46 Caronte: Obra magna

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Ambas piernas relajadas, las manos en los bolsillos

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Ambas piernas relajadas, las manos en los bolsillos. Yahannam observa y tal vez sonríe ante la lluvia de ceniza. Se alza la máscara de alquimista en cuanto cruza el umbral de la cafetería. Me mentalizo ante él y estrello mi hombro contra el suyo. Nos mentalizo hasta el plano terrenal. Truena el desgarre de su casaca, el crujir de su caja torácica cuando giro la uña gigante de un demonio Jutun antes de extraerla. El escurrimiento de sangre se esparce por la superficie convexa hasta el suelo.

Resisto la compulsión por usar mi guadaña para hacerme de su alma.

Yahannam me murmura algo y acerco el oído.

–Mentiste, Alcander...

El alma de Yahannam se perderá en el Limbo hasta que Yalta se dé cuenta de su muerte y la reclame. Recuerdo la primera ejecución de cada uno. Yahannam, en ese entonces era Tarvos e hizo que su hija de cinco años firmara, pero no pude completar el trato para traerla con nosotros. Le deseo que la encuentre, aunque no se reconozcan. Trago el recuerdo y me hinco junto al cuerpo. Lo levanto y nos mentalizo a un cementerio. Retiro su casaca y rasgo el hombro de su camisa. Me quito la máscara para llevar a cabo una de las prácticas que más detesto de esta vida. Manifiesto una daga para rebanar el músculo de su hombro y me llevo el trozo de carne a la boca; lo trago casi sin masticar. Me arremango y busco un hueco de tierra. Yahannam necesitará poco espacio. Con un movimiento de las manos, la tierra se abre.

Yahannam firmó su sentencia en cuanto mató al familiar de Sila, a mi familiar. Sila estará feliz cuando Amanda vuelva, pero en cuanto recobre su forma animal notará la diferencia y lo peor es que no puedo advertirle al respecto. Pateo el cuerpo de Yahannam al agujero. Ten tranquilidad, Tarvos, de que yo también pagaré pronto por mis crímenes.

Los sigilos de mis brazos ya comienzan a cerrar, así que me coloco la máscara de nuevo. El alivio es inmediato gracias a Yahannam. Cuando menos conseguí carne fresca antes de escarbar una cura putrefacta en el cementerio de Yalta y la carne de un Iniciado tiene un efecto más rápido. Cubro el hoyo y me mentalizo a la biblioteca de vuelta con Sila.

La encuentro sentada en el suelo con las piernas en mariposa y las manos en sus pies. Charla con Naraka y alcanzo a escuchar una tontería. Sila nunca dejará de meterse en problemas.

–¿Romperías las reglas si te secuestro? –cuchichea ella.

–En teoría no –responde Naraka–. No me quedaría de otra. Yo no puedo mentalizarme de regreso como ustedes. Tendría que luchar por mi vida.

Me aproximo por detrás de ella y me alzo la máscara–. Es hora de irnos.

Sila brinca en su lugar.

–Invoca tu máscara y tu casaca –le digo.

Sila inclina el torso hacia un lado y alza una ceja–. Sí, claro, ahorita.

Detecto un ligero tono molesto en su voz. Odia que la presione para efectuar trucos que no recuerda, pero ya debería poder hacerlo. Si tan solo recordara su arma, tendría más oportunidad de defenderse.

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