Tan humano que duele

128 24 47
                                    

Hay una rata en la cocina. Al menos eso es lo que dice mi progenitora. Le pregunto que qué se supone que tengo que hacer, si debo de saltar en un pie y dar vueltas. Suelta un bufido. Me dice con un tono amargado que me deje de estupideces y me ordena que coja la escoba para que vaya y la mate. Repito cuestionando lo que me acaba de decir, que si la tengo que matar. Me dice que sí. Yo le pregunto por qué. Me mira extrañada y me dice si soy idiota. Le pregunto que por qué me insulta. Me responde que para qué hago preguntas idiotas. Le digo que sigo sin entender el motivo por el cual tendría que matar al animal. Simplemente me dice que porque es una rata y eso es motivo suficiente. Pregunto si es sólo por eso. Me dice que sí, que ese bicho trae enfermedades y llena todo de caca. Nuevamente pregunto si sólo por eso. Le pide a un señor que le de paciencia mientras se cruza de brazos, me lanza una mirada condescendiente, respira hondo y me pregunta qué quiero hacer yo. Le respondo que me dé una caja para soltar al animal en algún desagüe o en el parque más cercano. No reacciona por un segundo. Luego se ríe con sorna, tal vez con sarna, y me dice que estoy loco, que vaya, que la mate y que deje de perder el tiempo. Le digo tratando de defender mi punto de vista que no la voy a matar, que me dé una caja. Me replica gritando que coja la escoba y que mate al bicho antes de que se meta a la sala. Sigo firme y digo que no la voy a matar. Con furia me dice que la mate antes de que ella me mate a mí y luego me meta en una caja y me deje en un parque. Le arguyo que si lo vamos a ver desde ese punto, mejor matamos a los vecinos y al resto de humanos de este planeta, porque lo único que hacen es contaminar, destruir la naturaleza y extinguir especies, que la rata no hace nada de eso. Vuelve a pedirle a un señor que le de paciencia. Me pone una expresión de asco y chilla que qué tengo en la cabeza, que a veces no sabe de quién saco todas esas ideas raras que tengo, que ya la estoy cansando, que si sigo con mis estupideces no voy a salir en todo el mes y que también me va a castigar. Le digo que ya, que mataré al bicho, pero no me quedo callado y digo que si vamos a hacer algo por el bien de todos, sería mejor que mate a cien personas en vez de una rata, o incluso mil. Me mira con demasiada frustración y me dice que me la gané, me quedo sin salir una semana, me pregunta quién me ha metido esas ideas, que soy un insolente y que discuto con ella como si fuéramos iguales, que tengo que obedecerla porque ella lo dice. En tono sarcástico digo que es una tragedia, que se desmorona el mundo y que me va a dar convulsiones. Me dice que son dos semanas. Le digo que vaya y busque quién le va a matar al bicho, que yo sé que no lo hace ella porque le tiene miedo a las ratas, que no se atreve a hacerlo. Me dice casi rechinando los dientes que estoy castigado solamente una semana. Le pido que me dé la escoba.

Entro a la cocina. Siento que la empujé demasiado. Siento que estuvo muy cerca de soltarme una bofetada. Siento que no debería de ser así con ella. Siento que a veces no puedo dejar de soltar lo que pienso. Siento que debería disculparme después de cometer el raticidio. Busco con la mirada al animal. Muevo algunas cosas. Lo veo. Me acerco y corre. Da una vuelta alrededor mío. Trato de acorralarlo. Veo como se encoge en un rincón. Veo su miedo. Como tiembla. Tal vez tenga frío. Pero es una tarde cálida, agradable. Puedo ver miedo en sus diminutos ojos o pienso estar viendo miedo. Pero no puedo ver el miedo en los míos. Si me muerde, si me ataca, puedo buscar ayuda, curarme y sería como si nunca hubiera pasado. Si lo muerdo, si lo ataco, ¿quién va a acudir en su ayuda? Se queda quieto como si fuera un condenado a muerte que solamente se dedica a esperar el momento final. Tiembla. De sí no quedará nada. Limpiarán la sangre, la escoba; botarán el cuerpo a la basura. Será como un humano en un cementerio. Sin dejar rastro alguno. Como alguien que pasa por el mundo sin haber hecho nada notable. Tengo que golpearlo. Me sigue mirando. No sé por qué no corre. Lo ataco y escucho como chilla. Escucho como chilla y me duele oírlo. Me duele cada vez que lo golpeo. A cada chillido me siento peor. Le hago lo mismo que le hacen a la gente que no se acomoda al molde. Quiero parar. Pero tengo que acabar con él. Esa es la orden. Ese animal no es aceptado en esta casa. Yo tampoco. Con cada nuevo golpe no sé si el sonido lo produce el animal o yo. Lloro. Me siento débil. Sigo golpeando. Sigo golpeando. Sigo golpeando. Sigo golpeando. Ya no chilla el animal. Sólo es una masa sanguinolenta en un rincón. Me derrumbo al verlo. Tal vez yo termine así. Lloro. Lloro por tener que matar a alguien que no lo merecía. Lloro porque no pudo defenderse. Lloro porque yo no me atrevo a seguir lo que realmente deseo. Lloro porque he vuelto a sucumbir a sus órdenes. Veo mis manos y tengo ganas de cortarlas. Lloro por el miedo en su mirada. Me abrazo a mí mismo. Lloro por la intransigencia de las personas. Tiemblo. Lloro. Lloro. Lloro. Por tener que hacer lo que otra persona quiere.

La inevitabilidad del arteWo Geschichten leben. Entdecke jetzt