CAPÍTULO 11. PROMESAS Y CONFESIONES

20 6 39
                                    

La partida de Luna me dio pena, no solo porque iba a estar sola durante las próximas semanas (y, por ende, no sabía cómo iba a sobrevivir), sino también porque resultaría algo totalmente nuevo para ella. Yo sabía que la princesa era muy fuerte y sería capaz de sobrellevar cualquier problema que se encontrara fuera de su planeta natal; también sabía que no era la primera vez que salía de aquí, pero aún así supuse que estar sin nosotras y escapar de la rutina constituiría todo un reto.

Ojalá volviéramos a estar juntas de nuevo pronto. No, ojalá Luna aprendiera cosas nuevas de este viaje y le sirviera para algo; ese era un mejor deseo.

Le tomé de la mano a Galaxia mientras despedíamos a nuestra amiga. Últimamente, la princesa estaba demasiado obsesionada con las capas, y se había puesto su capucha mientras subía al crucero espacial. Nos dirigió una última mirada antes de introducirse en él y desaparecer de nuestra vista. De todas maneras, nosotras nos quedamos en el puerto hasta que lo vimos despegar.

—Bueno... —me resigné, apretando fuertemente la mano de mi amiga.

Ella me la soltó.

—No estés triste; vamos a pasarlo bien sin la mirada inquisitoria de Luna —prometió.

—Eso es lo que me preocupa.

Volvimos al palacio, y de pronto lo sentí todo muy vacío. Aunque los sirvientes iban de un lado para otro con el ajetreo habitual y todos los nobles hospedados seguían dando la lata de siempre, faltaba algo.

Ocaso llegó corriendo, deteniéndose al vernos. Iba muy apurado; tenía un montón de rollos de pergamino antiguos en el brazo y la frente perlada de sudor. A su lado estaba Neón, que dejó de sonreír cuando vio a Gala.

—Luna... ¿Ya se ha ido? —preguntó el bibliotecario, entrecortadamente.

Lo confirmé.

No se me había pasado por alto lo bien que se llevaba con la princesa. Desde que los dos fueron a investigar en el baile, no había pasado ni un solo día en el que no los hubiera visto hablando juntos. Sabía que él también la iba a echar mucho de menos.

—Oh, vaya. —Se pasó una mano por la nuca. Tragué saliva; Ocaso hacía siempre un montón de gestos y todos ellos me hacían sentir incómodamente bien—. Pues llego tarde. Quería recomendarle una cosa.

—¿Qué le tienes que decir tú a mi amiga? —soltó Gala.

—Nada, que... Bueno, yo estuve trabajando durante un tiempo con un científico muy importante. Se llama Allen Grish. Como ninguno de los médicos de palacio parece capacitado para ayudar a Luna con el tema de su infertilidad... Había pensado que tal vez ella podría ir a consultarlo. Seguro que obtiene mejores resultados.

La pelirrosa y yo nos miramos.

—Si no la cura él, no sé quién más podrá hacerlo —seguía soñando.

¿Quién diantres le había hablado a él del problema de la princesa? ¿Acaso había sido la propia Luna?

—Em, Ocaso... —tomé la palabra—. Se supone que este tema no lo tiene que saber nadie. Si se difunde, podríamos tener problemas.

—Ya, lo imaginaba —dijo él—. Por eso iba a decírselo en persona. Ya a estas alturas, le mandaré un mensaje mental.

Ahora miramos a Neón con el ceño fruncido.

—¿Qué pasa? ¡Yo no sabía nada de este rollo! —se excusó él, al ver que le dábamos el mismo trato que a un parásito—. En serio, Ocaso dijo que tenía que buscar a la princesa y yo fui detrás porque me daba miedo que cayera los pergaminos. Es muy impulsivo a veces.

Otro amanecer juntosWhere stories live. Discover now