CAPÍTULO 27. EL FILO DEL AMOR

13 3 54
                                    

Las sombras creadas por la proyección de la luz de la luna sobre nosotros se movían lentamente, al igual que nuestros cuerpos, que se iban acercando. Tragué saliva cuando percibí el rostro de Ocaso a un palmo de mí.

Cerré los ojos.

—Supongo que puedo decir lo mismo.

Sentí sus manos sobre las mías, acariciándolas, y ante su tacto cálido me di cuenta de que tenía frío. Se me habían olvidado los guantes, no era la primera vez que eso pasaba; y mi abrigo apenas podía resguardarme, como tampoco podía el liviano vestido que llevaba debajo.

Abrí los ojos, y mis pupilas se clavaron en las suyas. A partir de aquel momento no pude separarlas de él.

—¿Sabes? Aquello que te dije... era verdad —susurró Ocaso—. Eres muy especial. Tienes como algún tipo de talento o don, no sé cómo llamarlo, pero te da la capacidad de ver las cosas bonitas de la vida de una manera que no hace nadie más. Yo tendía a pensar que era la única persona que podía sentir las cosas así, hasta que llegaste tú y me demostraste que nosotros no somos extraños, sino especiales.

—Mi mundo era un puzle en el que mi pieza no cabía —aseguré—. Y entonces llegaste tú, y descubrí que sí que podía unirme al mundo, porque mi pieza encajaba con la tuya.

Al ver que sus mejillas se estaban sonrojando (probablemente por el frío), me apresuré a añadir:

—No es poesía, ¡es verdad! Creía que era una loca por querer trabajar y aprender a la vez, y me he dado cuenta de que no es cierto. Mi entorno siempre me decía que no debía perder el tiempo con el arte, y tú me has enseñado que todo es importante porque tenemos que cultivarnos como personas.

—¿Yo te he enseñado eso? —se extrañó.

—Sí. Creo que lo más bonito de conocerte es que al fin he encontrado un ser humano con el que me complemento. No sé si eso de las almas gemelas será verdad, pero tú... Bueno, eres lo más parecido a una que he encontrado nunca. Eres un buen amigo, Ocaso; el mejor. Y estoy muy contenta de que hayas aparecido en mi vida, de verdad. La has cambiado para bien, y solo puedo darte las gracias.

Sus ojos se oscurecieron y mi pupila se perdió en su fondo. Me tomó de la cintura y me acercó aún más a él, hasta que sentí la calidez de su aliento y nuestras frentes quedaron a un centímetro.

—No creo que debamos seguir siendo amigos.

—¿Qué dices? —me asusté.

—Tú misma lo comentaste. No podemos, tenemos que ser... algo más.

Abrí la boca, pero la tuve que cerrar, porque no tenía palabras. ¿De verdad se estaba refiriendo a eso? Ante su silencio, me armé de valor y recordé, despacio:

—Nuestros amigos nos romantizan... Creo que...

—Yo no lo creo; yo lo siento, como si hubiera sido obvio desde el primer momento. Tú...

—Yo...

Me perdí en su voz, en sus ojos, en su existencia. Definí quién era yo cuando estaba con él, cómo había cambiado. Lo consulté con mi cuerpo, mi alma y mi mente, y cuando ya no tuve ninguna duda decidí decirlo. Sin miedo, con fuerza pero con dulzura, como él había arremetido en mi vida:

—Ocaso... Estoy enamorada de ti.

La revelación me puso los pelos de punta, pero su boca se curvó en una expresión de sorpresa, para después volver a una sonrisa. En sus ojos estaba reflejada yo, y aparte de poder verme por primera vez tal y como él me veía, también aprecié una chispa de felicidad bailando por todo su iris.

Otro amanecer juntosWhere stories live. Discover now