Capitulo XI

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Me despierto por el ruido de unos cajones abriéndose y cerrándose, lentamente me siento en el sofá en el que me quedé dormido. De repente los recuerdos de lo que pasó anoche vienen a mí, el atentado que me hizo el idiota de Cesar por no querer aceptar que abra un maldito prostíbulo en Toronto, soy muy firme con ese tema y cuando yo doy una orden se tiene que obedecer.

El muy maldito se salvó por un pelo, pero cuando logré ubicarlo, cosa que no me tomará mucho tiempo, deseara nunca haber puesto un pie en este país, odio que los extranjeros quieran venir a dictar las órdenes en mi territorio, no trabajé todo este tiempo para que vengan y hagan con mis negocios lo que se les plazca.

Me levanto del sofá y observo mi alrededor, puedo asegurar que aún es temprano, imagino que a esta hora Fiorella se levanta y prepara para ir a la mansión. Hablando de ella, se encuentra ya bañada y lista para empezar su día, ahora que la tengo únicamente en mi campo de visión la detallo hasta sentirme satisfecho.

Lleva uno de sus típicos vestidos sencillos que siempre acompaña con sus suéter de colores, los días que voy a la mansión por lo general son los días de inventario de los casinos que son los jueves y sábados, en esos días la chef lleva los días jueves un suéter verde que resalta más sus ojos y los sábados lleva uno blanco, lo que la hace parecer una especie de ser mitológico, los restantes días de la semana no sé cuales son sus elecciones de colores, tomo nota mental de preguntarle a mi informante predilecta, mi prima Anastasia.

Descarto la posibilidad de preguntarle a Jennifer, la muy desgraciada se reiría de lo patético que me veré preguntando por ese tipo de cosas, pero ¿Pueden culparme?

Desde que tengo uso de razón nunca nadie me a provocado alguna sensación de paz o tranquilidad conmigo mismo, nadie a logrado que me sienta cómodo en mi propia piel, pero no sé que tenga esta pequeña mujer que con tan solo verla de lejos unas cuantas veces a las semana ha callado las voces en mi cabeza que me piden a gritos sangre.

Desde los doce años algo en mí se desató, no tengo control de mis acciones cuando las voces piden y piden que desate mi ira, mi furia y mi sed de destrucción. Aveces creo que nací para matar como decía Charles, que solo puedo sentir odio, desprecio y unas inmensas ganas de mierte. Lo creía, estaba seguro de que tenía razón, que sólo podía albergar oscuridad en mi mente y corazón.

Pero desde que Fiorella llegó a mi vida las voces no se oyen, cuando sonríe y soy capaz de ver ese gesto en ella, la sed de sangre se disipa, no sé que tenga esta mujer pero por ahora necesito cambiar las ideas que mi hermano le haya metido en la cabeza.

Se encuentra de espaldas a mí en su pequeña cocina, parece que está preparando ¿Café?

-Buenos días señorita Fiorella-me enoja tener que hablarle con esta formalidad pero solo cambiará si me sé ganar el privilegio de tutearla.

-Buenos días-se gira con una taza en las manos que me entrega, la tomo y le doy un pequeño sorbo al café,la verdad odio el café pero ella se tomó el tiempo de preparalo así que lo tomaré-¿Aún se siente mareado?-pregunta viéndome directo a los ojos, esa mirada esmeralda que no ha salido de mi cabeza me hace estremecer.

-La verdad es que ya estoy mejor-le digo mientras trago con mucho esfuerzo la bebida-Le agradezco nuevamente.

-Bueno, ya que se siente mejor-dice mientras se sienta en el sofá que ocupé para dormir-¿Me quiere explicar como terminó con una puñalada en su abdomen?-arquea su ceja de manera desafiante.

-Directo al grano eh-me coloco en la mesita de café que está frente a ella, suelto un suspiro y le digo-No sé si lo sepa señorita Fiorella pero no vivo en la mansión de mi abuela-inicio con la pequeña charla que pensé en toda lo noche.

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