Maldito Horde Prime Capítulo XIV

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nota:la historia pertenece a Taylor Jenkins.

Nota:Esta es la tercera vez que subo la historia.ahhh, así que vamos de nuevo.

Pasé una semana y media escondida en el apartamento de Adora, en el
purgatorio. Todas las noches, Adora y yo dormíamos la una al lado de la otra en su cama, castamente.

Durante el día, me quedaba en su apartamento y leía libros, mientras ella se iba a trabajar en su nueva película para Warner Brothers.

No nos besábamos. De vez en cuando, nos demorábamos un poco cuando nuestros brazos se rozaban, cuando nuestras manos se tocaban, sin mirarnos nunca a los ojos.

Pero en mitad de la noche, cuando las dos ya estábamos aparentemente dormidas, sentía su cuerpo contra mi espalda y me arrimaba a ella, sentía la tibieza de su vientre contra mí, su mentón en el hueco de mi
cuello.

Algunas mañanas, despertaba junto a un mechón de su pelo e inhalaba
profundamente, intentando aspirar lo más posible de ella.

Sabía que quería volver a besarla. Sabía que quería tocarla. Pero no sabía con exactitud qué debía hacer ni cómo encararlo. Era fácil pensar que aquel beso en el lavadero en penumbras había sido algo fortuito.

Ni siquiera me costaba tanto convencerme de que lo que sentía por ella era simplemente platónico.

Mientras me permitiera pensar en Adora solo a veces, podía intentar
convencerme de que no era real. Los homosexuales eran inadaptados sociales.

Y aunque no consideraba que eso los hiciera malas personas al fin y al
cabo, quería a Bow como a un hermano no estaba preparada para ser una de ellos.

Por eso me dije que la chispa que había entre Adora y yo era tan solo una peculiaridad nuestra. Lo cual resultaba convincente siempre y cuando no fuera más que eso.

A veces la realidad te sorprende como un balde de agua fría. Otras veces simplemente espera con paciencia hasta que se te agota la energía que inviertes en negarla.

Y eso fue lo que me ocurrió un sábado por la mañana, cuando Adora estaba en la ducha y yo estaba preparando huevos.

Alguien llamó a la puerta, y al abrirla, vi el único rostro que me alegraba ver de ese lado del umbral.

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—Hola, Bow —lo saludé, y me acerqué para darle un abrazo, con
cuidado para que mi espátula no chorreara sobre su fina camisa informal.

—¡Qué sorpresa! —exclamó—. ¡Estás cocinando!

—Ya ves —respondí, al tiempo que me hacía a un lado y lo invitaba a
entrar—. Debe de estar volando algún cerdo. ¿Quieres unos huevos?

Lo llevé hacia la cocina. Espió la sartén.

—¿Te sale bien el desayuno? —preguntó.

—Si lo que quieres saber es si los huevos estarán quemados, la respuesta es: probablemente.

Bow sonrió y puso un sobre grande y pesado sobre la mesa del comedor.

El plaf que hizo al caer sobre la madera fue la única pista que necesité para saber lo que contenía.

—Déjame adivinar —dije—. Voy a divorciarme.

—Parece que sí.

—¿Por qué causa? Supongo que sus abogados no marcaron la casilla de
adulterio ni de Abuso doméstico.

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