CAPITULO XXVII - VALERIA

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Le hago un gesto para que se calle y luego señalo otra puerta. Nos acercamos poco a poco, con nuestras armas a la altura de los hombros. Mi corazón late con fuerza en mi pecho, mientras mi respiración se vuelve más pausada.

Lentamente, Gavrel alcanza el pomo de la puerta. Veo a los ojos de él y, mientras él asiente, con su arma apuntando a la puerta, la abre.

Tanto Mileyka, Marianela y yo disparamos, mientras Milagro y Silvia cuidan nuestras espaldas. Justo en ese momento, otro disparo golpea el chaleco de Gavrel, haciéndolo retroceder.

Pavel y Gregory se lanzan hacia adelante, abriendo fuego junto a Luis y José, llenando la habitación con balas al ver que le dispararon a Gavrel.

—Gavrel, cariño, ¿estás bien?
En ese momento, otro disparo suena, dándole en el brazo y haciéndole soltar el arma. La visión de mi esposo sangrando, viendo cómo se sostiene su brazo, me llena de ira. Le quito la ametralladora a Milagro. Les ordeno que me cubran, vacío el cargador y tomo mi Glock, y continúo hasta que llego al cuerpo agujereado del maldito guardia.

—Malysh, guarda tu munición. Aún tenemos que encontrar a Castel —dice Gavrel.

—Él está muerto, Gavrel. Lo sé. De ahora en adelante seré tu maldita guardaespaldas, te guste o no —deja escapar una risa.

—Habló la reina —dice Kairo, y todos se echan a reír.

Le desabrocho el cinturón para poder hacer un torniquete en su brazo y que deje de sangrar.

—Pequeña, no es lugar ni momento indicado —me dice con una sonrisa en su rostro.

—Cállate, maldito engreído —le digo tratando de asegurarme de que esté bien apretado.

—¿Te encuentras bien? —le pregunto.

—Sí, pequeña orquídea.

—Denme una maldita señal de Castel. Quiero ver morir al maldito viejo y tomar mi lugar —dice Alessandro por el auricular, mientras empezamos a salir de la habitación.

—Nada —respondemos todos uno tras otro.

Justo cuando pasamos con cautela para salir, veo a un grupo de hombres corriendo hacia el ala oeste de la propiedad. Sin perder ni un maldito segundo, abro las puertas y salgo corriendo.

—Tengo a Castel a la vista. Se dirige hacia el ala oeste de la mansión —les digo a nuestros brigadieres y guardaespaldas. Soy la primera en abrir fuego contra el grupo, derribando a tres guardias antes de que comiencen a devolver el fuego.

Liam elimina a dos de los hombres, Gabriel dos más, mientras Stefan y Marcos terminan con el resto. Puedo escuchar a Castel maldecir. Le suelto un tiro en la pierna para que no pueda huir. Mientras Castel cae de rodillas y lucha por ponerse de pie, dejo escapar una risa.

—Pero mira a quién tenemos aquí, a la Reina roja —me dice con una sonrisa que me da asco.

—No la mires, no le hables y estúpidamente no le sonrías. —Gavrel se acerca lentamente a él, saca su Glock y presiona el cañón contra su cabeza—. Ahora solo mírame a mí y dime, ¿de qué estabas huyendo, Castel? ¿A qué le tienes tanto miedo, a la muerte?
Con mis chicas aún cuidándome la espalda, asiento con la cabeza hacia la casa.

—Camina, que tenemos mucho de qué hablar —le dice Alessandro con odio en los ojos. Castel es desarmado y arrastrado a la fuerza por su hijo. Una vez que están dentro de la casa, nos acercamos para empezar a ver el espectáculo.

—No deberías haberte metido con la esposa de Gavrel —entre risas le dice Emir.

—¿De verdad pensaste que podrías atacar a Gavrel y que nos quedaríamos de brazos cruzados?

—Vete al infierno, Kairo —escupe el anciano, con el odio ardiendo en sus ojos.

—Ya estamos en el maldito infierno, parcero —responde John.

Verlo en el piso es una maldita emoción, al fin está al frente de nosotros y poder ver cómo lo destruyen lentamente, como él me destruyó a mí, y esa maldita venganza la obtendré cuando lo vea sangrar como yo lo hice.

—Amor, es todo tuyo. Hazlo sangrar por mí, como yo lo hice hace un mes. Bríndale la muerte más miserable que puede haber. Oye, Kairo —lo veo mirando hacia donde estoy con Gavrel.

—¿Qué puedo hacer por ti, Valeria?

—Tú que eres de Asia, bueno, de Japón. ¿Has escuchado la muerte por mil cortes? Es una técnica de China, prácticamente.

—Eso no suena nada bonito —dice Leonardo mirando a Kairo.

—Y no lo es —responde él—. Fue una forma de suplicio chino utilizada hasta principios del siglo XX para ejecutar penas de muerte.

—¿Cómo se realiza? —pregunta Alessandro—. Suena interesante.

—Lo primero que debemos hacer es desnudar al imbécil y atarlo a cualquier poste, infligiremos múltiples cortes; cientos o miles, entre más, mejor. En aquellos tiempos estos cortes eran superficiales para lograr causar un mayor dolor, evitando a toda costa una hemorragia que le provoque la muerte antes de tiempo. Queremos que sufra lo más posible. Al final, descuartizaremos al maldito, no habrá anestesia ni compasión, ni droga que le ayude a sobrellevar el sufrimiento. 

—Mierda, dime, Valeria, que eso no es lo que estás pidiendo que hagamos —dice Emir.

—Es lo que solicito. Será su castigo. Coloquen unos auriculares, quiero oírlo —indico—. Además, como si a ustedes no les gustara torturar.

—Si es lo que pide la Reina, se hará —me dice Gavrel, dándome un beso—. Llévenla a casa. Silvia, revísala y que descanse.

Asiento, alejándome de ellos con veinte escoltas en total, más mis ocho guardaespaldas. Me doy la vuelta para dirigirme a la puerta de salida, bueno, que ya no es por Leonardo. Le doy las gracias a todos y me retiro. Llamo a Sara para que le indique al Sr. Alexis que tenemos a Castel y que ya pueden regresar.

Orquídea Roja [ Libro#1 De La Orden]En Físico Where stories live. Discover now