Maldito Horde Prime Capítulo IX

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nota:la historia pertenece a Taylor Jenkins.

Nota:Esta es la tercera vez que subo la historia.ahhh, así que vamos de nuevo.

–Retomémoslo aquí mañana —propone Catrina . Hace tiempo que se puso el sol. Miro alrededor y veo los restos del desayuno, el almuerzo y la cena esparcidos por la habitación.

—Está bien —respondo.

—A propósito —añade, mientras empiezo a recoger mis cosas—, hoy mi publicista recibió un e-mail de tu editora. Le preguntaba por una sesión de fotografías para la portada de junio.

—Ah —digo. Netossa me ha llamado ya varias veces. Sé que tengo que
llamarla, ponerla al tanto de esta situación. Pero... no sé muy bien qué voy a hacer.

—Supongo que no le has contado el plan —prosigue Catrina .

Guardo mi ordenador en el bolso.

—Aún no.

Odio el ligero tono avergonzado que me sale al decirlo.

—No es problema —dice Catrina —. No estoy juzgándote, si eso es lo que
te preocupa. Dios sabe que no soy ninguna defensora de la verdad.

Río.

—Harás lo que tengas que hacer —concluye.

—Sí —respondo.

Pero aún no sé con exactitud qué es eso.

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Cuando llego a casa, me espera un paquete de mi madre junto a la puerta de mi edificio, ya en el interior. La recojo y veo que es increíblemente pesada.

Acabo empujándola con el pie por el suelo de baldosas. Luego la alzo por la escalera, de a un escalón cada vez. Y la arrastro hasta mi apartamento.

Cuando abro la caja, veo que contiene algunos de los álbumes de fotos de mi padre.

Cada uno tiene su nombre, James Grant, estampado en relieve en la
esquina inferior derecha.

Nada puede impedir que me siente allí mismo, en el suelo, y examine las
fotos una por una.

Hay fotografías de gente en el plató: directores, actores famosos, extras
aburridos, asistentes de dirección... de todo. A mi padre le encantaba su
trabajo. Le encantaba tomar fotos a personas que no estaban prestándole atención.

Recuerdo que una vez, más o menos un año antes de morir, aceptó un
trabajo de dos meses en Vancouver.

Mi madre y yo fuimos a visitarlo dos
veces allá, pero hacía mucho más frío que en Los Ángeles y él pasaba mucho tiempo en el trabajo. Le pregunté por qué. ¿Por qué no podía trabajar en casa?¿Por qué había tenido que aceptar ese trabajo?

Me dijo que quería trabajar en cosas que lo hicieran sentir vivo. Y agregó:

«Tú también debes hacer eso, Mermista. Cuando seas mayor. Debes buscar un

trabajo que te haga sentir que tu corazón es grande, no pequeño. ¿Entiendes?

¿Me prometes que harás eso?». Extendió la mano y yo se la estreché, como si estuviéramos sellando un compromiso de negocios. Yo tenía seis años.

Cuando tenía ocho, lo habíamos perdido.

Siempre guardé en mi corazón lo que él me dijo. Pasé mis años de
adolescencia con una intensa presión de hallar una pasión, algo que me expandiera el alma de alguna manera. No era nada fácil.

The lucky oneWhere stories live. Discover now