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    Había dejado la puerta de la casa abierta. La respiración de Jungkook estaba agitada. Temía.
Jimin le había sacado fotos bañándose y durmiendo.

    Jungkook avanzaba por la vereda a la velocidad máxima que le permitían sus piernas. Corría.
Jimin lo había perseguido a todos los lugares a los que había ido.

    Cada tanto, miraba para atrás, paranoico, asegurándose de que estaba solo. Huía.
Jimin había estado ahí cuando se besó con Taehyung, Jimin había estado ahí cuando Taehyung volvió del hospital. Jimin había amenazado a Taehyung con lastimar a los familiares del chico si se acercaba a Jungkook. Había fotos, había mensajes, había llamadas perdidas.

    Jungkook lloraba. Aceleraba sus zancadas con mocos goteando de su nariz y vaho saliendo en forma de nube de entre sus labios. Tosió, cerró los ojos con fuerza. Sufría.
Jimin le dijo, entre gritos y reclamos, que había hecho todo porque lo amaba, desesperado.

    Temía por su seguridad; corría hacia su libertad; huía de todo; sufría por su amor.
Se alejaba del horror y cada vez estaba más cerca de su paz. Todo siempre había sido muy claro, todo siempre había sido tangible... Pero él fue cegado por la influencia del diablo verde y de Dioniso; entonces no pudo ver, entonces no pudo presentir. 

    Las piernas le dolían y tenía una puntada en el costado, pero la fuerza imparable que ejercía la verdad era su porfiado motor. Sentía el pecho frío, pero no era por falta de pasión. Estaba mareado, hiperventilado, entre certezas e incertidumbres.

    Divisar el portón de la casa de su amigo fue como respirar después de estar sumergido en lo profundo del océano y ver tierra firme, fue como sacarse los pesados patines por última vez y sentirse —por fin— ligero, fue como si todo el mundo conspirara a su favor y solo tuviera que avanzar, fue como si se diera una ducha caliente y con ella se drenara la infección de sus dilemas.

    Pasó la mano por entre los barrotes, abrió el pasador. Cruzó el portón. Trotó hasta la puerta, regulando su respiración. Sorbió su nariz, secó sus lágrimas con sus manos y los puños de las mangas de su campera. Golpeó la puerta con la palma de su mano. Nadie abría. Tomó el pestillo y lo bajó, estaba trancado. Volvió a golpear. Nadie abría. Miró hacia atrás, nervioso. Pateó la puerta y volvió a insistir con la palma de su mano. Entonces sintió el ruido metálico de unas llaves. El corazón le latía a mil por hora. Se escuchó la cerradura y se vio al pestillo siendo manipulado desde el otro lado de la puerta. Esta se abrió hacia adentro, dejando ver al chico con el que tanto ansiaba encontrarse.

    Se miraron. El rostro de Jungkook estaba rojo, gotas de sudor caían de su frente. Su pecho se expandía en cada bocanada de aire que tomaba.
Se miraron a los ojos, sin decir nada. Estaban hablando con el movimiento de sus pupilas. Taehyung elevó las cejas, preocupado. El semblante de Jungkook parecía suplicar por el perdón de una culpa que no era suya. Taehyung apretó los labios y desvió la mirada.

    —Por favor... —imploró el más alto con voz lastimera, buscando los ojos del contrario con los suyos.

    Taehyung, aún con la vista clavada en cualquier punto que evitara el enfrentamiento con Jungkook, se hizo a un lado.

    El pelinegro entró a la casa, cerró la puerta de un golpe, de inmediato. Tomando desprevenido a Taehyung, le quitó las llaves de las manos y trancó la puerta. Lo siguiente que hizo fue ir hasta las ventanas y cerrar las cortinas. Caminó hasta el interruptor de la pared, apagó las luces. Volvió a una de las ventanas y entreabrió la cortina izquierda de forma que apenas pudiera ver lo que ocurría afuera, sin ser notado por nadie.
La madre de Taehyung salió de su habitación vistiendo un pijama.

    —¿Qué está pasando? —preguntó ella, algo turbada.

    Jungkook hizo una seña con su dedo índice sobre sus propios labios para pedirle que guardara silencio. Al reconocerlo, su rostro pareció expresar que sabía exactamente lo que estaba pasando. Taehyung se acercó a él. Jungkook le tomó la mano. La mujer se quedó estática, mirándolos a ambos. Jungkook miraba a través del vidrio con un solo ojo, en su mente sonaba un piano disonante. Fue entonces que se dio cuenta: había dejado el portón abierto. Jungkook tragó saliva, asustado. Miraba hacia la vereda, en suspenso.
De pronto, reprimió un grito: Jimin apareció en su campo de visión. No podía apartar la vista.

Para Siempre [Kookmin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora