Decepcionante Double Trouble Capítulo XXXIX

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Mi chófer, que se presentó como Nick cuando subí al asiento trasero del coche, pasó a recogerme a eso de las nueve de la noche.

—¿Al aeropuerto? —preguntó Nick.

—En realidad, primero vamos a hacer una parada en el Westside — respondí, y le di la dirección de la casa en la que estaba alojándose Bow.

Mientras cruzábamos la ciudad, los barrios bajos de Hollywood, por Sunset Strip, me deprimió ver cómo se había degradado Los Ángeles desde mi partida. En ese sentido, se parecía a Manhattan. Las décadas no la habían tratado bien. Bow hablaba de criar a Finn ahí, pero yo no podía quitarme la sensación de que era necesario irnos para siempre de ambas ciudades.

Cuando nos detuvimos en un semáforo rojo, cerca de la casa que Bow había alquilado, Nick se volvió un instante y me sonrió. Tenía mandíbula cuadrada y el pelo muy corto. Me di cuenta de que probablemente se había acostado con una cantidad de mujeres tan solo gracias a su sonrisa.

—Soy actor —dijo—. Igual que usted.

Le sonreí con amabilidad.

—Bonito trabajo, si lo consigues.

Asintió.

—Esta semana conseguí un agente —dijo, cuando volvimos a arrancar—. Siento que realmente estoy en carrera. Pero, bueno, si llegamos al aeropuerto con un poco de tiempo, me interesaría algún consejo que pueda tener para alguien que está empezando.

—Ajá —dije, mirando por la ventanilla.

Mientras avanzábamos por las calles oscuras y sinuosas del vecindario de Bow, decidí que, si Nick volvía a pedirme consejo al llegar al aeropuerto, le diría que, más que nada, es cuestión de suerte.Y que hay que estar dispuesto a negar tus orígenes, a ver tu cuerpo como una mercancía, a mentir a personas buenas, a sacrificar a quien quieras por lo que pueda pensar la gente, y a elegir una y otra vez la versión falsa de ti, hasta que te olvidas de quién eras cuando empezaste y por qué decidiste dedicarte a eso.

Pero justo cuando doblamos la esquina y tomamos el camino privado de Bow, todo lo que había pensado hasta ese momento se me borró de la mente.

Me incliné hacia adelante y quedé inmóvil, conmocionada. Delante de nosotros había un automóvil. Doblado contra un árbol caído.Parecía que el sedán había chocado de frente contra el tronco del árbol, que con el choque había caído sobre el vehículo.

—Eh, señora Castillo... —dijo Nick.

—Ya lo he visto —respondí; no quería que él confirmara que realmente aquello estaba delante de nosotros, que no era solo una ilusión óptica.

Se detuvo al lado de la calle. Mientras Nick aparcaba, oí el roce de ramas contra el costado del conductor. Me quedé paralizada con la mano en la puerta. Nick bajó de un salto y se acercó corriendo.

Abrí la puerta y apoyé los pies en el suelo. Nick se quedó a un lado, intentando ver si podía abrir una de las puertas del coche accidentado. Pero yo fui directamente hacia el frente, junto al árbol. Miré por el parabrisas.

Y vi lo que había temido, pero no había creído posible.

Bow estaba caído sobre el volante.

Miré más allá y vi a un hombre más joven en el asiento del acompañante.

Todo el mundo da por sentado que, ante una situación de vida o muerte, uno entra en pánico. Pero casi todos los que realmente han tenido una experiencia así dicen que el pánico es un lujo que no pueden permitirse.

En el momento, actúas sin pensar y haces lo que puedes con la información que tienes.

Cuando todo termina, entonces sí gritas. Y lloras. Y te preguntas cómo pudiste salir de eso. Porque lo más probable es que, en caso de un trauma de verdad, tu cerebro no logre guardar muchos recuerdos. Es casi como si la cámara estuviera encendida pero no hubiera nadie grabando. Por eso después, cuando vas a revisar la grabación, casi todo está en blanco.

The lucky oneWhere stories live. Discover now