Mermista Y Catrina Capítulo XLIII

27 5 0
                                    

–¿Cómo que adiós? No te despidas, Catrina .

Me mira a los ojos y no hace caso de mis palabras.

—Cuando lo pongas todo en una sola narración —prosigue—, quiero que quede claro que, de todas las cosas que hice para proteger a mi familia, volvería a hacer cada una de ellas. Y habría hecho más, mis actos habrían sido aún peores, si hubiera creído que podía salvarlos.

—Creo que eso es lo que siente casi todo el mundo —le aseguro—.

Respecto de su vida y de sus seres amados.

Catrina parece decepcionada por mi respuesta. Se pone de pie y se acerca al escritorio. Saca un papel. Es viejo. Doblado y arrugado, con un tono naranja tostado en uno de sus bordes.

—El hombre que iba en el coche con Bow —dice Catrina —. El que dejé allí.

Eso es, por supuesto, lo más atroz que hizo. Pero yo no podría asegurar que yo no habría hecho lo mismo por un ser querido. No digo que habría hecho lo mismo. Pero no estoy segura.

—Bow se había enamorado de un hombre de color. Se llamaba James Grant. Murió el 26 de febrero de 1989.

Esto es lo que tiene la furia.

Empieza en el pecho.

Empieza como miedo.

El miedo pronto se transforma en negación. No, tiene que ser un error.

No, no puede ser.

Y entonces llega la verdad. Sí, tiene razón. Sí, puede ser.

Porque te das cuenta: Sí, es verdad.

Y entonces puedes elegir. ¿Estás triste o enfadada?

Y, en última instancia, la fina línea que separa ambos sentimientos se reduce a responder una serie de preguntas. La primera: ¿puedes atribuir la culpa?

La pérdida de mi padre, a mis siete años, fue algo por lo cual nunca pude culpar a nadie más que a una sola persona. A mi padre. Mi padre condujo borracho. Nunca había hecho algo así. Pero ocurrió. Y podía odiarlo por ello, o intentar entenderlo. Tu padre estaba conduciendo en estado de ebriedad y perdió el control del vehículo.

Pero esto. Saber que mi padre nunca se había puesto al volante de un coche estando borracho, que esta mujer lo dejó muerto al lado de la calle, falsamente incriminado por su propia muerte, con su nombre manchado. El hecho de que crecí creyendo que él había provocado el accidente. La acusación flota en el aire, como en espera de que yo la tome y la adhiera al pecho de Catrina .

Y el modo en que está sentada frente a mí, con remordimientos, pero no con arrepentimiento, me demuestra con claridad que está dispuesta a ser acusada.

Esta acusación es como una chispa sobre todos mis años de dolor. Y desata el incendio de furia.

Mi cuerpo se pone incandescente. Mis ojos se llenan de lágrimas. Mis puños se cierran, y doy un paso atrás porque me asusta lo que pueda llegar a hacer.

Y entonces, como ese paso atrás me parece demasiado generoso, vuelvo a acercarme a ella, la empujo contra el sofá y le digo:

—Me alegro de que no te quede nadie. Me alegro de que no quede vivo nadie que te quiera.

La suelto, sorprendida de mí misma. Catrina vuelve a incorporarse. Me observa.

—¿Crees que puedes compensarme entregándome tu historia? —le pregunto—. Todo este tiempo me has tenido aquí sentada, escuchando tu vida, para que pudieras confesarte, ¿y crees que tu biografía va a compensarme?

The lucky oneWhere stories live. Discover now