Algodón

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Fue una semana intensa a diferencia de los últimas. La rehabilitación de sus piernas avanzaba todos los días, Asmodeus y nuevos médicos ayudaban a Fizzarolli, personas más pacientes, más preparadas. Y había un patrón que se estaba repitiendo al fijarse y memorizar las actitudes de Fizzarolli. Luego de cada sesión acabada, él era llevado en silla de ruedas hacia su habitación por el personal de recuperación.

Las enfermas lo duchaban tranquilamente, lo regresaban a su cama limpia y cómoda. Asmodeus estaba más presente, veía los cambios y revisaba que nadie hiciera nada indebido. Y cada día, luego de un día duro de clases o trabajo, Fizzarolli se recostaba y envolvía su tierna cola de imp contra sus piernas y se acurrucaba para mirar aquella ventana en su habitación.

Ozzie observó el exterior del ventanal mientras los demonios de su fuego revoloteaban con curiosidad por todos lados. Solo había una vista al cielo verdoso y azulado, el cual permanencia en esas tonalidades cuando no era el atardecer. Nubes esponjosas, aves del infierno. Nada más.

—¿A quién esperas?

Largó la pregunta sin nada de tacto, no se dio cuenta de que quizá fue demasiado directo. No tenía mucho sentido si se trataba de esperar a alguien, estaban muy alejados de la planta baja. Al menos que la persona volara, o fuera un trepa muros.

—Nadie atravesaría esa ventana, estamos en un sexto piso —volvió a aclararle a Fizzarolli.

El imp se acurrucó con más fuerza contra las sábanas. No dejó de mirar con sus grandes ojos tristes el exterior de esa ventana. No pudo responder nada, se quedó en silencio pensando en que Asmodeus tenía razón.

Mes 4.

A pesar del silencio sepulcral, Asmodeus tomó asiento en una silla al costado de su cama. También miró las afueras de la habitación, el cielo comenzaba a oscurecerse un poco.

Las noches eran terribles para el caso de Fizzarolli.

Los informes no mentían. El imp aún llevaba el trauma tatuado en la piel y, generalmente en las madrugadas, no podía controlar sus terrores nocturnos, sus pesadillas o sus ataques de pánico. Las enfermeras le decían a Ozzie con pesar que los colpasos del paciente eran tan continuos que condicionaban al imp, haciendo que no quisiera dormir otra vez, que se mantuviera muy ansioso toda la noche y que no pudiera dormir adecuadamente. Tres o cuatro horas por noches no era sano, no en su estado donde necesitaba más descanso y reposo que nunca.

—¿Qué tal si me quedo? —le preguntó Ozzie con mucha timidez al saber que lo más problable era que recibiera un rotundo y doloroso rechazo— Es para hacerte compañía. Me han dicho que en las noches, eh... sueles... tener problemas —torció una mueca de preocupación—. Podría ayudarte si algo malo sucede.

El atrevimiento de esa pregunta despejó la mente de Fizzarolli, quien tomó asiento en su lugar y retrocedió abruptamente contra el respaldo de la cama con una mirada totalmente agresiva y desconfiada hacia Asmodeus.

Su expresión corporal lo decía todo. Estaba casi por gruñirle y, si pudiera hacerlo, le gritaría para que se marchara de ahí. Tal vez estaba siendo muy considerado en sus sesiones diarias, se lo agradecía. Pero no tenía que tomarlo por estúpido. Jamás creería que hacía eso porque le simpatizaba o por alguna razón transparente.

—Ah, si, soy la lujuria y eso... —Asmodeus retrocedió incómodo al comprender la razón por la cual Fizzarolli se alteró tanto ante su sugerencia y lo observaba como un cachorro rabioso que, al mismo tiempo, temblaba ante el temor de ser tomado a la fuerza por él.

Nunca se trató de eso. Ozzie sabía que era normal que lo prejuzgara de esa manera, como todos. Pero nunca fue su intención, quería explicarle que era imposible que algo de eso pudiera suceder.

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