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    Habían pasado las semanas. Varios amaneceres, varias lluvias. Habían pasado besos y abrazos, apodos cariñosos y detalles.

    Todo iba bien, su relación funcionaba de maravilla. Se complementaban, congeniaban. Jungkook y Jimin parecían hechos el uno para el otro. Parecían inseparables. Casi todas las noches dormían juntos, casi a todos lados iban juntos.

    De a poco, empezaron a compartir sus amistades: los amigos de uno eran los amigos del otro. La madre de Jungkook se había acostumbrado a que Jimin estuviera en su casa.

    Jimin se había metido tan profundo en la vida de Jungkook... como si siempre hubiera estado allí. Comían las mismas cosas, compartían su ropa y seguían una serie.  Los fondos de pantalla de cada uno eran una foto de ambos, sus nombres de contacto tenían corazones y se sabían el pin del otro. Incluso hablaban parecido, las maneras y los gestos de Jimin parecían haberse mimetizado a los de Jungkook.

    En cada rincón de la habitación del menor, había algo que le recordaba a Jimin. Cada calle por la que caminaba era un paso que ya había dado con él. 
Estaba por todas partes. En sentido figurado y literal.
Se lo cruzaba al hacer mandados, en la parada del bus, en el trabajo... era como si el destino quisiera que estuvieran juntos, uniéndolos siempre que podía. Romántico. Se preguntaba si antes también se lo cruzaba tanto, solo que no lo notaba porque no lo conocía.

    Estaban en una relación abierta, pero era como si no lo fuera. Invertían todo su tiempo libre en el otro, sin dar lugar a que alguien más entre en la relación. Jungkook no estaba acostumbrado a eso, pero por alguna razón se sentía bien. No tenía tiempo a sentirse mal. Jimin complacía todos sus deseos y viceversa. Lejos de sentirse ahogado, se sentía satisfecho. 

    Cuando cumplieron el primer mes, Jimin compró dos anillos —uno para cada uno— de plata. Ambos los lucían con cierto orgullo.
Como muestra de afecto, porque sentía afecto, Jungkook le regaló un buzo con capucha y el dibujo de una calavera en la espalda. La ilusión en los ojos de Jimin al recibirlo era para encuadrar. 

    —Creo que esto va para largo —le dijo Jungkook a Jimin una noche fría en la que ambos estaban abrazados debajo de las cálidas mantas, sin ropa, mirando el cielo raso.

    —Lo mío es para siempre —decretó Jimin antes de sellar sus palabras con un beso apasionado. 

    Nunca habían tenido una discusión, nunca hubo ningún tipo de percance. Eran la pareja perfecta, todo era color de rosa. Buenas conversaciones, buenos momentos, buen sexo. Sentido del humor y seriedad cuando fuera necesaria. Todo encajaba, todo fluía con naturalidad, nada era forzado. Se entendían y aceptaban con virtudes y defectos.

    Jungkook no recordaba la vez que se había sentido tan libre y tan seguro al mismo tiempo con alguien, tal vez nunca le había pasado. Lo que se sentía como algo nuevo, pasó a ser cotidiano en su vida.  Y le encantaba. 

    Era una inusual noche estrellada de otoño. Había nubes, pero no llegaban a cubrir por completo el cielo. La temperatura era templada, como si el verano tuviera ganas de volver antes de tiempo. Galaxia, o más bien Jimin, había invitado a Jungkook, por ende también a sus amigos, al toque de rock en el que iban a hacer de teloneros junto con otras bandas pequeñas. Era al aire libre, la entrada era gratis. Se podía entrar con cualquier tipo de bebida o cigarro, era abierto al público. Iban a asistir desde niños hasta vendedores ambulantes. 

    Jungkook estaba en la parada del bus junto con Namjoon y Taehyung, esperando el ómnibus especial que los llevaría al concierto. Pues resulta que, a cierto horario, pasaban buses que iban directo al lugar con el nombre de la banda principal. Era un viaje de más o menos una hora, más que nada por el tráfico. Parecía que todo el país iba al toque. 

Para Siempre [Kookmin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora