XXXIV

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Llegó a casa agotado mentalmente, arrastrando sus pies y sin poder quitarse el sentimiento amargo de haber visto las marcas en la piel del pecoso. Su tristeza y culpa habían opacado por completo las feromonas sexuales que habían desprendido apenas llegar a la cabaña. Fingió sentirse tranquilo, pero cuando se despidieron hace unas calles, su estado de ánimo decayó por los suelos.
 
Su padre lo miró desde la sala de estar y bajó el volumen del televisor. Su entrecejo se frunció cuando notó la mirada vacía y perdida de su hijo. Se levantó, preocupado y se acercó lentamente.

—¿Qué pasó? —preguntó con suavidad, pero el cenizo salió corriendo escaleras arriba.

Olfateó su aroma e hizo un gesto de desagrado, era un olor ácido que irritaba la nariz y garganta. Lo siguió después de recuperarse, para averiguar qué era lo que le había pasado.

Entró a la habitación y se sentó en la orilla de la cama, el cachorro lloraba desconsolado bajo las cobijas. Palmeó su cuerpo y le volvió a preguntar sobre lo que le sucedía. Estaba muy preocupado, ni cuando le confesó que había maltratado al pecoso se había puesto de tal forma. No le respondía, no soltaba ni una palabra y solo lloraba.

Después de largos minutos de estar escuchando su llanto, el omega pareció calmarse y se asomó sobre las cobijas. Sus ojitos estaban hinchados y rojos iguales que su nariz, soltó un quejido al percibir la luz de la habitación. Le dolía la cabeza.

—¿Ya estás mejor? —acarició su cabello suavecito y le sonrió levemente. El menor negó con la cabeza —Pero, ¿Qué pasó?

—I-Izu… —trató de hablar, pero volvió a romperse en llanto, cubriéndose de nuevo.

—Hijo, si no me dices qué sucede, no podemos arreglar nada —se acomodó mejor y lo destapó —¿Qué pasó? ¿Te hizo algo?

—¡No! —saltó a la defensiva casi de inmediato —¡Fui yo!

—Pero cuéntame —suplicó, nunca le gustó ver a su pequeño de esa forma.

—E-Es… —se volvió a formar un nudo en su garganta, sollozó y se tiró a abrazar a su padre, quien lo recibió muy confundido —Le hice mucho daño, mucho.

Masaru no comprendía del todo lo que el oji rubí le estaba diciendo. Lo rodeó con sus brazos y se acomodó para que la posición fuera más cómoda. Masajeó su cabello y lo escuchó con atención.

—Se ha-hace d-daño —decía entre hipos debido a su llanto que aún no se detenía, al castaño le costaba entender con claridad —S… —tomó aire, no podía ni hablar —Se cor-corta y yo vi s-sus ma-marc-as… —se aferró al alfa y su llanto aumentó de fuerza —E-Eran ho-horrib-bles y son mi cu-culpa.

Masaru solo lo escuchaba mientras lo abrazaba y se balanceaba, daba palmadas suaves en su espalda para tranquilizarlo poco a poco. Decidió no decirle nada para evitar alterarlo más, hablarían mejor después de que desahogue toda la tristeza que seguro había contenido durante toda la tarde.

Después de largo rato, el silencio llenó la habitación, trayendo aparente paz. El alfa acomodó al menor para que descansara, había caído dormido tras desahogarse lo suficiente.

Salió de la habitación para cocinar una rica sopa para cenar. El silencio era casi completo a excepción del agua hirviendo y el ruido que hacía al cortar los vegetales. El tiempo pasó con tranquilidad y calma, algo sumamente extraño en ese hogar. Las pisadas lentas del cenizo no se hicieron esperar, apenas servía la comida, al parecer el olor del caldo lo despertó.

El omega se veía realmente cansado, sus ojos estaban medio cerrados debido a lo hinchados que estaban y su nariz aún escurría un poco de moquitos. Se sentó en su lugar, cruzó sus brazos sobre la mesa y ocultó su rostro, quedando acostado.

Sociedad de mierda [DkBk]Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum