CAPÍTULO 13. REENCUENTROS

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No le dije nada a nadie. Por supuesto que no le dije nada a nadie.

Cada vez que pasaba al lado del despacho del señor Rayo sentía remordimientos, pero no podía simplemente abrir la puerta y decir que me habían amenazado con una daga. Por tres razones:

Una, porque mi relato no inculpaba al duque de Púlsar, sino a su hijo. Dos, porque no tenía ninguna duda de que Quásar decía la verdad, y simplemente me daba miedo. Ahora sí veía el peligro, y prefería no hacer nada hasta que estuviera completamente segura de por qué él no quería que abriera la boca.

Y tres, porque, si hacía lo que decía, el señorito podía pensar que tenía razón y estaba de verdad enamorada de él. Y eso podía venirme bien, porque si Quásar se enamoraba de mí, no sería más un problema para Luna. Manipularía al manipulador.

De todas maneras, me alegré de no haberle resultado útil.

Pasé unos días sin novedad alguna. Todo marchaba como siempre: la misma cantidad deshumanizadora de trabajo, las mismas ganas de juerga de Gala, el mismo deseo de que la princesa y el bibliotecario volvieran...

Mis padres, después del disgusto del miércoles, se mostraron un poco fríos, pero enseguida se les pasó y volvieron a la tranquilidad y el cariño de siempre. El señor Rayo no adelantó nada con la investigación y el rey tampoco logró concretar nada nuevo de la reforma, por lo que el palacio seguía siendo el patio de recreo de casi todos los nobles del planeta.

Pasaban las semanas, y los sucesos del misterioso complot que aconteció a mis padres se fueron olvidando; pese a ello, el monarca aún no los dejaba abandonar el palacio. Todavía temía por su seguridad, aunque el enemigo era invisible para nosotros.

Me acostumbré a trabajar por las mañanas sin rechistar y a pasar las tardes en la biblioteca, en compañía de la tranquila Cénit o de Neón. Este, pese a seguir triste por su ruptura con Galaxia, era muy amable conmigo y le encantaba mostrarme los libros nuevos que iban llegando. Pronto, podía sacar de la biblioteca casi cualquier cosa sin que me miraran mal, incluidas historias de terror y romance.

Entretanto, Galaxia se había ligado a cuatro personas con las que, por supuesto, ya había roto otra vez.

El señor Fotón también volvió a pasarse por la biblioteca, y a menudo me iba a su lado, bien para trabajar, bien para pasear con él por uno de los patios interiores. Helio también frecuentaba mucho la estancia de los libros, obviamente, pero trataba de ignorarlo siempre que podía.

Un martes, cuando ya había pasado más de un mes desde la marcha de la princesa, bajé con el señor Fotón al banco de los jardines reales. Miré la luna en el cielo, de nuevo gibosa menguante.

—Echo de menos a Luna y a Ocaso —comenté—. Parece que se fueron hace una eternidad.

—El muchachito no está perdiendo el tiempo —me aseguró el anterior bibliotecario—. Seguro que está descubriendo algún bicho nuevo o ayudando a otros científicos a encontrar la cura de alguna enfermedad. Y seguro que él también te extraña.

Sonreí levemente. Estar sin mi amigo me hacía replantearme algunas cosas, y aunque no había dejado de pensar en él todo este tiempo, me parecía un poco estúpido cómo me comportaba cuando estaba antes con él. Las mariposas en el estómago, la sensación de calidez... En el fondo, ya había admitido que me sentía muy bien junto a Ocaso. Y, aunque odiaba creerlo, necesitaba de algún modo su presencia. Era como si él fuera capaz de ayudarme a llenar el vacío que era mi vida últimamente.

—Señor Fotón... ¿Puedo hacerle una pregunta?

—Claro, mi niña.

Me armé de valor. Era algo que quería saber, pero me daba miedo que se lo tomara a mal.

Otro amanecer juntosWhere stories live. Discover now