6 Caronte: Demonia o ente inmortal

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Cuando vuelvo al sitio del derrumbe, el sutil amargor de la carne en sus primeras horas de descomposición emana entre los escombros

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Cuando vuelvo al sitio del derrumbe, el sutil amargor de la carne en sus primeras horas de descomposición emana entre los escombros. Ni siquiera mi máscara impide que los huela. Hoy recolectaré un pequeño ejército de los recién nacidos a la muerte.

Clara sobrevuela el área emitiendo graznidos y revelo mi forma dando un paso afuera del Otro Lado. De inmediato los humanos me notan y los muertos también. Los cuerpos inertes buscan responder a mi llamado y por supuesto ningún hombre vivo permanece en el lugar. Se escabullen con escandalosas proclamaciones sobre una nueva puerta al infierno.

Idiotas ignorantes.

La espina se me entume con una presencia viva y aprieto el mango de mi guadaña. Clara desciende para posarse en mi hombro, sacude el plumaje negro y me indica que voltee. Su mente guarda poca capacidad de comunicación siendo cuervo. En ocasiones arroja palabras sueltas como ahora: «admonición». Cuando giro, es una joven con una arracada plateada en una fosa nasal quien se encuentra de pie en medio del desastre de concreto. Contamina con su energía vibrante el área de recolección. A pesar de la ropa y el cabello negro es como una pincelada de color. Sus mejillas rosáceas palidecen y sus ojos se agrandan al verme. Se encoge en gritos cuando uno de los cadáveres asoma la cabeza desde la tierra.

Qué fastidio.

Giro la guadaña para recolectar al muerto. Hay un sembradío de recién caídos aquí. Varios responden, mas nunca son suficientes. Ella podría incorporarse a mi colección así que alzo el filo. La chica se tapa la cara y frunce la nariz en un gesto que me recuerda a ti en tu primera encarnación, cuando naciste como Zarek. Su mejilla se alza y su ojo derecho se encoge. Detengo el golpe antes de terminar con ella. Aún muerto escoges los mejores momentos para ejercer tu influencia en mí.

«Zarek, Natakamani, Donovan, Alejo...», pronuncia Clara algunos de tus nombres como eco de mis pensamientos.

–¡Largo de aquí! –Mi voz retumba ronca. La fastidiosa entrometida se queda quieta por el miedo. Te moviste un segundo tarde, tonta mortal. Pesco su muñeca y la chica grita. Zarek... Ya no estás aquí para cambiar mis acciones. Hay tantas almas en este mundo como en un enjambre y, como en un enjambre, un alma tendrá poca o nula repercusión en el plan maestro del destino.

–¡Apártate! –me empuja Thaumiel. Gruño en respuesta y aprieto la frágil suavidad de la chica. Una abrasión de energía me envuelve la mano y entrecierro la mirada para observarla mejor. Se sacude buscando soltarse. Su cabello negro se desata de un nudo y cae largo en un lacio salvaje de puntas rojas. Las finas cejas se alzan en un ruego. Hay lágrimas de miedo adheridas a sus pestañas, pero también algo más electrizante en esos ojos delineados. Clara chilla desde mi hombro entreabriendo el pico. «Admonición», repite. El ave también nota la anomalía y retrae la cabeza en pausas entrecortadas para estudiarla.

Arrugo el puente de la nariz. ¿Qué cosa eres? ¿Demonia o ente inmortal? Como sea, ella no debería estar aquí.

–La regla es llevarla con Yalta, Caronte –me advierte Thaumiel.

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