Brillante, Bondadoso Y Torturado Bow Scribner Capítulo XXVI

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nota:la historia pertenece a Taylor Jenkins.

Nota:Esta es la tercera vez que subo la historia.ahhh, así que vamos de nuevo.




–¿Alguna vez se lo planteaste? —pregunto a Catrina .

Oigo el sonido apagado de mi teléfono, que suena en mi bolso, y sé por el tono de llamada que es David. No respondí su mensaje de texto durante el fin de semana porque no sabía bien qué responderle. Y después, cuando llegué otra vez aquí esta mañana, no pensé más en ello.

Extiendo la mano y apago el sonido.

—Cuando Adora se ponía así, no tenía sentido pelear con ella —explica Catrina —. Si las cosas llegaban a estar demasiado tensas, yo solía retirarme antes de que empeoraran más. Le decía que la quería y que no podía vivir sin
ella; después me quitaba la blusa, y por lo general allí terminaba la
conversación. A pesar de su actitud, había una cosa que Adora tenía en común con casi todos los hombres heterosexuales del país: lo que más quería era ponerme las manos en el pecho.

—Pero ¿te afectaron esas palabras?

—Por supuesto que sí. Mira, cuando era joven, yo habría sido la primera
en decir que no era más que un buen par de pechos. La única moneda de intercambio con la que contaba era mi sexualidad, y la usaba como dinero. No estaba bien educada cuando llegué a Hollywood; no era culta, no era poderosa, no estaba capacitada como actriz. ¿Qué otro atributo tenía que la belleza? Y estar orgullosa de tu belleza es contraproducente. Porque te
permites creer que lo único destacable de ti es algo que no dura mucho.

Prosigue.

—Cuando Adora me dijo eso, yo ya tenía más de treinta años.Sinceramente, no estaba segura de que me quedaran muchos años buenos.Pensé, claro, que Adora seguiría teniendo trabajo porque a ella la contrataban por su talento. Pero a mí, no sabía si seguirían contratándome cuando tuviera
arrugas, cuando mi metabolismo fuera más lento. Así que sí, me dolió mucho.

—Pero seguramente sabías que tenías talento —le digo—. Te habían
nominado tres veces para un Oscar.

—Estás apelando a la razón —responde Catrina , sonriendo—. Eso no siempre da resultado.

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En 1974, cuando cumplí treinta y seis años, Bow, Adora, Sea Hank y yo fuimos al Palace. Supuestamente era el restaurante más caro del mundo, por entonces. Y yo era de esas personas a las que les gusta ser extravagantes y absurdas.

Ahora lo recuerdo y me pregunto qué tenía en la cabeza, tirando el dinero como si nada, como si el hecho de ganarlo tan fácilmente me eximiera de toda responsabilidad de valorarlo. Ahora me mortifica un poco. El caviar, los aviones privados, y tanto personal que se habría podido hacer un equipo de
béisbol con ellos.

Pero fuimos al Palace.

Posamos para las fotos, sabiendo que terminarían publicadas en la prensa.

Adora nos compró una botella de Dom Pérignon. Bow pidió cuatro
manhattans. Y cuando llegó el postre con una velita encendida en el centro,los tres me cantaron mientras la gente miraba.

Bow fue el único que probó el pastel. Adora y yo estábamos cuidando la
silueta, y Sea Hank seguía una dieta estricta que le permitía comer poco más que proteínas.

—Prueba al menos un bocado, Catra—dijo Sea Hank con tono afable, mientras le quitaba el plato a Bow y lo empujaba hacia mí—. ¡Es tu cumpleaños,caramba!

The lucky oneWhere stories live. Discover now