Astuto Rogelio North Capítulo XXII

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nota:la historia pertenece a Taylor Jenkins.

Nota:Esta es la tercera vez que subo la historia.ahhh, así que vamos de nuevo.

Durante los siguientes dos años y medio, Rogelio y yo seguimos casados,viviendo en una casa en las colinas, desarrollando y grabando películas en Paramount.

A esas alturas, ya contábamos con todo un equipo: un par de agentes, un publicista, abogados y un administrador para cada uno de nosotros, además de dos asistentes en el plató y nuestro personal doméstico, incluida Luisa.

Cada día despertábamos en camas separadas y nos preparábamos en
sectores opuestos de la casa; luego subíamos al mismo coche y llegábamos juntos al plató, y nos agarrábamos de la mano apenas entrábamos.

Trabajábamos todo el día y después volvíamos juntos a casa. Entonces
volvíamos a separarnos para nuestros respectivos planes nocturnos.

Los míos solían ser con Bow o con algunas estrellas de la Paramount que me caían bien. O tenía alguna cita con alguien en quien podía confiar para que guardara el secreto.

Durante mi matrimonio con Rogelio, nunca conocí a nadie que me
desesperara volver a ver. Tuve algunas aventuras, sí. Algunas con otros actores, una con un cantante de rock, varias con hombres casados: los que era más probable que mantuvieran en secreto el hecho de que se habían acostado
con una estrella de cine. Pero ninguno significó nada para mí.

Suponía que Rogelio también tenía sus aventuras sin importancia. Y, en
general, así era. Hasta que, de pronto, dejó de serlo.

Un sábado, entró a la cocina mientras Luisa estaba preparándome unas
tostadas. Yo estaba bebiendo una taza de café y fumando un cigarrillo,
mientras esperaba que Bow pasara a recogerme para ir a jugar al tenis.

Rogelio fue a la nevera y se sirvió un vaso de zumo de naranja. Después se
sentó a mi lado en la mesa.

Luisa puso las tostadas frente a mí y luego colocó la mantequilla en el
centro de la mesa.

—¿Le preparo algo, señor North? —le preguntó.

Rogelio meneó la cabeza.

—Gracias, Luisa.

Y entonces los tres lo percibimos; ella tenía que excusarse. Algo estaba a punto de suceder.

—Empezaré con la ropa —dijo Luisa, y salió de la cocina.

—Estoy enamorado —confesó Rogelio cuando al fin nos quedamos solos.

Fue, quizás, lo último que pensé que me diría.

—¿Enamorado? —le pregunté.

Rio al verme tan sorprendida.

—No tiene sentido. Créeme, lo sé.

—¿De quién?

—De Lonnie.

—¿Lonnie Nathan?

—Sí. Hace años que nos vemos de vez en cuando. Ya sabes cómo es esto.

—Sé cómo es para ti, claro. Pero lo último que sabía era que la habías
dejado.

—Sí, bueno, no te sorprenderá saber que, en el pasado, he sido un poco...
digamos, desalmado.

—Sí, claro que podemos decir eso.

Rogelio rio.

—Pero empecé a sentir que podría ser agradable tener una mujer en mi
cama cuando despierto por la mañana.

The lucky oneWhere stories live. Discover now