Mermista Capítulo LXV

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Cuando entró al túnel del metro y cruzar los tornos, no dejo de preguntarme sí debería volver.

¿Llamó a su puerta?

¿Llamó al 911?

¿Debo impedir que lo haga?

Puedo volver a subir la escalera y salir a la calle. Puedo poner un pie delante del otro hasta llegar otra vez a casa de Catrina y decirle: «No hagas esto».

Soy capaz de hacer eso.

Solo tengo que decidir si quiero hacerlo. Si debo hacerlo. Si es lo correcto.

Ella no me eligió solo porque se sentía en deuda conmigo. Me eligió por mi artículo sobre el derecho de morir.

Me eligió porque le demostré una comprensión única de la necesidad de tener una muerte digna.Me eligió porque cree que puedo entender la necesidad de misericordia, aun cuando me cueste digerir lo que esa misericordia implica.

Me eligió porque confía en mí.Y presiento que ahora mismo confía en mí.

Mi tren llega a la estación con un sonido atronador. Necesito subir e ir al aeropuerto a recibir a mi madre.

Se abren las puertas. Baja una multitud. Sube una multitud. Un chico con mochila me empuja a un lado con el hombro. No subo al vagón.

Suena la campanilla del tren. Las puertas se cierran. La estación se vacía.Y me quedo allí. Paralizada.

Si crees que alguien está a punto de quitarse la vida, ¿no intentas impedírselo?

¿No llamas a la policía? ¿No derribas las paredes para encontrarla?

La estación empieza a llenarse otra vez, poco a poco. Una madre con su hijo pequeño. Un hombre con una bolsa de provisiones. Tres hípsters con camisas a cuadros y barba. Ahora la gente empieza a juntarse más rápido de lo que alcanzo a verla.

Necesito tomar el siguiente tren para ver a mi madre y dejar atrás a Catrina .

Necesito dar la vuelta e ir a salvar a Catrina de sí misma.

Veo las dos luces reflejadas en las vías, anunciando que se aproxima el tren. Oigo el rugido.

Mi madre puede llegar sola a mi apartamento.

Catrina nunca ha necesitado que nadie la salvará.

El tren llega a la estación. Se abren las puertas. Sale el gentío. Y solo cuando las puertas vuelven a cerrarse, me doy cuenta de que he subido al tren.

Catrina me confía su historia.

Me confía su muerte.

Y en mi corazón, creo que sería una traición si intentara detenerla.

No importa lo que yo sienta por Catrina , sé que está en pleno uso de sus facultades. Sé que está bien. Sé que tiene derecho de morir tal como vivió: según sus propias reglas, sin dejar nada librado al destino ni al azar, sino con todo el poder en sus manos.

Me sujeto del pasamano de metal que tengo delante de mí. Me balanceo con la velocidad del vagón. Hago trasbordo. Subo al tren del aeropuerto. Y solo cuando estoy frente a la puerta de «Llegadas» y veo a mi madre saludándome, tomo conciencia de que hace una hora que estoy casi catatónica.

Son demasiadas cosas.

Mi padre, David, el libro, Catrina .

Y en cuanto mi madre llega al alcance de mis manos, la abrazo y me hundo contra sus hombros. Y lloro.

The lucky oneWhere stories live. Discover now