25 Caronte: Oscuridad compulsiva

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Una vez afuera de la oficina de La Soberana debemos esperar para que nos reciba

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Una vez afuera de la oficina de La Soberana debemos esperar para que nos reciba.

–No me voy a escapar –dice Sila después de varios minutos en los que la he estado observando. Debo evitar ser tan insistente en mi escrutinio. Desvío mi atención hacia un punto desenfocado frente a mí. Hay tan poco de Zarek en ella. Él siempre fue más fuerte y grande que yo, fuerte hasta los dedos corpulentos. Su voz mucho más potente y grave, voz de titán. En todas sus encarnaciones escogió la investidura que mejor manifestaba su fuego interior. La edad a la que solía despertar también era más adulta. Todos los Iniciados tuvimos despertares prematuros para esta encarnación con un promedio de veintiséis años, algo insólito, pero Sila es una chiquilla. Es demasiado... delicada y femenina hasta las pestañas naturalmente curveadas y espesas. Su cabello lacio posee un tono azulado que se aclara hasta el gris de las puntas, tan extravagante que me hace pensar en brujería. Es una bruja de cintura estrecha y rostro estilizado con la capacidad de hechizarme. No queda mucho de lo que solía ser Zarek en ella. Sin embargo, el magnetismo carismático que Zarek poseía sigue ahí. Podría observarla todo el tiempo. Me cruzo de brazos y frunzo el ceño. Ahora ella me observa. El peso de su mirada es tan palpable que quisiera voltear solo para ver si lo mantiene. Cuando estoy a punto de devolverle la mirada, se da la vuelta. Después de otro rato en el que me tomo la libertad para seguirla observando, ya que me ha dado la espalda, llega Thaumiel acompañado de Sheol. Sila los ve de reojo y luego enfoca bien la vista en Sheol, como si no se creyera que Sheol es en realidad hombre. No la culpo. Sheol parece salido de una revista de belleza. Se maquilla y trenza su cabello castaño como un profesional. Sus ojos de luz verde centellean siempre que planea seducirte. Los delinea para emular la mirada de las mujeres árabes.

Sheol me sonríe y luego se interpone entre Sila y Thaumiel justo cuando Sila iba a dirigirle la palabra a él. Está siendo una perra con Sila porque envidia la veracidad de su género. Si recordara nuestros inicios, se daría cuenta de que con quien tiene que ser una perra es conmigo.

Resoplo con hastío. Cómo le da importancia a esa clase de frusilerías. Tras otros diez minutos de espera, La Soberana nos hace pasar a los cuatro.

Yalta sonríe desde su asiento. Sila entra al último mientras que nosotros nos colocamos ante La Soberana con las manos en la espalda. La Soberana se reclina en su asiento prestando atención solo a Sila sin comentar nada. ¿Qué es lo que espera? ¿Que Sila se comporte como nosotros?

Lo único que sucede es que Sila juega con sus manos entrelazándolas delante de ella; detrás, de nuevo delante, abre y cierra los puños, y finalmente se queda con los brazos pegados al cuerpo.

–Gehena –empieza La Soberana. Hace girar una pluma gigante Montblanc entre sus dedos. Todo aquí es enorme, como el interior de la casa de un gigante y eso debe ser lo que desconcierta a Sila. Se le van los ojos a cada rincón de la oficina. Estamos de pie y el escritorio de la Soberana me da casi al hombro. Sila parece una niña de tres años asomándose por el borde. La giganta le sonríe, pero por la expresión de desconcierto de Sila no sabría decir si se la ha ganado o no.

La Soberana se toma su tiempo. Da golpecitos a la mesa con su pluma fuente. Todos nos estremecemos cuando somos levemente rosados por el poder de su oscuridad compulsiva que emana del contacto de la pluma fuente con la mesa. Es una fortuna que no la esté dirigiendo directamente a nosotros. La receptora es Sila.

–Dime querida, ¿qué fue lo que hablaste con el ánima? Desde la primera vez.

Sila aprieta la mandíbula y traga saliva cuando la oscuridad de La Soberana la impacta. Estira el cuello de su casaca y retuerce la espalda. Tiene una reacción tan leve que me hace pensar que La Soberana está siendo sutil con ella.

I repeat –responde Sila entre dientes–, toi anata no t'appartiens pas, רוע.

La Soberana bufa ante la irreverencia. Sila ha vuelto a hablar de esa forma extraña, con las últimas palabras del Infractor. Sacude la cabeza como si hubiera sufrido un mareo.

–¿Lo que hablé con Amanda? –pregunta sin estar consciente de lo que acaba de decir. La Soberana presiona y Sila debería verse más afectada por el ataque. La manzana de Adán de La Soberana hace un ligero salto al notar que está teniendo poco efecto en su supuesta subordinada. Es como si al usar su oscuridad en ella despertara la consciencia del Infractor, así que continúa con la farsa.

–Tu mejor amiga, tengo entendido.

–¿Es eso relevante?

La Soberana se inclina sobre el escritorio tomando los extremos de la pluma con ambas manos. Sila acaba de evadir la pregunta. Me contengo de mirar a mis compañeros. Cualquiera de nosotros hubiéramos respondido aún sin querer hacerlo.

–Todo lo que dice un ánima es relevante.

Sila aprieta los labios antes de responder. Sus fosas nasales se abren por un segundo y dirige una breve mirada a Thaumiel–. Lo que me dijo es personal –dice finalmente.

Me contengo de voltear a verla. ¿Cómo es que no ha respondido? Debería estar retorciéndose en el suelo con la respuesta en la boca. Mira de reojo a Thaumiel de nuevo. Pareciera que busca apoyarse en él para saber si debe confiar o no. A nivel intuitivo debe recordar el honor antes inquebrantable de Thaumiel, porque todo se quiebra eventualmente, todo.

–Te refieres a que fue algo que te involucra a ti –concluye la Soberana.

Sila asiente de una forma casi imperceptible. Desconfía.

La Soberana intercambia miradas con nosotros. Tantos años a su servicio y son innecesarias las palabras para que comprendamos por qué nos ha incluido en esta entrevista. Somos su herramienta, sus espías y le serviremos hasta que nos consuma. Decide desquitar en nosotros su frustración de una forma tenue. Quizás está probando que su poder no se ha descompuesto. Como sea, todos enderezamos las espaldas al sentir su invasión a nuestra dermis. Es solo un pellizco de su poder y estamos tan acostumbrados, que no emitimos ni una queja ante la sensación de nuestra carne siendo agusanada.

 Es solo un pellizco de su poder y estamos tan acostumbrados, que no emitimos ni una queja ante la sensación de nuestra carne siendo agusanada

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GEHENAWhere stories live. Discover now