29 Sila: La única mujer del Bohemian Grove

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Y así se termina un momento mágico

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Y así se termina un momento mágico. Aaash, ni que hubiera querido invadir su espacio personal para algo personal. No me llevo con Caronte (ni me simpatiza) como para hacer lo que hice. No es que hubiera tratado de insinuármele. La adrenalina fue la que me impulsó a portarme con ganas de besar a un sapo. A mí me gustan los mulatos y esto fue un exabrupto.

Me palmeo la máscara para cachetear la imagen de nosotros que estuve a punto de formular. No hay un «nosotros» con Caronte, Sila. No hay un nosotros con nadie. Este es el año del fin del mundo. Exhalo un suspiro. ¿Tomé el camino largo hacia la cafetería? ¿Cuánto tiempo llevo pisando la suavidad del pasto? Ya no veo a los chicos en el cielo. ¡Ah, mi gabardina está cerca del arbusto con forma de saltamontes! Corro hacia el saco para recuperarla. Giro en busca de la cúpula del Mausoleo y me doy cuenta de que estaba yendo en la dirección opuesta. Sila, idiota. Creo que mejor evitaré el contacto directo con Caronte de ahora en adelante. Cacheteo mi máscara con ambas palmas ahora. Esa Bestia me vuelve bruta. ¿Para qué rayos lo tocaste? ¿Qué tenías que estar haciendo agarrando su mano, sus alas? ¡Un simple gracias bastaba! ¡Aaash! Las alas de Caronte deberían ser membranosas para representar mejor su personalidad de murciélago arisco, no suaves como la seda. Es tan amargado.

Sonrío en cuanto recuerdo el tiempo en el aire. Naaah, la pasé súper y nadie va a arruinármelo. Le pediré a Thaumiel volar juntos la próxima vez. Brinco en mi lugar recordando el candor del sol, las nubes que parecían algodón de azúcar, y el momento incómodo se me olvida. Me voy corriendo hacia la entrada del Mausoleo con una sonrisa. Quiero contarle a Amand... no, no quiero contarle a nadie. No la pienses, no la pienses. Llevo casi un día completo sin llamarla. Puedo llegar a mi dormitorio sin otro tropezón. Piensa en la sensación de las nubes, en la velocidad del aire, en la cercanía con...

–¡Aaah! –grito al notar que Amanda se ha parado frente a mí con esa expresión siniestra de ojos de clara de huevo. Una mano me jala por la espalda y vuelvo a gritar. ¡Por mi madre!–. ¡Thaumiel! –Maldigo mil cosas. Mi corazón no puede recibir tantos sobresaltos de golpe. Me moriré otra vez.

–¿No tendrás uno de esos frascos de sangre a la mano? –le pregunto.

–Creo que ya te dije que solo Caronte carga esos.

–Recuérdame regalarle un smartphone de cumpleaños. Oye, ¿qué tal un pato? ¿Habrá alguno por aquí?

Retrocedemos sin dejar de prestar atención al espíritu de Amanda que en cuanto salga del trance estará de muy, muy mal humor. ¡Diablos! Tengo que conseguirme una ofrenda a como dé lugar.

Amanda susurra algo ininteligible. Lo repite varias veces y desaparece. Mis hombros caen relajados. ¡Uf! Y me tenso de nuevo cuando escucho el graznido del pajarraco de cierta persona odiosa. Pájaro del mal... No como carne, pero por ti haría una excepción. Te verías bien nadando entre papas y zanahorias cocidas.

–De verdad no puedes controlarte, ¿eh?

Meneo la cabeza ante Thaumiel. Soy un caso perdido, una verdadera looser. Detrás de él está el hocicón de Tártaro. Ahí tienes, amigo, la respuesta a tu teoría de las conspiraciones. Agradezco no poder verles las expresiones, las miradas de reprobación y de censura. Agradezco también que no puedan ver las mías. No estoy segura si Amanda se atrevería a poseer a algún incauto o incauta sin su máscara y las consecuencias que esto me traería. Esto no será una escuela, pero me siento como la inadaptada que está a punto de ser expulsada por mala conducta.

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