llorar no vale de nada

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No contestó. Se quedó mirando a un punto fijo del suelo, para luego volver a levantar su vista. Pasó una de sus manos por su pelo para hacer tiempo mientras intentaba inventarse algo para no parecer un egoísta.

-¡Vamos, contesta! – le grité.

-____, yo…

-¿Tú, qué? – las lágrimas comenzaron a galoparse en mis ojos, y ya pesaban mucho -. ¿Pensaste que sería lo mejor?

-Pues…

-Si piensas que es lo mejor que podrías haber hecho, mal vamos – y llegó un momento en el que una lágrima cayó por mi mejilla. 

-Pensé que no te afectaría tanto si no te lo decíamos – aclaró, tranquilo. O en ese momento era lo que parecía, pues ni una marca de sufrimiento recorría su rostro.

-Pues ha sido todo lo contrario – empecé a limpiar mis lágrimas, que caían muy seguidas -. Solo has pensado en ti. No querías decirme nada porque sabías que tarde o temprano pasaría esto. Tarde o temprano llegaría a enfadarme contigo por tu estúpida decisión y tú no querías – se entrecortó mi voz.

-____, en serio, lo siento mucho… - dio un corto paso, intentando acercarse a mí. Aunque se contuvo, pues mi mirada no decía tal cosa. Más bien, lo contrario.

-Ahora lo sientes, cuando me han dicho que es muy posible que esté embarazada.

-¿Embarazada? ¿Está seguro el doctor? Esta vez sí que voy a matar a James, Dios – llevó sus dos manos a la cabeza mientras daba una vuelta sobre él mismo, para luego acercarse a su escritorio y apoyarse en el mismo. Además de golpearlo fuertemente con su puño.

-Ahora como no consigues mi perdón, vienes a defenderme, ¿no? Louis, odio que hagas esto – resalté el “odio”.

-En serio, lo siento, yo no quería… - se dio la vuelta y quedó en pie. Esa vez, sí apenado.

-¿No querías qué? – pregunté desafiante.

-No quería admitir que pudiera llegar a tener una hermana embarazada por James, ¿vale? – dijo, con un gesto de desesperación.

-¿Ves? Solo pensaste en ti – salí de la habitación, llorando como lo hacía varias semanas atrás.

-¡____, espera! – gritó Ángela, terminando de ponerse la camiseta del pijama de Louis. Tirada al lado de la cama.

Bajó corriendo detrás de mí. Y hasta tuvo que salir al porche, donde yo terminé por querer alejarme lo más posible de Louis.

-No pienso volver a dirigirle la palabra, joder – llevé las manos a mis ojos y los tapé. Ángela me abrazó de lado cuando me senté en uno de los escalones que subía a la puerta de mi casa, y ese abrazo, era lo que más necesitaba.

-Eh, tranquila, en ese momento no sabía lo que hacía, ¿sabes? – empezó a acariciar mi pelo, yo seguía llorando. En ese momento, ni siquiera el abrazo de mi mejor amiga me recomponía -. Vamos, no te pongas así, eso en Louis no es nuevo – no contesté a esa pregunta retórica, quería saber a donde iba a llegar. Por lo cual, aparté las manos de mis hinchados ojos -. Venga, ¿dónde está la ____ que yo conozco? ¿La que no le importa lo que diga la gente de ella? ¿La que ama con locura a Harry incluso desde que era un cigoto? ¿La loca valiente que fue al anfiteatro a plantarle cara a James, y todo porque le desfiguró la cara a su queridísimo hermano? ¿Dónde está? – preguntó con tono de broma -. ¡AQUÍ! – exclamó poniendo una voz chillona y levantando mi brazo, a lo que yo reí -. ¿Dónde está? – le sonreí -. Venga, ayúdame – dijo entre dientes, lo que hizo que terminara por reír.

-Aquí… - dije, sonriendo de lado.

-Venga, ponme un poco más de entusiasmo, probemos otra vez. ¿Dónde está? – alzó las cejas y su tono de voz subió.

-¡AQUÍ! – exclamé. Ella me abrazó más fuerte y me besó la frente.

-Bueno… Ahora que estás mejor, ¿podemos entrar? – preguntó, tiritando. Me fijé en cómo iba vestida. Llevaba tan solo la camiseta de mi hermano, debido a que en mi casa la calefacción estaba bastante alta, y allí, al estar con tan solo con una camiseta así, no daba frío. Por lo que si querías ir desnuda, ibas.

-Anda, sí… Pero me tienes que contar todo lo que pasó anoche – dije divertida y señalándola, como gesto de advertencia. Ella rió y nos levantamos, volviendo a entrar en la caliente casa.




-Tío, no me creo que te hayas tirado a Ángela – golpeó Harry mi hombro, haciéndome salir de mis pensamientos. Después de ver a Ángela salir corriendo por ____, que lloraba.

-Ni yo… Es mi mejor amiga, y la mejor amiga de mi hermana – suspiré -. No quiero perderla por un polvo de una noche – cambié de tema -. ¿Le has dicho tú lo de James? – le pregunté entrecerrando los ojos.

-No, hemos ido al médico y le han hecho las pruebas y todo eso…

-¿Que habéis ido al médico? – dije atónito, casi gritando.

-Sí – me afirmó seco.

-¿¡Y cómo se te ocurre!? – grité delante de él -. ¡Sabías que iba a pasar esto! ¡Lo sabías!

-¡Tío, quería saberlo, estaba harto de no poder hacer nada cada vez que la veía vomitar! ¡Y tú también estabas igual, solo que por miedo no la llevabas! – y ahí, me di cuenta de que tenía razón. Quería demasiado a mi hermana, y me mataba cuando la veía de esa forma, pero no la llevaba. ¿El por qué? “Si estaba embarazada, mataba a James, y no quería hacer eso, aunque, si me lo quitaba del medio, mejor que mejor” – pensé. Además, días atrás llegué a dejarlo sin pulso. 

-Lo siento – se me quebró la voz.

-Venga tío, deja de pedir disculpas y ve a hablar con ella – pasó su brazo por mis hombros -. Venga, vamos a bajar – removió mi pelo como si de un niño pequeño tratase.

Estaban en el comedor, hablando y riéndose. Estarían contándose cosas de chicas, como de qué color pintarse las uñas en invierno o, posiblemente, Ángela le estaba contando todo lo que pasó esa noche, por las caras y los gestos que ponía Ángela. Al poco rato de estar observándolas desde la puerta del salón, entraron mis padres por la principal, donde podría ver todo. Mi padre fue directamente a su despacho y mi madre se quedó mirando a Ángela y a Harry. A Ángela durante más tiempo, ya que solo llevaba la camiseta de mi pijama. Se dio cuenta que la miraba por eso y se levantó del sofá para darle una cálida sonrisa a mi madre y subir corriendo. 

-¡Ay, mi Harrycito! – se acercó a él y de cogió de los cachetes, para continuar dándole un sonoro beso en la mejilla -. ¿Qué tal el médico?

-¿El médico? – preguntó, extrañado. Antes de mirar a ____ de el por qué de esa pregunta.

-Sí, ¿no has ido con _____?

-¡Ah! – se dio cuenta de la mirada que le echó _____ desde el sofá -. Sí, sí, pues…

-Pues solo tenía un resfriado, pero ya se encuentra mejor – se le adelantó _____, acercándose a nosotros.

-¿Seguro? – preguntó mamá, alzando una ceja.

-Segurísimo – contestó, sonriente.

-Bueno Harry – bajó Ángela, ya vestida con una ropa que le cogió a ____ para no crear sospechas -, creo que ya es hora de irnos.

-Sí, mejor vais a vestiros y todo eso, que nosotros ya nos vamos – Harry se despidió de _____ con un abrazo un tanto falso, pues querían llegar a más, y acompañé a los dos hasta la puerta. Me acerqué a Ángela, no quería tener confusiones.

-Ángela, entre nosotros, ahora… ¿Hay algo? – dije, algo nervioso.

-No, no – me contestó -. A menos que tú quieras – dijo rápidamente -. Pero es que yo anoche iba muy borracha, y no sabía lo que hacía.

-No, no, ni yo tampoco. Así que… Nada.

-Amigos – me sonrió, aunque sólo un segundo duró.

Les vi marcharse en el coche de Harry, y entré a mi casa. Cuando me di la vuelta, después de cerrar la puerta, la vi sentada en el sofá, mirando a un sitio fijo del suelo. Me acerqué por detrás de ella y le di un pequeño abrazo. Que era lo que más quería.

-¡Ay, mi hermanita! – grité en su oído. Se deshizo bruscamente de mi abrazo y se cruzó de brazos, doblándose para mirarme.

-Déjame en paz – dijo, mirándome a los ojos. Se levantó rápidamente del gran sofá de piel -. Estás muerto para mí – subió las escaleras y cerró la puerta de su habitación de un portazo.

-¡Vamos, _____, no seas así! – subí rápidamente las escaleras y toqué su puerta.

-¡Que no me hables! – gritó, desde el otro lado de la puerta.

-¡____, que no ha sido nada!

-¿QUE NO HA SIDO NADA? – abrió la puerta de golpe -. No digas que no ha sido nada. Todo a sido tu culpa – resaltó el “tu” -. Además, no me dijiste que podría estar embarazada, y de James, Louis, ¡de James!

-Lo siento, en serio, no fue mi intención – dije, intentando tocarla.

-¡Que me dejes de una vez, joder! – me cerró la puerta en las narices.

-William, ¿qué le pasa a tu hermana? – salió mi padre de su despacho, situado dos habitaciones a la derecha de la de mi hermana.

-Cosas de _____, nada importante – dije, levantando mis hombros en señal de despreocupación.

-No puede ser que no le pase nada cuando da esos gritos.

-Pues pregúntale a ella, joder – entré en mi habitación, cerrando la puerta igual que lo hizo _____.




Mañana en el centro comercial, tan aburrida como todas las demás mañanas familiares. Y además de aburrida, triste. Mi madre se probaba los modelitos que ambas elegíamos, y yo le decía lo bien o mal que le quedaban. Aunque todos le quedaban bien. Era la típica mujer a la que cualquier trapo se adaptaba a su definido cuerpo, mas para algo iba a pilates. También, mi padre me compró todo lo que yo le pedía como su buena e inocente hija. Aunque de inocente no tenía tanto después de estar embarazada. Tenía ganas de reírme con Louis, de elegirle la ropa y de correr por las tiendas como siempre habíamos hecho para que él se pudiese ligar a la guapa y joven dependienta. Y como premio, me llevaba un helado de chocolate extra-grande. Incluso, él llegó a ofrecerse a pagar alguno de mis caprichos. Pero la rabia, en ese momento, seguía dentro de mí y simplemente le contestaba: “He dicho papá”. Y él, bueno. Él cada vez parecía peor.

La comida en el gran restaurant The Truffe. Raramente, no fuimos al de todos los sábados. Los únicos que hablaban eran mis padres, y sobre cosas del trabajo. A parte de cuando le daban la vena de preguntarnos sobre el colegio o cualquier tontería en la que Louis y yo respondíamos “sí” o “no”. El ambiente estaba muy tenso. Yo miraba a Louis, y él a mí, pero yo apartaba la mirada. Las ganas de llorar aumentaban, como lo hacían unas semanas antes. Y él sabía cómo sufría con eso.

Entré rápidamente por la puerta de casa, y subí corriendo a mi habitación, tirando antes las bolsas que llevaba en el recibidor. Cerré de un portazo y me tiré de cabeza a mi cama, no aguantaba más. Estaba harta de llorar por tonterías. Por importarme por los demás. Pero, ¿cómo no importarme por mi propio hermano? ¿Por el niño que ha pasado conmigo toda la vida y con el que me llevaba solamente un año? Prácticamente, mi mitad. Él se preocupó. Él pensó que si no contaba nada, sería lo mejor. Se equivocó, aunque… Todo el mundo se equivoca, ¿no? Sonó mi puerta, y, sin dar permiso, el que tocó, pasó. Y sabía perfectamente quién era.

-Lo siento, lo siento mucho – entró llorando -. No sabía lo que hacía, lo siento. Sabes que eres parte de mi y que no puedo perderte – ¿cuántas veces me había cabreado con mi hermano? Muchas. ¿Cuánto duraban esos enfados? Poco. ¿Por qué? La que no podía perderlo, era yo. Salté de la cama y lo abracé. Lo abracé como jamás lo había hecho. Cambió por mí, para que estuviera mejor. Estuvo a punto de matar a James por mí. Deshizo el abrazo, y me miró a los ojos -. ¿Me perdonas? –aún lloraba. Limpié sus lágrimas con una sonrisa en los labios, para luego asentir y volverlo a abrazar, también llorando. Mi mano tocó su pelo, acariciándolo. Luego, bajó hasta llegar a su axila. Dando por comienzo a una de nuestras típicas guerras de cosquillas.

soldado del amorWhere stories live. Discover now