4 Sila: Cara de ángel

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Grito, ruedo y caigo a un lado de la cama, y vuelvo a gritar

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Grito, ruedo y caigo a un lado de la cama, y vuelvo a gritar.

–Está gritando. Claro, por supuesto que grita –dice una voz tan grave que parece de una película de terror–. Yo también gritaría si me viera en esa investidura.

¡Él no estaba ahí hace unos momentos! Estira las piernas frente a mi escritorio y coloca un tobillo sobre el otro. Las manos se me hormiguean y mi corazón se acelera como auto en carretera.

–¿Q-quién eres?

Empuña una daga refunfuñando maldiciones. Oh, por Dios. ¡Va a atacarme! Saca un brazo de la gabardina y se hace unos cortes tan profundos en él que su sangre deja un chisguete en el suelo. ¡Está demente! Vuelvo a gritar.

–¡Shh! –Se alza la máscara y devuelve su brazo recién herido a su manga. Es el chico de ojos maquillados y cabello castaño a quien soñé que besé la noche anterior. Y no es un moreno.

–¿No me reconoces? –pronuncia con voz natural. La máscara debe distorsionarla. Trago saliva sin responder. Mis dedos tiemblan cuando busco un zapato al tanteo para arrojarle en caso de que intente acercarse. ¿Dónde dejé el cuchillo que me dio papá? El chico entrecierra la mirada, esperando que le responda, pero ¿qué voy a decirle?

–Tuve que sacarte de contrabando –explica, acomodándose la máscara como sombrero. Lleva una cadena de eslabones gruesos colgando de su cinturón. ¿Será uno de esos fanáticos guerrilleros sectarios que me contó papá? ¿Vino a secuestrarme? Momento...

–¿Có-mo q-que me sacaste de contrabando?

–Resucitaste –se aclara la garganta–. Has de estar confundida, pero con el tiempo de seguro recuerdas algo. –Me observa de arriba a abajo haciéndome sentir de lo más incómoda–. Cuando menos sabremos por qué eres así ahora.

No entiendo a qué rayos se refiere. Si estuve en esa fiesta, debí beber mucho. Tengo una resaca tan fuerte que por eso he de tener lagunas mentales y alucinaciones.

–¿Y recuerdas tu yo anterior? Me es difícil reconocerte ahora que luces así. ¿Sabes a qué división perteneces? –Se inclina sobre las rodillas abiertas tronándose los nudillos. ¡De qué carajos habla! Me está dando un susto de mierda a propósito.

–O-oye, no fue mi intención –tartamudeo desde mi escondite. Eso es, Sila, distráelo. Cruzo los dedos porque no traiga pistola. Palpo debajo de mi cama. ¿Dónde escondí ese cuchillo?–. ¿Nunca hiciste tonterías por culpa del alcohol? Si hice algo ayer que te diera a entender algo erróneo...

–Tu manifestación es errónea sin duda, tu muerte no.

Detengo mi búsqueda–. ¿Qué dijiste?

–El edificio donde estabas era muy viejo y colapsó. –Se encoge de hombros–. ¿Cómo te sientes? ¿Recuperada?

Dios, ¡qué loco está! Aún así, me froto la pierna y el abdomen para comprobar si hay algún dolor. Soñé que mi pierna parecía de atropellado y me arrancaban una varilla. Debí hablar dormida o me hipnotizó. Eso debe ser: un hipnotista que implantó una imagen en mi mente y ahora me está jodiendo con que sí estuve en una fiesta y hubo un derrumbe.

¡Lo que afirma es una soberana tontería! Nadie aceptaría violar el toque de queda para ir a una fiesta. ¡Además estoy aquí! ¡Por supuesto que no morí! Me palmeo una mejilla. Tengo esa nubosidad onírica que me impide recordar bien lo que hice ayer.

Pu-ta ma-dre. Creo que sí... Era nuestro primer encuentro en persona con los miembros del foro de rol y Amanda estaba conmigo. Traía una falda floreada de su madre, y los collares y pulseras que pudo juntar para pasar por gitana. Reía a carcajadas cuando empezó a temblar.

–Entonces, ¿recuerdas alguno de tus nombres?

¿Alguno de mis nombres? Muevo la cabeza en negación. De veras está loco. De repente, los pasos de mi madre marchan por la escalera y la escucho llamarme.

–Está bien. Supongo que Yalta sabrá quién eres –dice el intruso–. Debo disculparme por lo que vivirás en unos momentos. Te traje porque de cualquier forma ibas a venir. Ya sabes, el apego a estas personas y eso, pero no puedes quedarte. La memoria de tu familia será rectificada en unas... seis horas y tendrás que irte. Tómate tu tiempo para despedirte bien.

–¡Sila! –exclama mi madre desde antes de abrir la puerta y yo le grito que corra por ayuda, que hay alguien en mi habitación. Afuera se oye la carrera caótica de pasos y el sonido martilleante del arma de mi papá. La puerta se abre con un golpe. Mi papá se oculta tras el marco apuntando el cañón hacia el interior. Después de unos momentos lo baja. Los dos entran y...

–¿En qué momento llegaste? ¿Tuviste una pesadilla?

Asiento, sin poder hablar. El extraño enmascarado sigue sentado en mi silla, pero ni mi papá ni mi mamá le dan importancia. ¡Qué demonios! Es como si fueran incapaces de verlo.

 ¡Qué demonios! Es como si fueran incapaces de verlo

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GEHENAWhere stories live. Discover now