A veces las buenas noticias caen mal

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El sol. Quema mucho para esta época del año. Es raro. Antes no pasaba eso. Dice que tenemos que hacer algo este fin. Él y yo seguimos caminando. Simplemente respondo que ya. Caminamos. Semáforo. Nos detenemos. Cruzando la avenida una señora sentada al volante de su carro es aliviada del peso de su collar por un señor que luego sale corriendo con el collar en mano y desaparece por un callejón. Cambia la luz. Avanzamos. Le pregunto si al final le ligó algo con la tipa esa. Frunce el ceño. Escupe. Sólo atina a maldecir. Le pregunto si no pasó nada. Vuelve a escupir. Avanzamos. Mejoró la puntería. Con voz amarga responde que no, que ojalá que se muera. Nos reímos. Pregunto si cree que al final les vayan a hacer algo a nuestros compañeros. Escupe de nuevo. Dice que esa se la dedica a ellos. Nos detenemos. Seguimos avanzando. Me pregunta cómo me va con la huevona. Sé que es lo que debo responder. Le digo que bien. Y en el fondo esa respuesta no suena falsa, es cómo realmente me siento. Semáforo. Voltea a mirarme y me dice que le aceptaron la beca, se va a poder ir a estudiar afuera como había planeado. Lo felicito sin dejar de sentir como me punza el corazón al saber que él si va a poder estudiar lo que quiere mientras que yo tengo que mantener mi pasión enjaulada. Me dice que a pesar de que se va a ir del país igual va a regresar para pasar año nuevo en la playa como habíamos quedado. Le digo que de todas maneras, que será nuestra nueva tradición anual. Avanzamos. Le pregunto si regresamos caminando. Niega con la cabeza. Me dice que regrese caminando yo, que él tiene que ir para otro lado. Asiento. Me despido.
Camino. No quiero llegar en carro a mi casa. No quiero sentirme rodeado de gente. Quiero deambular solo un momento.
Quiero asimilar lo que me acaba de contar.


La inevitabilidad del arteWhere stories live. Discover now