23 Sila: Tu reflejo deformado

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Amanda flota más descarnada que antes con la apariencia de un cadáver en descomposición

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Amanda flota más descarnada que antes con la apariencia de un cadáver en descomposición. La blusa de hombros caídos se tiñe de rojo. La piel del pecho se le abre mostrando las costillas por donde asoman varios abultamientos deformes.

–Thaumiel –susurro–. ¿No tendrás uno de esos frascos a la mano? Mi amiga está algo molesta.

–Baja tu máscara, Sila.

Obedezco de inmediato, luego preguntaré si sirve de algo llevarla puesta todo el tiempo. Amanda se avalanza contra nosotros como una ráfaga helada que nos entume los huesos.

«Seeed», aúlla sin mover los labios. Súper creepy.

–¡Estaba a punto de traerte un trago, no seas impaciente. Dame el número de Caronte –jadeo hacia Thaumiel. Mientras corremos saco mi teléfono–, voy a mandarle un whats de SOS con nuestra ubicación.

–Sí, claro. Como Caronte carga siempre un smartphone para ser localizado.

¡Nooo maaames! Ambos corremos en los angostos pasadizos. En su berrinche de maldita perra, Amanda apaga la mayoría de las antorchas y un bullicio de gritos distorsionados nos llegan desde todas direcciones. Bueno, creo que si Caronte sigue en el laberinto ya se habrá dado cuenta de que algo no va de acuerdo a lo que dijo el señor Campbell. Con todo el alboroto me confundo en una vuelta y pierdo a Thaumiel, pero no pierdo a Amanda que me sigue como a un GPS.

–¡Amanda! ¡Ya párale!

Mi máscara se está llenando de escarcha. En una de esas escucho los «cuacs» y se me ocurre algo. Tropiezo con el borde de la fuente.

–Perdón, perdón, perdón.

Que ninguno de estos patos pertenezca a ningún dios. No quiero que me maldigan para que me enamore de un pato. Me da asco la zoofilia. Pesco un cuello largo al tanteo y lo jalo hacia mí. El pato abaniquea las alas con violencia. Lo aprieto contra mi pecho y le hago lo que alguna vez vi hacer a la tía Roberta, antes de que preparara la cena: le trueno el pescuezo. Mi víctima deja de moverse y tomo una piedra del suelo para acribillarla con ella. Vuelan algunas plumas, la sangre salpica mis ojos... El sabor a hierro se me mete a la boca. Esto está mal, esto está muuuuy maaal. Perdón patito lindo, perdón, perdón. Cuando ya he abierto al pato cierro los ojos y lo levanto gritando:

–¡Chúpate al pato, Amanda!

La sangre del ave muerta escurre en varias líneas sobre mis brazos. Los alaridos se detienen. Solo se oyen los soplidos de mi respiración y me arrebatan al pato de las manos con brusquedad. Ya me cansé de estar tan cerca del infarto. Lo que haya en el centro no puede ser peor que Amanda. Resoplo varias veces antes de que mi corazón se calme. Frente a mí, se enciende un destello. Es Amanda que regenera sus tejidos y sonríe.

«Eso estuvo divertido», me dice. «Hay que repetirlo.»

Le arrojo una piedra que la traspasa–. ¡Eres una cabrona!

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