Muñeca de circo

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Siete años después.


Chocó contra la mesa de su camerino, apoyó su pecho contra la madera y dejó sus piernas erguidas. Mammon lo sujetó de la nuca, aplastó su rostro contra la mesa y aplicó la suficiente energía como para hacerlo retorcerse de dolor. Fizzarolli apretó sus ojos, se aferró a la superficie con sus uñas metálicas y mantuvo su mandíbula cerrada con mucha fuerza con tal de resistir.

—Prepárate bien para esta semana, Fizzy —le advirtió Mammon, susurrando en su oído—. Te prohibo perder el tiempo en estupideces.

Mammon era el rey de la Codicia. Su estrella más importante y su esclavo más dócil era Fizzarolli, un imp que contrató hacía años y que estaba bajo un contrato esclavo del cual jamás podría liberarse. La mayoría de las sonrisas que mostraba el bufón eran hacia sus fanáticos, los admiradores en los estadios dónde realizaba sus shows circenses y en los comerciales y fotografías de publicidades.

Puertas adentro, Mammon tenía que mantener a raya a Fizzarolli. La razón era porque estaba ligado a Asmodeus, el rey de la lujuria. Podían fingir frente al mundo que solo eran socios comerciales y que solo había sexo pervertido sin sentimientos entre ambos. Mammon sabía que no era cierto, era un secreto patético.

Utilizaba esa información de dos maneras: amenazar a Fizzarolli con  publicar esa mierda de relación y arruinar a Asmodeus frente a la realeza. Y la segunda. Extorsionarlo para que no se volviera un imp rebelde.

Si Fizz no fuera emocional y no quisiera cuidar a Ozzie, podría hacer que Asmodeus lo protegiera sin importar que saliera herido en el intento. Sin embargo, se preocupaba demasiado por él y no iba a arriesgarlo. Por lo tanto, Mammon debía manejar a Fizzarolli mediante el miedo para evitar que Asmodeus no se involucrara en sus negocios más de la cuenta, Fizz debía mentirle a Ozz y decirle que todo iba más que bien.

Mammon se aferraba a sus convicciones como nunca. Con los millones que le dejaba Fizz, soltarlo no era una opción.

La Codicia sonrió de una forma asquerosa, deslizó su mano por la cintura de Fizzarolli y la apretó fuerte. El imp tembló y mantuvo su boca cerrada con una impotencia terrible. Solo debía aguantar, debía ser fuerte. El horario de los ensayos había acabado y por eso estaba en su camerino cambiándose de ropas. Cuando su jefe se cansara de molestarlo, se iría.

—No lo haré, señor —le aseguró el imp, negando la idea de perder tiempo. Su trabajo era estricto y dedicado. No había forma de perder ni un solo minuto porque el tiempo era dinero.

—Si este show vuelve a liderar los rankings como los últimos, te daré vacaciones. Te lo ganaste, Fizzy —se ablandó el pecado con una tierna sonrisa falsa—. Siete años sin parar... Eres bello y radiante como el primer día —le susurró muy cerca de su rostro de muñeca—. Soy muy amable cuando se trata de ti, muy paciente. No me decepciones.

Mammon bajó su mano, acarició los muslos internos de Fizzarolli y comenzó a masajear inapropiadamente su cuerpo de piel sensible. Fizz entrecerró sus ojos, resignado y muy tembloroso ante esos largos dedos que lo tocaban sin disimular. Sus piernas desnudas, únicamente cubriendo su sexo con lencería, daban una entrada fácil a aquel pecado para comenzar a deleitarse con su piel de porcelana.

—Y no te pases de listo solo porque Ozzie te tiene bajo sus alas —le dijo Mammon, ya que lo amenazaba regularmente con lo mismo para que jamás se le borrara de la cabeza—. No quieres que te haga lo mismo que en tu debut, ¿no es así?

Fizzarolli contuvo un jadeo de horror. Le negó con la cabeza de inmediato, frenéticamente. Se dejaría humillar de cualquier forma, haría cualquier cosa, pero no quería volver a pasar por lo mismo. Ser drogado, tomado y forzado. Rebelarse o ser impertinente jamás sería una opción.

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