Solo necesito que me escuches

5 0 0
                                    

Tengo ganas de orinar. Está oscuro. Me tropiezo con una zapatilla. No, es mi celular. Mi zapatilla no se enciende, menos con una luz fosforescente. Abro la puerta. Busco el baño. Me lavo la cara. Cierro el caño. Me contemplo. Gotas chorrean por mi mentón. Me gusta ver eso. Me seco el rostro.
Busco el teléfono. La llamo. Me contesta y me pregunta cómo estoy. Suspiro. Le digo que me encuentro respirando por primera vez después de estar en coma. Preocupada me dice que mi chiste fue malo. Cansado le respondo que no he dicho que haya sido un chiste ya que, más o menos, me siento así, como si me hubiera despertado después de mucho tiempo. Hace un sonido como si estuviera pensativa. Preocupada me pregunta si me siento bien. Honestamente le respondo que no mucho, que creo que es porque ayer tuve que entrenar de más. Ella hace memoria y me dice que no cree que sea sólo por eso. Yo le pregunto si piensa que tiene que haber algo más. Me muerdo el labio. Claro que hay algo más, sé que mi hermano pasó por lo que yo estoy pasando ahora, que en esta casa nadie nunca podrá hacer lo que desea realmente con su vida, pero nada de esto se lo digo. Se queda callada un rato. Con una voz que suena ofuscada, triste y un poco molesta a la vez me dice que a veces no me entiende. Le pregunto por qué. Me responde que es como si de repente me sintiera mal. Le replico que estoy cansado y que hoy día nos dejaron un trabajo cojudo. Tengo que cambiarle el tema para que no se me salga algo sobre él. Pregunta si es muy cojudo. Le respondo que es el más cojudo de todos. Pregunta si eso me preocupa. Le digo que bueno, hago una pausa, que en verdad sí, pero que no por el trabajo en sí, que para entregarlo falta todavía un culo, sino, porque me hizo pensar y que cuando pensaba, a la medida que comenzaba a divagar cada vez más me sentía mal y que me fui caminando a mi casa y que cuando iba caminando a mi casa veía cosas que hacían que lo que pensara se pusiera peor y que así fue hasta cuando llegue a mi casa y que me llamó y que seguía preocupado y que me fui a dormir y que me desperté sintiéndome raro todavía y, pauso al hablar, y, vuelvo a pausar, bueno, que eso es todo. Suspiro. Solo atina a decirme que me ama. Al escuchar lo que dice me siento aliviado. Es demasiado dulce escuchar eso. Digo que yo también. Ella con una voz más calmada me dice que a veces me hago líos por huevadas que no merecen que me preocupe tanto por ellas. Creo que tiene razón. Agrega que deje de atormentarme. Digo está bien. Me dice que mañana nos vamos a ver, que piense en eso. Un poco aliviado le digo que ya. Después me dice con la voz que pone cuando divaga mentalmente que pasado pasaremos seis días al fondo del océano. Le digo que sería bueno. Con esa misma voz me dice que sería el único momento que estaríamos solos. Mi voz dice que sí, que el problema es que sería muy oscuro. Ella dice que no importa, que mi corazón será una hoguera y que eso bastará como luz. Tímido le digo que no creo que mi corazón pueda alimentar el fuego toda la vida.
Con su hermosa voz me responde que lo volverá a encender.

La inevitabilidad del arteWhere stories live. Discover now