Capitulo XII - Gavrel

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Me retiro de la mansión sin despedirme de Val para no hacer más difícil este momento. Sé que le prometí que iría conmigo a los negocios, pero no puedo arriesgarme a que la vean. Ya es conocida por su historia, con eso es suficiente.

Nos hemos acercado al almacén. La estructura está hecha cenizas, no hay nada que se pueda rescatar. El aire apesta a gasolina y metal quemado. Estoy tan molesto, pero tengo que aceptar que tienen los pantalones bien puestos para enfrentarme a mí y a La Orden. Me doy la vuelta y veo que poco a poco llegan los jefes. El primero en llegar es Emir Telci, jefe de la mafia turca, junto a su capo Kadir Peker.

— Te han jodido tan feo, Gavrel, que aún no puedo creer que no hayas destruido todo Nueva York.
—volteo los ojos y lo saludo.

—Emir, un placer verte, amigo mío.

En eso llega John y suelta esa maldita risa de infierno.

—Es raro que no hayas quemado Nueva York aún, parcero. Yo lo hacía quemando el mismo mundo entero y más cuando la Reina Roja fue atacada —dice John. Este cabrón sabe algo.

—Vamos, John, todos sabemos que si Gavrel no ha quemado el mundo es porque lo que viene es peor que eso, ¿no es así, querido amigo?
No sé cuándo carajo llegó, pero Kairo es conocido por su forma de escurrirse sin que nadie lo note.

—¿Cuándo carajos llegaste que no me di cuenta? Mierda, hombre, das miedo —dice Leonardo, parándose al lado mío, y su capo, Juan, detrás de mí.

—Lo mismo quiero saber ¿cómo llegaste tú también?

—Por algo me dicen la cobra.
Lo miro y todos nos echamos a reír. Leonardo es el más loco de todos.

—A ver, los he reunido porque acabo de perder 10 millones de dólares con el cargamento que iba a ser enviado a cada uno de ustedes. Kairo, la primera entrega de droga también se perdió y perdí 2.5 millones. Mierda, estoy que exploto. Eso significa que no solo perdí yo, sino ustedes también.—
Todos arrugan su rostro, están furiosos como yo.

—¿Usted qué come que adivina? Parcero, no solo perdiste tú, perdimos todo, pero lo que quiero saber es quiénes son los pirujos con los huevos bien puestos —dice John.

—Fue ese maldito albanés con los italianos, lo sé —dice una pequeña voz en el lado opuesto de Kairo.

Todos voltean a mirar y sacan sus armas al mismo tiempo que yo, pero esa voz la reconozco y veo a mi jodida mujer, que aparece en la oscuridad tan silenciosa como un murciélago, con Sergei y Edward a cada lado y los cuatro brigadieres detrás de ella. Viene con mis malditos brigadieres, les juro que esta mierda no lo puedo creer. Los tacones de sus botas suenan con eco al entrar al lugar.

—Pero mira a quién tenemos aquí —dice Leonardo, viéndola con ojos de depredador.

—Más vale que quites esa maldita mirada de depredador que tienes hacia mi mujer —le digo a Leo, mientras sonríe y me voltea a mirar.

—¿Mujer? No me digas que te pusiste la soga al cuello —dice John.

—Tranquilo, hermano. En los diez mandamientos de la mafia, el más importante de todos es «No se mira a las esposas de aquellos que son nuestros amigos». Es uno de nuestros mandamientos más importantes.

Hasta el momento, de nosotros cinco, soy el que está comprometido y ellos aún no lo sabían.

—¿Qué carajos haces aquí, Valeria? —Me acerco a ella, mirándola de arriba abajo. Está jodidamente hermosa con sus botas, jeans ajustados, top rojo y chaqueta de cuero, digno de ella.

—Me prometiste que iría contigo a cualquier negocio, ¡pero no! Me dejaste en casa sola, y aparte de eso, tuviste el descaro de dejarme a los cuatro guardaespaldas que te puse. ¿Eres sumamente estúpido o te hace?

—Acaba de insultar al Pakhan de la mafia roja. Este definitivamente lo tengo que atesorar —dice Liam.

—Te va a asesinar cuando termine con ella —escucho a Emir y Kairo susurrar.

—Cállense —les digo.

—Quién diría que la perdición del Pakhan sería una mujer .—Miro a Leonardo, que sonríe de oreja a oreja.

— Cabrón, algún día te tocará, y ahí me echarás un cuento —le digo.

Volteo hacia mi prometida, que aún está parada con los brazos cruzados y mirando alrededor como si estuviera buscando algún indicio de amenaza. Los demás jefes de jefes la siguen mirando, preguntándose qué demonios hace, pues no tiene el tamaño para lo que se está enfrentando, pero sí tiene los pantalones bien puestos.

—Te repito que decidiste dejarme en casa como si fuera un animal encerrado, así que decidí venir y resulta que solo viniste con Mateo y Greg, dejaste a tus guardaespaldas cuidándome. Qué bonito. Así que mejor vamos al grano.

Saca su celular y llama a alguien.

—Sara, entra por favor, y trae a Luis y José.

Miro hacia la entrada cuando veo a Sara entrar con dos hombres. Ella no puede hablar en serio, estoy seguro de que no me pondrá más guardaespaldas de los que tengo.

—Dime que son para que te cuiden a ti y no a mí.

—Pues estás equivocado. Déjame presentarte a Luis y José. Se unirán al equipo que te asigné y no cargas. Como si fueras un hombre a prueba de balas y con una fortaleza impenetrable, y ustedes cuatro —se dirige hacia los cuatro guardaespaldas. Veo cómo Pavel, Nikola, Dimitri y Andréi se tensan—. Los contraté para que cuidaran al Pakhan, pero decidieron quedarse en la mansión para cuidarme. ¿A quién creen que están desobedeciendo?
Agarra a Nikola de la camisa, jalándolo hacia ella. Saca su arma y lo apunta. Todos vuelven a sacar sus armas, incluso yo. Ella lo mira fijamente mientras detrás de ella se paran Sergei y Edward. El valor que esa mujer tiene para agarrar a un hombre de casi 1.80 metros y jalarlo hacia abajo y apuntarlo con un arma, eso es jodidamente loco.

—Parcero —me dice John—, tu esposa está loca.

—Hermano, si yo fuera tú, a esa fiera no la hago enojar nunca —dice Emir, y a la vez asiente Kairo, agregando:

—Las mujeres son el arma más poderosa que un hombre puede tener, porque a ellas no les temblará la mano a la hora de defender y cuidar lo que les pertenece. Es como una leona cuando va a proteger a sus crías de los depredadores. ¿Por qué crees que el león, a la hora de cazar, no se inmuta por ir? Sus leonas son tan jodidamente fuertes que no necesitan del rey de la selva —nos dice Kairo.

—Mientras me alejo de ellos, veo cómo Val tiene a Nikola. Me acerco más a ella, mientras los jefes de la mafia están en silencio. Mis brigadieres permanecen en silencio, solo sonríen. Incluso mis socios sonríen al ver las agallas de mi mujer.

Me acerco mirándola con tanto orgullo y le digo que dejaré que termine el trabajo y no voy a decir ni una sola palabra, pero que en casa lo arreglamos. Me acerco a Nikola y le digo:

—Intenta hacer un mínimo de esfuerzo en moverte o hacerle daño, y juro que mi tortura será peor que la que ella te dará. Es más, no te daré el privilegio de que la toques, porque antes de eso tendrás una bala en la cabeza —me retiro, dándole un largo beso.

—¿Sabes qué me molesta más, Nikola? Te confié la vida del Pakhan y te puse a cargo de tres de mis mejores hombres. Los puse a tu maldita disposición para que lo cuidaras. Nuevamente te repito, cuidarás a mi marido. Pero resulta que se perdió un cargamento de 10 millones de dólares. Y qué casualidad que hace dos semanas tuviera un maldito atentado.
Luis trae una silla y Sara carga un maletín diferente al que siempre trae, mientras José carga el otro maletín de ella. Luis coloca la silla en el centro de todos nosotros, y cada uno toma un lugar a ambos lados de la silla.

—Here will be a massacre —dice Leonardo. (Aquí habrá una masacre).

—I bet 100 thousand that she tortures him herself. —responde Kairo. (Apuesto 100 mil a que ella misma lo tortura).

—I bet a bugatti that today will run a river of blood. —dice John. (Apuesto un bugatti, a que hoy correrá un río de sangre).

—Estoy jodidamente loco por ver a la Gran Reina roja en acción—dice Emir.

Sigo en estado de shock al ver a mi prometida enfadada. Nunca antes la había visto de esa manera, ni la había presenciado en acción, y juro que esto está mal, pero solo verla así me excita intensamente.

Orquídea Roja [ Libro#1 De La Orden]En Físico Where stories live. Discover now