Capítulo 42

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Llevaba horas en el mismo sitio, anclado a aquella incomoda silla de la sala tratando de que sus ojos no se cerraran

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Llevaba horas en el mismo sitio, anclado a aquella incomoda silla de la sala tratando de que sus ojos no se cerraran. Su cabeza terminaba cayendo sobre su torso, sus piernas cruzadas y sus manos sobre su regazo eran el soporte de todo el cansancio que llevaba encima.

A su lado, Emilio tecleaba en su teléfono y suspiraba con fervor. O quizá era producto de su imaginación, de que ya no diferenciaba si seguía en su sueño o en la cruel realidad.

—Vas a tirarte el café encima —advirtió su hermano.

—¿Mmh? —alzó su rostro adormecido, refregando sus ojos.

Emilio frunció el ceño al mirarlo.

—¿Cuánto hace que no te das una ducha? —alzó sus cejas lanzándole una mirada de pies a cabeza —. ¿Has visto como llevas esa ropa?

León agachó su cabeza atento a su camisa desprendida, sus vaqueros negros y sus botas.

—¿Qué pasa con mi ropa? —inquirió con voz ronca, deseando poder dormir un rato más en esa silla.

—Necesitas cambiarte, descansar un poco. Te ves fatal.

—No me iré hasta que Stella despierte —determinó tirando sus hombros hacia atrás.

—¿Y dejarás que te vea así? —arqueó su ceja despectivamente, aguardando por una respuesta que su hermano carecía.

—Me falta un poco de sangre italiana manchando la camisa, pero sí. —resopló. Emilio sacudió su cabeza y peinó su pelo hacia atrás —. ¿Qué? ¿Me dirás que no iremos a matarlos a todos?

Emilio resopló volviendo a teclear en su teléfono.

—No lo sé.

—¿Cómo que no lo sabes? —increpó sintiendo que su cuerpo se prendía fuego —. Si Sergei mató a uno de ellos es claro que irán por él. ¿Debo recordarte que han sido ellos los que le entregaron la medicación a Stella? ¿Quieres que me quede de brazos cruzados, Emilio?

—Yo no, pero Stella será la primera en reclamarte lo que has hecho. Te ha pedido no más muertes, y conociéndote harás una masacre en su nombre. Ve viendo qué es lo que te conviene —aconsejó tirando de su saco negro.

El rostro de León se tiñó de una máscara de ira contenida. Las manos, apretadas en puños, temblaban ligeramente con la intensidad de sus emociones. Era conocido por su impulsividad, acostumbrado a doblar la voluntad de otros a la suya. Pero ahora, su mente estaba nublada por el deseo de venganza. Durante esos últimos días su mirada furiosa, oscura se encontró con la calma en el rostro de Stella buscando algún indicio de debilidad que le borrara las ganas de seguir adelante con su plan. De hacerles pagar cada efecto que tuvo esa medicación sobre esa joven, cada ataque de pánico.

Es que solo le bastaba con el momento en que la encontró en la ducha de su apartamento totalmente vulnerable, al borde de la locura, para saber que haría lo que fuera por dejar a Mailo y toda su organización de la misma manera.

Reputación macabra © (Markov IV)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora