El gigante durmiente

233 28 96
                                    

La lluvia ensució las calles del anillo de la Lujuria. La suciedad del infierno se volcó por los rincones, las alcantarillas se llenaron de aguas turbias y las ratas pasaron por las tuberías corriendo de un lado a otro, en grupo.

Las noches de invierno eran crudas en cada círculo, en especial para las personas que vivían como indigentes. La cruda realidad para los súcubos, íncubos e imps en los suburbios era totalmente opuesta a la que vivía la realeza. Y ese extremo opuesto reflejaba la miseria de las diferencias entre las clases sociales.

En cada rincón de los callejones, debajo de los puentes o en las esquinas... siempre existían rastros de lo que Blitz creía con respecto a la injusticia social que se vivía día a día. Porque mientras esas familias de imps o hellhounds se morían de hambre o trataban de sobrevivir debajo de la lluvia fría, los grandes emperadores, reyes y príncipes estaban regocijándose en riqueza mal distribuida, abusando de sus privilegios y circunstancias.

A personas así, nunca les importarían que los imps murieran en las calles de cualquier maldito anillo del infierno. No había manera de que pudiera cambiar de parecer. Fueron ideas que le inculcó su padre y a veces no quería creerlo, pero era imposible no mirar a su alrededor y comprender que tenía razón.

Esa noche, no solo odió a la realeza por su naturaleza abusiva, por su favoritismo hacia ciertas razas o por su inmoralidad disfrazada de buenos hábitos. Blitz aborreció a los demonios de las clases sociales más altas porque lo alejaron de lo que más amaba y le arrebataron todo.

—¡QUE ME LO DIGA ÉL MISMO!

Cayó de rodillas ante el charco de agua negra sobre la vereda, le gritó al guardia de seguridad y contempló al sujetó detrás de las altas rejas de acero electrificadas.

Blitz fue empapado por esa lluvia helada en esa noche, a sus dieciocho años. Envolvió su cuerpo tiritante entre sus brazos, mantuvo su mirada herida y repleta de rencor hacia el guardia y no dejó de imponerse ante él.

—¡VOY A VOLVER EN CADA PUTA OCASIÓN PORQUE NO LES CREO! —volvió a exclamar sin tener intenciones de moverse de allí— ¡SI DE VERDAD NO QUIERE VERME, QUIERO OÍRLO DE SU PROPIA BOCA!

Blitz fue al su antiguo hospital donde residió Fizzarolli en muchas oportunidades y le negaron la entrada en cada ocasión. Luchó, discutió y terminó herido. Y cuando supo que su mejor amigo, luego de un año, fue trasladado a la clínica privada del rey de la Lujuria, también se plantó allí sin rendirse.

Era solo un imp indefenso, solitario y joven. Sabía que no podía controlar muchas cosas y que probablemente el mundo se lo estaba comiendo vivo, pero no podía permitirse seguir perdiendo a sus seres queridos.

Blitz, aún cubierto de vendas sobre sus viejas quemaduras mal cicatrizadas en sus brazos, manos y la mitad de su rostro, todavía seguía teniendo la suficiente fuerza y voluntad para llegar cada noche e insistir a los gritos como un demente. No tuvo las oportunidades de sanar correctamente en ese año, no tuvo los recursos, el dinero o el tiempo para estar en un hospital. Él era un manojo de voluntad, solo era movido por su deseo de recuperar a su mejor amigo. Y sabía que había perdido la razón en cierto sentido porque se había quedado solo, por eso se estaba aferrando a Fizzarolli con todas sus fuerzas.

Y aunque siempre le dijeran lo mismo, aunque le repitieran constantemente que no quería verlo, no podía aceptarlo. Fizzarolli nunca sería así. Lo conocía. No había manera en que él no quisiera verlo y no lo esperara.

—Escucha, niño.

Un médico salió en medio de la lluvia, corrió al guardia de seguridad que ya no sabía cómo impedir que el joven imp siguiera viniendo y decidió decirle cada una de las verdaderas razones por las cuales sus visitas ya no tenían sentido a esas alturas.

You are loving | RebirthWhere stories live. Discover now