Hay conversaciones que solo se pueden tener con una persona

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Es por la presión atmosférica. ¿Por eso se puso rubio? No, no, eso es culpa de las mandarinas atómicas que se comió en el almuerzo. Pero qué mala suerte, tal vez todo se debe a que la sierra está bien leona, por lo cual los arlequines y saltimbanquis de la matriz castrense desaparecieron en el triángulo de la caverna que no era platónica. Pero los filósofos empiristas eran racistas, además, no tengo ningún tenedor gigante; entonces, no voy a poder comer con semejante plato. No te preocupes que vienen las invasiones bárbaras, las cuales tienen la solución a todos los problemas. Pero no es una solución muy suculenta, mejor vamos a bailar cumbia a oriente partido por la mitad con los confucionistas que están muy confundidos en una gran confusión. Eso es mentira, sólo quieren justificar su depresión adolescente y es un escudo para no admitir que en el fondo quisieran ser las estrellas de algún show infantil. Pero lo que pasó fue que alguien les dijo a todos que levantaran la vista hacia el cielo, después algún otro dijo que se veía un pájaro, el de más allá dijo que no era un pájaro, más bien un avión, pero el que tenía vista de lince tuerto en un ojo y el otro con cáncer dijo que era un sapo; el mundo quedó maravillado ante tanta sabiduría. ¿Los sapos vuelan? Yo pensaba que se movilizaban en camión nomás. Siempre se aprende algo nuevo en clase de aritmética. Realmente, sobre todo si estás haciendo panqueques con las paralelas de los espárragos transgénicos que, en verdad, le pertenecen a algún cronista de la antigüedad. ¿Por qué no a algún emperador de un rincón del mundo que no es tan rincón porque no acaba en punta? Porque los emperadores comían pescado y aquí sólo hay cuyes que en verdad son gallinas que hablan idiomas raros. Ah, pamplinas, me disculparás, pero yo, de comida estrepitosa no sé nada; yo sólo sé que en verdad algo sé pero no sé qué sé. Lo que sucede es que la vanguardia artística se volvió la retaguardia, entonces vino un general fascista y nos mandó tres batallones por el flanco cubista; el problema es que se armó un bolondrón surrealista y todos terminaron tomando el té. Ese fascista es una bazofia solo porque tenía mil soldados muy bien armados se cree el último hígado frito de algún desierto polar; pero, en verdad, espérate a que los retardados lo alcancen en la estepa llena de árboles, le van a dar cátedra en teorías de la evolución como resultado de la selección artificial. Claro, porque en este preciso instante instantáneo se está desatando la fiebre del oro en los países altos, entonces los jefes indígenas le mandan una carta a la reina del reino colonial porque van a ir en triciclo a descubrir tierras encantadas de conejos mágicos y necesitan el permiso de la abuela de la reina para poder decir malas palabras porque, sino, se ofenden los inquisidores de la salsa de la rumba de la cumbia. Como son cristianos de extrema derecha tienen el brazo derecho mucho más desarrollado que el izquierdo. Pero, el problema es que los jefes indígenas nunca van a llegar por el problema entre la península periférica y los titiriteros de muñecos de fibra de vidrio; pues corren los rumores que se está preparando un frente para que vaya al frente pero le van a dar por atrás porque no usa protección. A menos que de alguna manera se use tecnología de punta y se construya una muralla de palitos de comer arroz para retener las hordas de ambulantes que vienen desde la frontera, y en todo el bolondrón de hecho que el toro que esté sentado se va a parar porque, sino, lo considerarían raro y se burlarían de él, lo cual puede causar problemas en el niño cuando crezca al igual que la televisión del mediodía. El asunto fue que nadie tuvo en consideración a los niños narradores de cuentos que se pusieron a cantar villancicos en el día del trabajador, entonces, al final, gritaron al unísono que sería bueno poder tomar desayuno mientras se pasea en yate y apareció el verdadero señor de los calzoncillos que se puso a proferir discursos en medio de las naciones sin mansiones por lo que el tratado se firmó con mermelada de frambuesa en la oreja de una momia porque los representantes de la economía dicen que las momias están muy buenas, deliciosas y nutritivas; se las comen enteras. Pero la momia es menor de edad, sólo tiene diez mil diecisiete años y no puede firmar acuerdos prenupciales según la municipalidad del honorable cacahuate. Por eso mejor que se lleven a cabo ritos en honor del mono milenario que nos precedió en la escalera evolutiva, sensiblemente hablando, para que vaya y limpie el desastre que dejó hecho la salsa de tomate sobre la paleta. Aunque la paleta se volvió pelota y todos tenían complejo de juguete con olor a fresa artificial con salsa de tiburón ahumado hasta la plaza de la estatua donde estaba un marxista, sin el brazo levantado porque no se había echado desodorante y es de mala educación ir esparciendo olores nocivos por ahí, que tu mamá no te dijo cuando eras niño, además contaminas y luego viene la policía verde que se cae de madura a ponerte una multa por ser tan buen mozo; en fin, estaba predicando que si iban a hacer la revolución se tiene que coger a los abuelos de la burguesía y mezclarlos con salsa de alcachofa, remover bien por media hora, meterlos al horno y sandunguear con los cosacos hasta que aquel que tenga el sombrero más pomposo de la vecindad participe en una maratón de desnudos. Así todos serán rojillos porque es verano y el sol quema, pero las papas no queman porque si una papa se quemara los cristianos se quedarían sin líder y mira tú qué pena sería que ese viejo que se ve amable se muera carbonizado. El problema es que no se puede ir a la playa a refrescarse con las aguas frescas porque ahí están las vírgenes de la marinera y esas son conocidas por sus asaltos a mano armada y sus piruetas acrobáticas así que, al menos que el sol se vuelva ser, no podrá hacer nada porque no es y si no es, entonces, no tiene ningún dilema como el teatro inglés que es más adiestrado en el arte de comer con las manos y decir que la comida es suculenta cada vez que toma sopa de bola junto con una muñeca inflable.

Mi amigo y yo releemos lo que acabamos de hacer. El pedagogo nos ordena bajar la voz. Nos aguantamos la risa y obedecemos. Vuelvo a leer el papel. Voy a extrañar hacer estas cosas con él. Un compañero me pregunta que qué mierda hemos estado haciendo. Le señalo la hoja de papel y le digo que es esta cosa. Le paso lo que está lleno de estupideces. Mi compañero lo lee. Se ríe. Nos pregunta a él y a mí cómo se nos han ocurrido tantas estupideces; se sigue riendo y al final nos dice que estamos mal de la cabeza.

El pedagogo se enfada más y vuelve a repetir que el grupo de los que está sentado al fondo se tiene que callar. Yo y los otros replicamos que solamente dijo que bajáramos la voz. El pedagogo responde que por dárnoslas de listos, ahora nos tenemos que quedar callados el resto de la clase. Yo y los otros volvemos a replicar que todo el salón está hablando. El pedagogo hace uso de su poder para amenazarnos con dejarnos sin recreo. Amablemente le respondemos que vamos a hacer menos bulla. El pedagogo se queda satisfecho y nos dice que está bien.

Mi compañero sigue leyendo. Se ríe. Nos dice a los dos que no entiende nada de lo que está escrito, pero que le resulta chistoso. Se sigue riendo. Yo le pregunto un poco sorprendido si es que en verdad, no entiende nada. Nos mira consternados a los autores del papel. Dice que nada, que no tiene ni mierda de sentido. Se ríe. Me devuelve la hoja. Se la paso a mi amigo para que la guarde. El que no es mi amigo dice que es muy cojudo. Echo una hojeada a lo que acabamos de escribir. Le respondo que tal vez lo sea, pero sigue siendo algo divertido. Mira hacia la mesa del pedagogo. Lo señala para decir que él no nos llamó la atención mientras hacíamos el papel porque parecía que estábamos trabajando. Sonríe. Mi amigo le dice que esa era la idea. Mi compañero se rasca la nariz. Con cara extrañada pregunta si la idea era no hacer nada y parecer que estás haciendo algo. Mi amigo le responde que sí, todo el mundo se lo cree. La expresión del otro demuestra cada vez más extrañeza. Nos mira a ambos y pregunta por qué no hablábamos si todos han estado hablando. Los autores del papel nos miramos las caras. Yo le respondo a mi compañero que hemos hablado, que ha sido una conversación larga. Él hace una mueca. Responde que no nos oyó decir nada. Mi amigo se sonríe y le responde que no siempre hay que hablar para comunicarse con alguien.




La inevitabilidad del arteWhere stories live. Discover now