

Permanecimos así una eternidad, respirando al otro. Por primera vez, sentí que, aunque no encajaba con el resto del mundo, había algo en Ocaso que sí encajaba conmigo... Como si fuésemos piezas de otro puzle, o teselas de otro mosaico, o hilos de otro tapiz.

Como si no pudiéramos fundirnos con la melodía del mundo porque teníamos la nuestra propia.

Al final, nos separamos. Ya no había tensión, solo calma... Él se pasó una mano por el pelo.

—Perdóname cuando me pongo intenso, es solo que... Quiero ayudarte. Sé que tienes problemas con tu autoestima y no quiero que los afrontes sola.

Esbocé una media sonrisa.

—No sé si los médicos pueden curar esto.

—Yo puedo intentarlo. ¿Sabes? Hay unos versos de un poeta muy conocido...

Se aclaró la garganta antes de empezar a recitar, de memoria y con su mirada clavada en la mía:

Porque son, niña, tus ojos

Otro amanecer juntosWhere stories live. Discover now