18 Sila: Conocer es recordar

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Me toma, lo que parece una eternidad, darme cuenta de que el rectángulo negro frente a mí es la pared de un aula

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Me toma, lo que parece una eternidad, darme cuenta de que el rectángulo negro frente a mí es la pared de un aula. Las sombras alargadas se deben a una lámpara de araña encendida con velas. Estoy en un anfiteatro antiguo donde se diseccionan cadáveres. Los miembros de La Orden están acomodados, como yo, en gradas escalonadas rodeando una gran plancha. Gracias al cielo, no hay nada recostado ahí, solo un señor de cabello blanco de pie, vestido con un traje gris. Me llevo las manos a la cara e intento hacer memoria, porque no recuerdo cómo llegué aquí. Traigo puesta la máscara al igual que los demás. Todos guardan silencio con las cabezas inclinadas y el instructor comienza un rezo. Cuando termina nos permite alzarnos las máscaras y nos da la bienvenida a una lección de simbolismo.

Qué extraña sensación. No recuerdo ni haberme vestido esta mañana. La boca me sabe a pasta de dientes. ¿Ya tomé un desayuno? Me ruge el estómago. Volteo a ver a mis compañeros y cuando noto quién está a mi derecha me recorro tan de golpe que casi caigo por el borde de la grada. La Bestia me observa muy pegado a mí. El corazón me da un bombeo tan veloz que de súbito lo siento en la garganta. Caronte recarga el codo sobre una rodilla y apoya el mentón en la mano. Cuando nuestros ojos se encuentran, los suyos vuelven a hacer la cosa freaky de aclararse. Sucede por unos segundos, pero ahora sé que no lo imaginé. Está tan cerca que me roza el brazo. Me cubro el rostro con el pelo y me recorro más lejos. Estoy en la periferia y casi termino en el pasillo. ¿En qué momento escogí sentarme aquí? En mi afán por esconderme noto la claridad de mi cabello. ¿Tanto lo lavé? Perdí el tinte rojo de Halloween y mi pelo negro se desvanece como humo en las puntas ahora decoloradas. El instructor dice que hoy despertará nuestro inconsciente y con suerte se disiparán algunas de nuestras lagunas. Frunzo el ceño por la reciente neblina y estiro un brazo que se me había hormigueado. Vaya si tengo una laguna peor que cuando me excedí fumando marihuana la primera vez.

–Dígame, dama Gehena.

¿Por qué me miran todos? Ooh, oh. ¡Dama, Gehena! ¡Soy yo! El señor cree que alcé la mano.

–Aah, perdón, olvidé lo que iba a decir.

Me hierve la piel cuando algunos compañeros ríen. Escucho a La Bestia carraspear. No quiero ni mirarlo, pero lo espío de soslayo. Se ha tapado la boca, mas alcanzo a verle el lunar llamativo. Creo que busca disimular la risa.

¡Ash! Qué pesados son todos. Ríanse de mi lapsus brutus pues, montón de burros. Bajo la barbilla para ocultarme en mi cortina de cabello, esperando que la sensación de ansiedad desaparezca. Mamá dice que los adolescentes producimos la ilusión de ser observados todo el tiempo, pero esto es absurdo. ¡Estoy siendo observada todo el tiempo! Encima, tengo una resaca nivel craneotomía. Gimo mi frustración y me encojo en mi lugar. De seguro tomé o inhalé algo que no debí y por eso me siento desorientada. Debí bañarme sonámbula porque huelo a champú, pero, puta madre, ¡no lo recuerdo! Arrugo el ceño cuando la imagen de cuatro sombras sobre el pasto viene a mí. Me reviso el costado y la boca. Tengo la sensación de que me lastimé una costilla y me abrí el labio, pero todo se siente... normal. No tengo ninguna herida.

GEHENAWhere stories live. Discover now