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Lauren's POV

Observé a la rubia un instante, el que tomó para sentarse en la mesa de la cocina donde había puesto dos tazas de café, y me senté frente a ella. Tenía rasgos polinesios, los ojos marrones, intensos, y unas largas manos que se frotaban entre ellas.

—Gracias, de verdad. Si no hubiese sido por ti, probablemente me habrían hecho mucho daño. —Me encogí de hombros sacudiendo la cabeza, porque lo habría hecho por cualquiera.

—¿Por qué te pegaban? —Pregunté frunciendo el ceño, porque aquella cuestión era a la que no le encontraba sentido. Dinah se encogió de hombros.

—No lo sé. —Respondió simplemente, dándole un pequeño sorbo al café humeante que tenía delante.

—¿Qué hacías allí? —Aquella pregunta la hizo sonreír, pero no de alegría, más bien de una forma triste e irónica.

—Vivo con veintitrés personas en casa. Mi padre trabaja todo el día, casi no lo veo, pero no puede mantener a toda la familia, y yo no soporto estar en mi casa sin hacer nada, así que... —Volvió a encogerse de hombros, dejando a la imaginación la parte final de la frase.

—¿Estabas pidiendo? —Dinah asintió, rozando con los dedos el borde de la taza, y no rompí ese silencio. Aquellas situaciones me tocaban algo en el interior, y junto con Camila, me hacían pensar que lo que me estaba pasando en casa no era tan grave.

—Lo siento mucho. —Me limité a decir, y ella negó, mirándome de nuevo. Podía ver ese atisbo de tristeza en sus ojos, que me decía que habían muchos más sentimientos en su interior que esa aparente sonrisa irónica.

—Tú no tienes la culpa.

* * *

—Sí, señora Cabello, no se preocupe, llegará bien al instituto. —Dije yo en la puerta de casa de Camila, cogiéndola de las manos para que bajase los escalones lentamente hasta estar parada frente a mí.

—Eso espero, pasad buen día. —Y la señora volvió a entrar en casa, mientras Camila y yo nos quedábamos a solas.

—Estás muy guapa hoy. —Le dije, pasando mi brazo por su cintura para empezar a caminar con ella, que se sonrojaba ante mis palabras.

—Supongo que sí. —Dijo encogiéndose de hombros. Llevaba hecha una trenza sobre el hombro derecho, y al final la adornaba un pequeño lacito de color amarillo. También, una camisa blanca de la que sólo se veía el cuello y las mangas, porque estaba cubierto por un jersey de lana burdeos.

—¿Alguna vez has ido a una fiesta? —Le pregunté saliendo de su jardín.

—No me gustan las fiestas. Hay mucho ruido que viene de todas partes y acabo sin saber dónde estoy. —Me paré delante de ella cogiendo sus manos, observando la delicadeza de sus dedos, y los acaricié lentamente.

—¿Alguna vez has montado en moto o en bici? —Camila arrugó la nariz y negó, mientras yo soltaba sus manos. —¿Querrías hacerlo? Porque es algo que se debe hacer al menos una vez en la vida. Sientes cómo el viento te da en la cara... Cómo vas a toda velocidad por la carretera, y de repente, nada existe. Sólo estás tú, volando en mitad de la nada y con la sensación de querer quedarte ahí, con la brisa en el rostro, que quema tus mejillas por el frío, para siempre. ¿Quieres? —Mi mano estaba posada en su mejilla, agachando la cabeza con una sonrisa y hasta que asintió.

—¿Tienes moto? —Cogí un casco y le desabroché la correa.

—Bueno, técnicamente es de mi hermano, pero la he cogido prestada yo. ¿Quieres subir? —Camila se mordió el labio, y su mirada estaba fija en mi cuello. Muchas veces echaba de menos una mirada, algo que me dijese que estaba allí, pero no, y eso no era lo más triste. Tampoco era que no podía verme. Lo más triste es que no sabe cómo es su madre, lo más triste es que no sabe cómo son las hojas cuando caen en otoño, lo más triste es que no sabe cómo es la nieve, que sabe leer, que no puede aprender historias por sí misma, que no es independiente. Lo más triste es que Camila nunca había sentido el viento en la cara mientras iba en bici o en moto, que no sabe cómo es su hermana, y además, lo más terrorífico, es que vivía en una oscuridad perpetua.

coldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora