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La cacería

En medio del bosque, con la luz del sol siendo opacada por los árboles frondosos, mientras los animales bebían agua de un pequeño estanque y las aves cantaban.

Un alce se acercó a beber de las aguas cristalinas de un hermoso río, las ondas formándose en el agua y su cuerpo siendo reflejado bajo una sombra que lo hacía ver más grande de lo que era.

Le dieron al animal una belleza instantánea.

Estaba tranquilo y relajado, sin nada de qué preocuparse; sin embargo, escondida sobre los árboles y luciendo una vestimenta negra, se acercó al animal con sumo sigilo para no ahuyentarlo y que su comida no escapara.

Sujeto la ballesta y observó por la mira la cabeza del animal, estaba atenta y con la guardia en alto, soltó un gran suspiró y cuando el animal alzó la cabeza, ella ya tenía su punto fijo y claro.

Sonrió y antes de disparar el alce salió corriendo, alguien se aproximaba, estaba alerta a cualquier movimiento, ya no importaba su comida sino lo que se acercaba.

Desconfiando y apuntando con la ballesta a la nada, esperando que se acercara aquel ser; un ligero impulso le propuso marcharse, su piel se erizó y eso no era natural.

Por ello antes de que se acercara más a ella, salió corriendo a gran velocidad, esquivando ramas, saltando troncos y escondiéndose entre los árboles.

La ballesta pesaba en su espalda y cuando estaba lejos, el terreno era desconocido, bajó su arma y se sentó bajo un árbol.

su pecho subía y bajaba, de su frente bajaban gotas de sudor.

Los pasos de un animal cercano se aproximaron a ella, la hermosa apariencia que tenía el alce la dejó aturdida y con compasión. Sus ojos oscuros la miraban fijamente permitiendo que su reflejo se pegase en ellos.

El animal se acercó y la olfateó, pegando su nariz a su cuerpo olfateando cada centímetro de su ser, lamió sus manos y trató de lamer su rostro.

—Déjame —Se quejó apartando la cabeza del animal de su cuerpo.

Se apartó al sentir sus manos en su cara, y molesto movió su cabeza bruscamente, observó el pie de la chica y lo mordió, jalándole.

—¡DÉJAME! —Gritó sujetando su bota y frunciendo el ceño

Él la soltó ante la mirada he hizo una señal con su cabeza, diciéndole "vamos", confundía tomó su ballesta y le apuntó al alce para que se alejara de ella, pero el animal no se asustó y siguió su camino, tranquilo y relajado confiado en que la chica no le haría daño.

Al no saber a dónde ir, o ubicarse siguió al alce tratando de encontrar camino, todo estaba oscuro en esa parte del bosque, la luz ya no pasaba las hojas y eso le daba un ambiente oscuro y tétrico al bosque.

Mientras caminaba una luz al final del camino fue mostrada y eso le sorprendió bastante, había una pequeña colina a la cual se debía trepar, el alce solo se quedó allí observando aquella montaña.

Giró su rostro para observar al cornudo animal.

Él solo la miraba curioso por saber qué haría, estiró su mano con confianza dejando la ballesta a un lado sobando su cabeza con ternura.

Se dejó acariciar por la chica sin hacer movimientos bruscos o lastimarla, su mano era suave y cuando se cansó de su tacto se apartó de ella, caminando hacia atrás para luego salir corriendo.

Observó la colina analizándola, era alta por lo que le costó un poco subir con peso en su espalda, pero al ver los rayos del sol golpear sus ojos fue realmente satisfactorio.

Sonrió por el viento que golpeó su cara, el sol en la pradera y la tranquilidad del lugar.

Se había ubicado geográficamente, no estaba tan lejos de casa, solo debía caminar cinco kilómetros, durante el camino tarareaba una pequeña canción de cuna, para no sentirse aburrida.

Estaba muy cerca de casa, aunque sus piernas dolían el pensamiento de relajarse en la cama era su única motivación para seguir adelante.

Su padre aun no llegaba, su nana no la había visto salir y los sirvientes ignoraban su presencia como también todo asunto que tuviera que ver con ella, era un fantasma el cual encontraba las formas de escabullirse.

Pasó la valla de madera, y camino por el jardín trasero, a esa hora todos estaban ocupados en las labores del hogar por lo que no notaran su llegada, aquella mansión era enorme y con múltiples habitaciones que nunca eran usadas.

Entró por la ventana trasera que conectaba con un largo y extenso pasillo solitario, respiró tranquila al notar que nadie estaba cerca y antes de dar un paso para continuar caminando a su habitación, escuchó una voz familiar viniendo de su espalda.

—Bueno, bueno, bueno, miren quien se dignó aparecer, Violet Sallow —Una mujer rubia de ojos verdes estaba parada, cruzada de brazos y con el ceño fruncido

Al verla supo que estaba en problemas.

—Nana, ¿cómo estás? —Inquirió con un tono ingenuo.

—No me vengas con eso, ¿sabes durante cuánto tiempo te he buscado? —Se acercó a ella y la sujetó del brazo llevándola a su habitación a paso rápido.

Como esperaba estaba enojada, no le sorprendía para nada, se mantuvo en silencio para no empeorar las cosas o al menos que no recibiera un pellizco de su parte.

Entró abriendo la puerta con brusquedad, al entrar parecía preocupada y estresada.

Mientras que Violet solo se quedó observando sentada en la cama como era que buscaba en su closet.

Buscaba bruscamente la mejor prenda para que luciera, por la agresividad sabía que su enojo había aumentado. La pregunta era ¿por qué? Su nana dejaba vestidos en la cama, eran elegantes que solo usaba cuando tenía reuniones especiales.

—¿Sucede algo? Te vez muy estresada —Sostuvo uno de los vestidos, era de color rojo, con escote de corazón y una falda un poco larga que cubría sus rodillas.

—¿De verdad no recuerdas qué día es hoy? —Inquirió y en segundos recibo respuesta de la chica la cual negó con la cabeza —Dios, Violet hoy es el día donde conocerás a tus suegros, ¿no lo recuerdas?

El recuerdo vino rápidamente a su mente y una gran cara larga se dibujó en ella, había olvidado aquella fecha por completo; de ser libre como un pájaro a estar encerrada con un animal enjaulado.

Su compromiso, fue una de tantas batallas que perdió.


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Una maldición de sangre y dolor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora