28 Caronte: Su roce electrocuta

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Quedamos suspendidos en el aire

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Quedamos suspendidos en el aire. El grito de Sila suena agudo aún con la máscara puesta. Esto es tan absurdo, ella lo es. Se ha encogido abrazando sus rodillas y de seguro ha cerrado los ojos. Ignora que estamos ascendiendo en lugar de caer. El espeso celaje se dispersa y oprimo el botón que alza mi máscara. Dudo que Sila invoque algo en el estado en el que se encuentra. El salto y la nubosidad que se abre conforme ascendemos la lleva a un nivel demente. Por fin se atrevió a alzar la vista y ahora ríe. Después del grito, su carcajada suena enfermiza.

–Estira tus brazos –le indico, aunque parece no escucharme. Oprimo el botón en su cuello y su máscara se levanta.

–¡No mames! ¡Guaaau! –expresa. Suena tan infantil. Permanece tensa como una bala de cañón y su postura encogida me dificulta el vuelo. Conserva su lenguaje vulgar, pero no recuerda volar. Una parte de mí se siente impaciente y por otro lado confieso que... me embelesa que haya recobrado la frescura de sorprenderse con todo.

El frío aquí es intenso, aunque tolerable. Sus mejillas y labios se sonrosan cuando estiro las manos para alcanzar las suyas. Pensará que la abrazo. Encuentro sus muñecas y froto el interior con el pulgar hasta que parece comprender y afloja su postura. Me permite que le abra los brazos para estirarlos hacia los lados.

–Estamos volando –me dice con una sonrisa–, ¡estamos volando!

Dirijo nuestras manos hacia un punto en la distancia. Un telón de nubes se abre para revelar un sol rojo. Yo también comienzo a sonreír. Ya sabía que esto le gustaría.

–¡Mira ese sol! –señala como la primera vez que hicimos esto. Mantengo mi agarre sobre sus muñecas.

–¡Esto es increíble!

A nuestro costado, Thaumiel atraviesa la espesura algodonada. Detrás de él se precipitan Tártaro y Mictlán. Sus alas grises llenas de plumas se agitan para planear una corriente. Nos pasan por encima.

–Ángeles –susurra ella. Gira la cabeza buscándolos cuando nota las alas negras que nos sostienen y casi se voltea hacia mí. Sin evitarlo admiro la forma de corazón de sus labios. Tengo su rostro tan cerca del mío que podría besarla.

Sila carraspea espavilándome–. ¿HO111?

–HO es por «Hor» –respondo volviendo la vista al frente–, Horus. El número es el número del fin del mundo. Al dios le gustan los deportes extremos.

Se ríe–. ¡Nada que ver con mi idea de deportes extremos!

Está eufórica y de vez en cuando deja escapar múltiples carcajadas. No puedo evitarlo y río con ella. Comienzo a acostumbrarme al sonido de gorrión que produce su voz. El perfume de su cabello es un soplo de todas las estaciones juntas. Desearía acercarme y hundir la barbilla en su nuca para inhalarla mejor.

Aaah, demonios... Si continúo pegado a ella es probable que lo haga. Creo que lo mejor será concluir el vuelo pronto.

Le indico que doble las rodillas porque voy a descender. Me lanzo un tramo en picado para molestarla y grita girando hacia mí. Intenta agarrarse de mi cuello, pero como su espalda está pegada a mi torso solo logra aferrarse a mi hombro. Maldice a mi madre en ese lenguaje florido e impropio de una dama y río. No recuerdo cuándo fue la última vez que reí tanto.

–Qué puta montaña rusa ni qué madres –agrega. Sacudo la cabeza sin dejar de sonreír. Mi estómago da un salto aéreo que se debe a otra cosa ajena al vuelo y la sangre se concentra en mi pelvis. Todo mi cuerpo vibra por la cercanía del suyo. Al tocar el suelo la desengancho de mí y flexiono las piernas para tomar impulso lejos de ella, pero me detiene tomándome la mano. Me mira con la mirada vidriosa y las pupilas dilatadas como dos lunas. Se estira para acariciar el plumaje oscuro en mi espalda electrocutando cada fibra nerviosa de mi cuerpo. Mi mente enviciada por multitud de recuerdos me lleva a nuestra primera despedida, con mis manos llenas de sangre. Dejo de sonreír. No hay nada por qué sonreír.

Oprimo el botón que despliega mi máscara para cubrir mi rostro.

Jalo mi hombro para sacudirme su mano del brazo. Ya fue suficiente convivencia por hoy. Quizá recupere algo del pasado durante la noche y deje de mirarme de esa forma. Nos haría a ambos un favor. Debo de dejar de pensar que este regreso tuyo es una oportunidad para que me perdones. No lo harás, no debes. Eso no debe ser la razón por la que volviste. Volviste para condenarme.

Le recuerdo que se baje la máscara en suelo firme y que oprima la celdilla del esternón para que la armadura vuelva a su lugar. Debe buscar su gabardina si es que aún no puede llamarla. Luego me elevo hacia las nubes y la dejo sola, en medio del prado.

 Luego me elevo hacia las nubes y la dejo sola, en medio del prado

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Siento tristeza por Caronte. ¿Qué creen que pudo haber pasado entre ellos? Ya lo iremos descubriendo. 

Gracias por seguir leyendo. Y muchas gracias por sus votos y comentarios. Con esto ayudan a que tenga presencia en plataforma. 😘

Nos seguimos leyendo.

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