Creando con los caídos

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Recoge pétalos muertos. Nada más que pétalos muertos. Ella me dice que los va a terminar de secar y que luego hará una corona con todos ellos. Ayudo a que recoja más. Me tira un par que siguen teniendo la tonalidad al momento de florecer. Arranco un puñado grande de hierba y se lo tiro a la cabeza. Pone cara de ofendida. Ella coge otro y me lo lanza también. Se lo quiero devolver. Me dice que tenga cuidado, que voy a hacer que se le caigan los pétalos que ha recogido. Dejo que la hierba caiga de mi mano. Cae en una zona donde las ramas, ni las hojas, menos aún las flores del árbol generan sombra alguna. Me siento dentro de un juego de niños. A mi prima le tiraba hierba sobre la cabeza, pero ella no se divertía, me pateaba. Ella sigue recogiendo delicadamente con sus manos los pétalos.

Le pregunto cuántos quiere tener. Ella responde vagamente que los suficientes, que casi toda la semana lleva recogiendo pétalos. Extrañado le digo que yo pensé que ella quería hacer eso conmigo. Me sonríe y me dice que quería compartirlo conmigo, que es algo que le encanta hacer. ¿Alguna vez he dejado que ella haga algo así conmigo? Cada vez que le doy un par o un puñado o tan sólo un pétalo me besa la mano. Es gracioso ver como a veces se le caen de la mano en la que está sosteniendo todos lo que recoge y los que yo le doy. Cuando se afana por recogerlos a veces se le caen más. Me pide que me apure, que dentro de diez minutos tenemos que estar regresando a su casa. Le aprieto la cintura. Lanza una exclamación de sorpresa. Se le cae un grupo de pétalos.

Seguimos recogiendo en silencio. Saca una bolsa de su cartera. Mete todos los pétalos en ella. Le digo que se van a chancar, que su cartera es enana como para meterlos todos. Ella afirma que no se van a chancar. Yo le digo que bueno. Nos paramos. La abrazo. Vamos caminando hacia su casa. Le propongo la idea de comprar un par de helados. Ella exclama afirmativamente. Seguimos caminando un par de cuadras más. Entramos en la bodega. Hablamos de lo que vamos a hacer mañana. Llegamos a su casa. Señalando al parque, le pregunto por qué es que nunca hueveamos allí. Ella me responde que es porque se siente observada estando en un lugar así, tan cerca de su casa. Le pregunto si en verdad es sólo por qué está cerca de su casa. Suelta un sonido de incredulidad por lo que le acabo de preguntar y me dice que está frente a su casa. Toca el timbre. No sé por qué no tiene llaves de su casa. Le abren. Saludo. Saluda. Entra. Espera a que se retiren. Me besa. Nos despedimos. Cruzo el parque. Veo más pétalos desparramados. Me gustaría verla con una corona. Algo que le diga que es lo más importante que tengo ahora.


La inevitabilidad del arteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora