Capítulo 43 🎻

20.2K 2.4K 1.7K
                                    

Raven

Me tapo la boca y la nariz con la manga de mi chaqueta mientras observo el lago negro de cadáveres abundantes que se dispersan dentro del laberinto. Krestel a mi lado está relajado y tiene una expresión cuidadosa de calma en el rostro. ¿Cómo puede verse tan indiferente? Yo estoy a punto de vomitar. El hedor y los gusanos que se arrastran por los restos de carne podrida me envían otra ola de náuseas. Echo un vistazo sobre mi hombro en busca de una escapatoria, pero todo lo que veo es miles de arbustos marchitos que forman los caminos y los callejones en un patrón sin salida. Las ramas de árboles entran y salen del suelo.

Estamos atrapados aquí. Ya no hay vuelta atrás.

—No vamos a separarnos por nada del mundo. No importa lo que veas u oigas—advierte Krestel—. Permanece a mi lado. ¿Está bien?

Un suspiro tembloroso brota de mis labios.

—Sí—Casi no reconozco mi voz.

A medida que avanzamos noto que la niebla cubre cada extensión del laberinto. El lodo se adhiere a mis botas y la humedad del lago sucio salpica mis pantalones de cuero. No quiero que nada me toque. Es repugnante.

—Este es el campo de batalla dónde se enfrentaron hadas y demonios. Cada criatura que murió esa noche está aquí.

Un escalofrío recorre mi espalda.

—¿Esos cadáveres de allí? —señalo el lago sucio—. ¿Son hadas y demonios?

—Sí—inclina su cuerpo más cerca del mío y habla en mi oído—. La mayoría de ellos despiertan durante la noche y se devoran unos entre otros. La guerra deja hambre y miseria. Es el castigo por profanar las tierras.

Se me encoge el estómago al pensar que tendré que lidiar con esas bestias cuando el sol se esconda. Krestel debe ver la repugnancia en mi rostro porque sus labios se curvan en una sonrisa divertida. Me aparto de la enredadera que se acerca a mis piernas y trato de no pisar las ramas. Lo que menos deseo es quedar atrapada. No tendrán piedad de mí. Estas plantas me comerán viva como si fuera un indefenso mosquito.

—¿Tenemos posibilidades de matarlos? —pregunto—. Eran miles de criaturas y sin la magia dudo que haya una oportunidad. Son demasiados para nosotros. Eran un ejército.

Krestel extiende su mano y entrelaza sus dedos con los míos. El hedor se hace cada vez más fuerte. Miro los caminos de aguas negras de brea que fluyen del suelo y expulsan burbujas que flotan con miembros de cuerpos: dedos, alas, piernas, cabezas... Hago una mueca de asco y aparto la mirada.

—No mataremos a la mayoría de ellos—responde Krestel—. Por lo que nuestro objetivo será encontrar un refugio dónde nos ocultaremos las siguientes horas.

Hago una pausa.

—¿Estaremos a salvo en ese refugio? Nada es seguro aquí. No quiero encontrarme con una desagradable sorpresa. Ya he visto suficiente.

—Amor... —Krestel se pasa la mano por el rostro para esconder la sonrisa burlona—. Llegamos hace menos de un minuto. Ni siquiera has visto nada.

Contemplo el cadáver flotando en el agua de brea. Lo poco que queda de ella parece ser una mujer. Sin ojos, boca abierta y dientes filosos. Los intestinos que salen de su estómago abierto me recuerdan los tentáculos del kraken. Trago saliva.

—Yo creo que he visto muchísimo.

En un descuido, una rama se enrosca en mi pierna y siento un leve pinchazo. Grito tan fuerte que alborota a los cuervos picoteando el cadáver de la mujer que de repente se levanta del agua y me mira fijamente. Krestel suelta una maldición y saca la espada de la empuñadora.

Una Melodía MortalWhere stories live. Discover now