Vainilla

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El pequeño imp se aferró a las barras de metal de sus costados. Se había acostumbrado a las prótesis de sus brazos, sus manos eran firmes y podía manejarlo. No tenía tacto y no podía sentir nada con sus extremidades, pero podía darles órdenes. Aún así, Fizzarolli sentía que el asunto de sus piernas era más complicado. No respondían de la misma forma que sus brazos, y el caminar no era sencillo ante el peso que debían resistir a pesar de que no era mucho.

Su entrenamiento había comenzado hacía un par de horas. Siempre caía al piso, todavía intentaba hacer equilibrio y ponerse de pie. Ante cada caída, su cuerpo se desplomaba dolorosamente. Y el estúpido de su ayudante terapéutico no lo ayudaba, no lo sostenía, de hecho lo trataba como si fuera una carga y quisiera terminar con sus horas de trabajo rápidamente.

Fizzarolli trató de avanzar nuevamente, de dar otra vez un paso hacia adelante sin emplear toda la fuerza de sus brazos en las barras metálicas. Sus piernas temblaron y volvió a caer al suelo, golpeándose contra el frío piso y dejando una marca contra su pecho que se haría un moretón en las siguientes horas.

El fisioterapeuta, un íncubo que sostenía sus celular y de vez en cuando miraba a Fizzarolli intentar caminar, apagó su aparato y le clavó una mirada repleta de hartazgo y rabia. Le dio algunas indicaciones básicas, pero nada parecía funcionar. De hecho, se había negado absolutamente a ese trabajo porque sabía que el imp no tenía solución y aún así aceptó por el dinero. Sin embargo, seguía pensando que era una pérdida de energía.

—¡LEVÁNTATE, CARAJO! ¡NO TENGO TODO EL DÍA! —exclamó fuerte y claro hacia el imp que trataba de levantarse desde el suelo.

Fizzarolli se asustó ante ese grito tan brusco, incluso era familiar. Había escuchado tantas veces esa clase de exigencias en el circo con Cash al mando. Era así de aterrador. Se cubrió los oídos entre sus manos por el miedo de volver a ser regañado de esa forma.

—Mierda, no me pagan lo suficiente para trabajar con imps que se van a terminar muriendo —el sujeto observó a Fizzarolli aún en el suelo, se indignó aún más y se acercó a pasos firmes hacia él—. ¡Ya deja de estar ahí, levántate de una vez o sino-

Asmodeus le sujetó el brazo al íncubo y detuvo su caminar. Su agarre se volvió fuerte y criminal, tanto así que le estrujó los huesos e hicieron crack. Antes de sentir dolor y quejarse, el íncubo se horrorizó ya que al voltear, se encontró con los amenazantes ojos de Ozzie sobre él y su enorme cuerpo corrompiendo su existencia.

—No lo trates así —ordenó con una voz distorsionada y sus fuegos azules volviéndose rojos como las más peligrosas de las llamas—. Ahora lárgate, el imp se tomará el día.

El fisioterapeuta tragó en seco y asintió ante esa implícita amenaza de muerte. Su jefe, el rey Asmodeus, nunca intervenía y mucho menos para proteger a un imp. Estaba tomando riendas libres en el trabajo porque no pensó que sería regañado. Se marchó de la sala de rehabilitación sin decir ni una sola palabra, aún asustado ante la reacción de su rey.

Fizzarolli retrocedió cuando Asmodeus se acercó a él con un cuerpo de un tamaño un poco más grande de lo habitual. A pesar de que sus llamas rojas volvieron a ser azuladas, Fizz se sintió igual de asustado que el íncubo. Era muy amenazante y peligroso, era un pecado capital después de todo.

Frunció el ceño tratando de ocultar ese miedo, entonces le habló en señas sin controlar el temblor de sus manos por lo nervioso que se sentía.

Estoy bien. No tienes que cuidarme.

Asmodeus suspiró al aproximarse a él. Siempre oponiendo resistencia a pesar de que temblaba del miedo. Era un cachorro demasiado rebelde e impertinente. De todas formas, Ozzie quería verlo de esa manera, le agradaba. Con un espíritu combativo, con el fuego de la vida ardiendo en su interior. Prefería mil veces esa actitud a que simplemente se dejara morir.

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