XII

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Su madre lo recibió cálidamente con su receta secreta de Katsudon, lo abrazó con cariño y le preguntó emocionada por todo lo que hicieron en el viaje. Izuku se sintió mal, él no quería volver a su casa y al ver cómo su madre desbordaba alegría por volver a verlo, le partió el corazón.

Le devolvió la sonrisa y trató de contar todo lo que hizo evitando el detalle de que Katsuki estuvo presente en cada actividad. La señora regordeta aún no sabía que el cenizo era estudiante (una vez más) en la misma escuela que él. Inko estaba realmente feliz de que su hijo por fin pudo pasar unas vacaciones fuera de casa y además sin problemas por su segundo género.

Aún así el día fue aburrido, se la pasó encerrado en su habitación, acostado, navegando en su celular sin saber que hacer y dando vueltas a la cocina cada diez minutos esperando que mágicamente apareciera algo en la nevera. La racha de energía que había tenido esos días, se esfumó.

Su cuerpo se sentía pesado, las ganas de llorar volvieron a inundarlo y ese sentimiento pesado en su corazón lo aplastaba. Pensamientos intrusivos llegaban a su cabeza en cada momento, ¿¡Por qué!?¿¡Por qué su cabeza le hacía eso!?

Jaló de su cabello desesperado, ¿¡Por qué si paso una muy buena semana, parecía opacada por esa mierda!?

"Que asco, la vida es una puta mierda" y frases de ese tipo interrumpen cada uno de sus miserables intentos para animarse a sí mismo. Era como una voz incesante que lo atormentaba día y noche desde los seis años, por fin había escapado de ella por un corto periodo de tiempo durante ese viaje y ahora volvía a caer en sus garras.

Estaba teniendo otro ataque, otro maldito ataque. No quería sentirse así, estaba harto, cansado de todo, simplemente quería desaparecer. Se sentía encerrado, sofocado. Se hizo bolita en la esquina de su cama, pegando su espalda contra la pared y sosteniendo su cabeza entre sus manos tratando de regular su respiración, quería escapar de ahí hacia un lugar tranquilo.

Recordó el bosque y cómo seguía los pasos de cierto cenizo, sus huellas quedan marcadas en la nieve, esos hilos dorados eran iluminados por la luna y su rostro sereno junto a los pequeños conejitos que se acercaban a él. Ese momento le trajo paz por unos segundos, hasta que volvió a la realidad en su habitación oscura y desordenada.

No recuerda qué pasó esa noche. Era un borrón.

¿Su madre lo había escuchado gritar?¿Lo vio llorar?¿Volvió a verlo de esa forma tan miserable? No lo sabía, lo único de lo que ahora era consciente es que el ambiente entre ellos dos volvió a ser frío y sombrío, incluso más que antes.

Katsuki, por su parte, estaba acostado en su cama bajo las pesadas colchas tratando de contener su llanto. Su cuerpo dolía demasiado. Su maleta estaba tirada en medio de la habitación ya vacía mientras que un camino de ropa se hacía lugar desde la sala.

Su madre notó cómo intentó opacar el olor de un alfa, afortunadamente sus amigas y él lo hicieron lo suficientemente bien como para que la mujer no pudiera distinguir ningún aroma en especial. Solo dedujo que quiso borrar el rastro de feromonas de un alfa con los aromas dulces y ponentes de él y sus amigos.

Respirar le dolía mucho, no se movía por eso mismo. Había tosido sangre en medio de su castigo y eso hizo que la mujer se detuviera. Tal vez tenía una costilla rota, no lo sabía, pero quería dejar de sentir ese dolor.

Ya no sabía a quién dirigir ese sentimiento de enojo y odio. Por alguna razón la sola idea de seguir molestando al peliverde le parecía repulsiva. Estaba cansado de ese constante tira y afloja que había mantenido desde los seis años de edad. Al menos podía estar tranquilo dentro de lo que cabe, no tenía razón alguna para salir de su habitación las próximas tres semanas.

Sociedad de mierda [DkBk]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora