La última vez

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2 años. 3 meses.

Las pelotas de plástico cayeron al piso. Fizzarolli gruñó molesto al darse cuenta de que su agilidad y destreza no eran las mismas que antes. Estiró sus prótesis de metal para recoger esas piezas de colores y, cuando las tuvo entre sus brazos, las observó decepcionado e impotente por no sentirse lo suficientemente bueno.

Mantenía su equilibrio para caminar, todos sus reflejos estaban bastante bien gracias a que entrenaba en su rehabilitación cada día. Pero algunas tareas que le resultaban simples no volvían a estar en su eje. Sabía que era cuestión de práctica y tiempo, sin embargo, le enojaba que sus extremidades fueran tan inseguras y torpes a comparación de sus brazos de carne y hueso.

—Sigo siendo un asco —susurró apretando fuerte sus dientes por la rabia que sentía contra su propia incapacidad—. ¿Por qué mis reflejos no vuelven? Se supone que mis conexiones están bien. Mis músculos ya no duelen.

Con impaciencia, dejó caer todas las pelotas al piso. Habían pasado dos años. Quería volver a ser como antes, incluso mucho mejor, pero era imposible en ese tiempo. Esos brazos y esas piernas eran artificiales después de todo. El control no era el mismo, tampoco su precisión.

Asmodeus lo rodeó, su gran cuerpo lo siguió sin problemas. Tomó una pelota de color azul y se agachó para entregársela en sus manos. Su expresión era suave, tenía que relajar su mente para que pudiera ser capaz. Todo era paso a paso, se necesitaba un extremo nivel de paciencia. Era normal que se sintiera impaciente luego de dos años.

—Es porque tus prótesis jamás tendrán la movilidad de tus antiguos brazos. Pueden ser mejores, pero tienes que adaptarte a ellos con mucha más práctica. De todas formas, siento que son demasiadas cosas al mismo tiempo en tu cabeza —le entregó la pelota, hizo que Fizz la rodeara entre sus dos manos y luego envolvió aquellas manos con sus grandes palmas—. Te presionas para comenzar a actuar, también piensas en Mammon y en el trabajo. Sin mencionar en todo lo que sucedió en tu pasado.

Fizzarolli lo observó con sus ojos brillantes y titubeantes. Se acercó a él, confió en sus palabras y se dejó envolver por esa motivación genuina y tranquila. Nunca lo apresuraba y mucho menos lo presionaba. Asmodeus era muy paciente y solo le transmitía la más pura armonía que podía sentir.

—Tus extremidades son estables ahora mismo, podrían ser las definitivas, tal vez encontramos las piezas adecuadas para que tú cuerpo no vuelva a colapsar —Ozzie sonrió dulcemente, llevó su mano a su mejilla y lo acarició con mucho cuidado—. Debes relajarte, dejar de pensar en tu deber y empezar a actuar sin pensar que esto es para complacer a Mammon. Hazlo porque te gusta, hazlo por ti mismo.

Fizzarolli cerró sus ojos al sentir el placer de ser siempre protegido por el pecado. Sus caricias sanaban su alma, y lo hacían sentir que todo estaría bien siempre.

Sonrió tímidamente, porque quería adquirir esa mentalidad, quería disfrutar de su talento y de su arte como lo hacía antes en el circo. Ya no sería un simple payaso, se convertiría en un artista de gran calibre, una celebridad popular al estar al nombre de Mammon. Pero fuera de eso, quería volver a sentir pasión hacia ese trabajo en el que era realmente bueno y se destacaba por encima del resto. Quería ser feliz al convertiste en esa gran estrella que podría traer alegría y felicidad a todos los que fueran testigos de sus actos.

—Puedes estirarte bastante bien, también puedes caminar adecuadamente y correr —le aseguró Ozzie—. Probablemente si tú cuerpo no vuelve a rechazar las prótesis, ya no tendrás problemas graves. El resto es mental.

—Si, debo relajarme un poco —le dio la razón. Fizzarolli volvió a mirarlo y a sonreír con pena. Fue convenciendose de que cada consejo sabio de Asmodeus estaba en lo cierto. Debía tomarselo con calma para no sucumbir siempre ante la frustración.

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