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Lauren's POV

Mis padres odiaban la idea de que yo me fuese unos días con mi tía Elizabeth, no porque me echasen de menos, sino por el hecho de que los hacía ver malos padres y yo necesitaba estar un tiempo alejada de ellos, pero así era. Necesitaba unos días para desconectar, para darme cuenta de que mis padres eran una excepción entre millones de personas, de que nadie trata así a sus hijos y estaba claro que si algún día yo tenía una familia no iba a tratar así a los míos. La casa de mis tíos era bastante grande, mi tío Stephen era jugador de béisbol profesional en Ontario, así que retrasé mi vuelo unos cinco días y me quedé con ellos.

Una mano me tocó el brazo con suavidad y casi instintivamente salté en la cama, abriendo los ojos y sentándome sobre el colchón con las manos a mis lados. Tragué saliva; mi tía estaba delante de mí con el rostro horrorizado. Tomé aire intentando tranquilizarme, no era mi madre, aquella era Elizabeth.

-Lauren, tranquila. —Miré a mis lados y me situé, era la habitación de invitados. La luz entraba por la ventana a través de las cortinas marrón oscuro, dejando la habitación un poco en penumbra.

-Lo siento, debe ser muy tarde. —Musité tragando saliva, buscando mi móvil para mirar la hora.

-Tranquila, son las nueve de la mañana. Me dijiste que te despertase temprano para estudiar. —Asentí agachando la cabeza al recordarlo todo. Elizabeth me acarició la mejilla y luego besó mi frente con una gran sonrisa. —Te espero abajo, el desayuno está en la mesa.

Al verla salir de la habitación me vestí rápidamente, poniéndome los jeans rotos y mis botas; me di cuenta de que la suela estaba despegada así que simplemente me puse los calcetines. La camiseta de Pink Floyd y un jersey gris. Así bajé a la cocina, donde había un plato de tortitas, sirope, zumo de naranja y beicon en tiras. El olor que desprendía era maravilloso.

-¿Tienes unas zapatillas de andar por casa? Mis botas se han roto. —Puso las cejas gachas al escucharme y terminó de echarse en su plato el revuelto de huevos.

-Mira en la cajonera de la entrada, ahí están los zapatos, tengo unas mías del año pasado.

Tal y como me dijo abrí la cajonera donde había docenas de zapatos y era normal. Mi tío cobraba millones por temporada, además de que tenían dos hijos. Cogí las zapatillas y las puse en el suelo, encajando los pies en ellas.

-¿Te quedan bien? —Preguntó ya sentada en la mesa.

-Sí, gracias. —Sonreí y tomé asiento a su lado.

-¿Qué vas a hacer hoy? —Corté un poco de tortitas llevándomelas a la boca. Dios, se derretían en la boca.

-Estudiar. Tengo que sacarme el graduado, tengo que... Buscar trabajo, no sé. —Me encogí de hombros dándole un sorbo al zumo.

-Está bien. Tus primos están en el colegio, yo tengo que hacer algunas compras... -Paró un momento para beber café. —Tu tío no viene hasta la hora de comer, así que el ratito que no estoy tienes la casa para ti sola.

-No haré nada. —Negué con una pequeña sonrisa, y ella pellizcó mi mejilla con dos dedos.

-Eres un cachito de pan. —Ese tipo de cosas también me las decía Camila. Suponía que porque ambas familias eran cubanas.

-Eso me lo dice Camila.

Acabamos de desayunar y la ayudé a recoger la cocina, ella me contaba cómo eran las cosas por Ontario, cómo la abuela siempre venía a casa a comer algunas veces con el abuelo, y que mis primos eran un poco trastos; todo lo destrozaban.

coldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora