Brillante, Bondadoso y Torturado Bow Scribner Capítulo XXXIII

38 9 2
                                    

—Mejor paramos aquí —sugiere Catrina .

Tiene razón. Se hace tarde, y sospecho que tengo una cantidad de llamadas perdidas y de e-mails que responder, incluso lo que sé que será un correo de voz de David.

—Está bien —respondo; cierro mi cuaderno y detengo la grabación.

Catrina recoge algunos de los papeles y las tazas de café que se han acumulado durante el día.

Reviso mi teléfono. Dos llamadas perdidas de David. Una de Netossa.

Una de mi madre.

Me despido de Catrina y salgo a la calle.

El aire está más templado de lo que suponía, así que me quito la chaqueta.

Saco mi teléfono del bolsillo. Escucho primero el correo de voz de mi madre.

Porque no estoy segura de estar lista para saber lo que quiere decirme David.

No sé qué quiero que me diga, y por eso no sé qué cosa va a decepcionarme cuando no la diga.

«Hola, querida», dice mi madre. «¡Solo llamo para recordarte que pronto estaré allí! Mi vuelo llega el viernes por la noche. Y sé que vas a insistir en ir a esperarme al aeropuerto, por esa vez que me perdí en el metro, pero no te preocupes. De verdad. Puedo arreglármelas para llegar al apartamento de mi hija desde JFK. O LaGuardia. Ay, Dios, no habré reservado el vuelo a Newark sin querer, ¿o sí? No, no es así. Estoy deseando verte, mi albondiguita. Te quiero».

Ya estoy riendo antes de que termine el mensaje. Mi madre se perdió en Nueva York varias veces, no una sola. Y siempre, porque se niega a tomar un taxi. Insiste en que controla el transporte público, a pesar de que es nacida y criada en

Los Ángeles y, por ende, no tiene sentido de cómo se interceptan dos medios de transporte.

Además, siempre he detestado que me llame albondiguita. Más que nada,porque las dos sabemos que es una referencia a lo gordita que era yo cuando niña; redonda como una albóndiga.

Cuando termino de escuchar su mensaje y de responderle: «¡Tengo
muchas ganas de verte! Iré a esperarte al aeropuerto. Solo dime a cuál», llego a la estación del metro.

Podría convencerme fácilmente de escuchar el mensaje de David cuando llegue a Brooklyn. Y casi lo hago.

Estoy a punto de hacerlo. Pero me quedo en la entrada del metro y lo reproduzco.

«Hola», me saluda, con su voz ronca tan familiar. «Te escribí. Pero no me
respondiste. Eh... Estoy en Nueva York. Estoy en casa. Digo, estoy en el
apartamento. Nuestro apartamento. O... tu apartamento. Bueno, como sea.

Aquí estoy. Esperándote. Sé que debería haberte avisado antes. Pero ¿no crees que deberíamos hablar? ¿No te parece que hay más cosas que decir? Ya no sé lo que digo, así que voy a cortar. Pero espero verte pronto».

Cuando termina el mensaje, bajo corriendo la escalera, paso mi tarjeta y subo al tren justo cuando arranca.

Me adentro en el vagón repleto e intento serenarme mientras pasamos por una parada tras otra.

¿Qué mierda está haciendo en casa?

Bajo del tren y salgo a la calle. Me pongo la chaqueta al sentir el aire
fresco. Esta noche, parece que en Brooklyn hace más frío que en Manhattan.

Intento no correr hasta mi apartamento. Intento conservar la calma, la compostura. No es necesario que corras, me digo. Además, no quiero llegar sin aliento, y realmente no quiero despeinarme.

The lucky oneOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz