Ensimismamiento

60 15 5
                                    

Cruzo. Avanzo. Evito ser atropellado. Cruzo. Camino hasta el acantilado. Lentamente. Camino. Lentamente. Me detengo. Saco mi celular. Miro la hora. No ha pasado ni media hora desde que salí de mi casa. En cualquier otro día este sería el final de la hora de la autocompasión. Pero eso dejó de tener sentido a lo largo de todo el año. Sigo caminando. Llego al acantilado. Me acerco al borde. El borde de mi mundo infantil. El mundo se acababa aquí. Durante años terminaba aquí. El mar está casi vacío. En una playa a lo lejos hay gente corriendo tabla. Frente a mí solo hay camiones botando desmonte. Hay gente que salió a la calle al alba. Como yo he hecho. Apoyo los codos sobre el muro. Apoyo la cabeza sobre los codos. La mañana gris. Todas las mañanas son grises. El cielo es gris. Cada vez que salgo de la ciudad. Veo un cielo que no es gris. Me parece una aberración. Como toda aberración resulta fascinante. Hasta el mar aquí se ve gris. Nunca más será la hora de la autocompasión. Nunca más será la hora de la estupidez.
Observo las olas. Me dijo que éramos hijos del mar. Que por haber vivido aquí tenemos una relación con el clima que nos rodea. Es parte de lo que somos. De cierta forma nos define. Miro el mar. Miro el cielo. Tal vez el huevón haya tenido razón. A veces decía cosas muy sensatas. Se va por varios años. Ojalá venga a veces como dijo. A un clima que no conoce. ¿Qué tanto puede cambiar eso a alguien? ¿Hubiera sido otro en otra ciudad? No me imagino despertando todos los días y ver un cielo distinto. Todos estos días. Todos estos años.
¿Cuál ha sido mi principal característica durante todos estos años?
Me apoyo de nuevo en los codos. Busco algo nuevo en el mar. Sigue igual. Me levanto. Apoyo sólo las manos sobre el muro. Volteo. En la cima de algunos edificios hay neblina. Me gustaría vivir en el último piso. Abrir la ventana y dejar que toda la neblina entre. Abro las palmas de las manos. Sería bueno que comience a garuar. Pero ahora no garúa. Ni durante lo que queda del día va a garuar. Contemplo mis manos vacías.
¿Ahora qué hago?
Me quedaré aquí hasta que la niebla se disipe o el cielo gris escupa al sol que se ha tragado o venga un policía y me bote porque piensa que me voy a suicidar saltando al vacío. Volteo. Hay carros. Pocos. Sólo suenan los motores. Nadie grita. Nadie se insulta. La ciudad parece otra. Casi tranquila. No conozco ninguna ciudad tranquila. Grande o pequeña. El caos es el mismo. Tal vez si esta ciudad muera se calme. Como todas las ruinas. Muertas. Estiro los brazos. Tengo los hombros casi entumecidos.
Debería conseguir algo para comer. Debería conseguir algo para tomar. Debería volver a mi casa. Debería deambular. Siempre es bueno deambular. Cuento mi dinero. No me alcanza para nada más que para regresar. Guardo el dinero. Guardo la billetera. Coloco los dorsos de mis manos sobre el muro.
Siento un cosquilleo en la mano. Miro mi mano. Tengo un insecto en una palma. Junto las dos para hacer una especie de nido. No vuela. Se mueve despacio. Se mueve lentamente. Casi como si se estuviera arrastrando. Como si fuera un gusano agonizante. Bate las alas como si intentara volar. Pero no puede. Las sigue batiendo. Tal vez por el esfuerzo terminen por quebrarse totalmente. Tal vez si no caía en mi mano estaría agonizando en el suelo ahora. Sigue agonizando. Tengo a alguien realmente miserable entre mis manos. Tengo a alguien miserable que no sé si siente dolor o no.
¿Los insectos no veían el mundo con colores distintos a cómo los vemos los humanos? ¿Le gustará sentirse así? Ni siquiera sé si puede sentir como siento yo. Si sufre como sufro yo. Pero yo no estoy sufriendo. Él o ella o eso sí. El sufrimiento te enseña cosas. Poco o mucho. Da lo mismo. Igual se aprende. De casi todo se aprende. No es fácil aprender. He tenido muchas oportunidades y no sé si las he aprovechado todas. Es raro que los peores sentimientos o sensaciones sean los que más te enseñan.
Tengo ganas de gritar. Tengo ganas de pararme sobre el muro. Pero no debo soltarlo de mis manos. Tengo a algo que me necesita y no quiero dejarlo caer. Literalmente dejarlo caer. Qué poético. Lo miro. Tendría que sentirme mal. De alguna forma u otra tengo la impresión de que todas las relaciones en las que me embarque van a terminar naufragando.
Pero me siento bien.
No me he ahogado todavía. A veces los dos compartiremos el bote salvavidas. A veces cada uno se irá por su lado.
Pero me siento bien.
Es un desastre natural. Algo inevitable a la larga.
Pero me siento bien.
No soy ningún damnificado. Sólo se puede hacer menos dañino. Menos doloroso.
Pero me siento bien.
No necesité morfina para aplacar el dolor.
Y no dejo de sentirme bien.
Siento un cosquilleo en mis manos. El insecto casi se resbala. Hago más compacto el nido. De tal forma que no haya rendijas por las cuales se escurra su existencia. Ahora ya no se mueve mucho. Sigue agonizando. Yo me estoy curando. No quiero que muera. Corre viento cuando no debería. Pero acá las estaciones no se marcan. Acá nada está definido. Corre viento cuando debería. Todo el año corre viento. No. Es algo irregular. Como la ciudad en sí.
Mi insecto ya no se mueve. No quiero que muera. Pero no puedo hacer nada por él o ella o ese. Sólo cobijarlo. Sólo bate un ala. No quiero que muera. Encima es la rota. Intento protegerlo del viento. No quiero que se vaya arrastrado por los aires. No debo aplastarlo. En algún momento de mi vida me gustaba aplastar insectos. En algún momento de mi vida me gustaba, no, adoraba creer que era miserable y que yo sufría como nadie más lo hacía. Pero darse cuenta de lo idiota que es eso no me tomó mucho. Hay cosas que no demoran mucho comprender.
¿Tengo la comprensión necesaria para saberlo?
A veces buscaba alguien con quien conversar. Quién sea. En cualquier momento. Alguien que pensara parecido a lo que yo pensaba. Dónde sea. Que sintiera cosas similares a las que yo sentía. Así fuera casi un desconocido. Pero no sirve buscar a alguien que te comprenda. Todos estamos conflictuados. Al final creo que con mi hermano si hubiera podido conversar de verdad.
Si siguiera acá.
Miro al insecto. Espero que él no haya agonizado así. Espero que lo de él haya sido fulminante. Sin darse cuenta. Directo. Sin dolor. Todos estamos conflictuados. Al final no se necesita la comprensión de nadie. Solo ser lo suficientemente sensato como para comprenderse uno mismo. Lo miro. Sigue batiendo un ala. Parece que el sol va a salir. No. Nunca llega a salir del todo en un día así. Ni siquiera llega a asomarse. Sólo sé que está ahí. En algún lugar. Escondido. Como está uno. Como está lo más importante de cada uno. No conozco a nadie que llegue a mostrarse totalmente frente a los demás. Sólo en una borrachera, en una depresión, en una crisis sueltan todas las cosas. Siempre guardadas.
Nadie quiere enterarse de la mierda de los demás.
Nadie quiere limpiar la mierda de los demás.
Nadie se muestra totalmente frente a los demás.
¿Para qué? Si luego te van a abandonar. Tengo miedo. Todos tenemos miedo. No deja de batir inútilmente un ala. Miedo.
¿Miedo a ser herido?
¿Miedo a que se burlen?
¿Miedo a que te destruyan?
Me deshice del miedo.
Pero me queda un vacío.
Ese espacio en el cual todo lo que tengo dentro descansa.
Pero me queda un vacío.
Hay algo que queda escondido. Incluso con las personas a las que tienes más confianza. Incluso con las personas a la que más quieres. Es todo tan estúpido. Es la senda del perdedor. La senda del ser humano. La senda de la infelicidad.
¿Estaremos hechos para ser infelices?
No querer enseñar nada y esperar que todo caiga del cielo. Actuar así. Por defensa propia. Por no querer que nadie lo sepa. Por no considerarse capaz de hacer nada. Porque te olvidas que lo tienes. Como el insecto en mi mano. Creo que ya murió. No. Todavía se mueve. Se retuerce. Mueve un ala. La misma ala rota. Parece que se regocijara en su propia agonía. Parece que estuviera mordiendo sus heridas. Como si fuera un huevón deprimido o triste o cansado revolcándose en sus propios problemas. Pensando que no tiene salida y que ya puede dejarse caer. Caer sobre lodo y desaparecer. Es absolutamente tentador dejarse caer. No levantarse. Ahogarse. Nunca jamás. Mejor sería si todos morimos. No.
Nada se soluciona con eso.
Lo miro. Pero el insecto no tiene dientes como para herirse a sí mismo. No tiene aguijón como un escorpión para matarse. Sólo tiene un ala rota y un ala sana que no usa no sé por qué. No puede volar. Yo ya dejé de volar. Me cortaron las alas. Me he caído tantas veces que no termino de curar mis lesiones.
¿Cuántas cosas de mí nadie las sabía?
¿Cuántas cosas de mí yo desconozco?
No dejará de ser algo que se salió de lo normal. Pero acá no hay normas. Un señor mayor pasa corriendo.
¿Qué habrá pensando o sentido a mi edad? Lo observo alejarse.
¿Qué pensará o sentirá ahora? Miro al insecto.
¿Estará conforme con todo lo que ha hecho? El señor desaparece detrás de un edificio.
¿Se sentirá víctima de la vida? Pero cada uno es víctima de sus propios dilemas.
¿Qué tan difícil es afrontar eso? Es más sencillo ser patético.
Sale más gente a correr. Ya deben de ser casi las seis. Dentro de un rato va a salir la gente hacia las oficinas. Comenzará toda la bulla. El caos. El bello caos. Mi insecto se ha levantado. Ya no se arrastra entre mis manos.
¿Perseguirá algún fin supremo?
¿Hay algún fin supremo o es una invención?
La realidad te destruye. Es tentador chocar contra ella. Tan tentador como dejarse destruir.
¿Qué haré?
Carajo.
¿Qué hago ahora?
El cielo gris se está despejando. Es raro. Se va. Como mi hermano que no volverá jamás. Se va volando, desaparece de mi vista como el ser que estaba buscando algo entre mis manos. Mi último compañero está volando. Con su ala rota. Se va. Como todo en esta vida.
¿Qué hago?
Tengo que regresar a mi casa. Tengo sueño. Camino.
¿He aprendido algo?
No. Tal vez moriré sin que nadie se acuerde de mí.
No importa.

La inevitabilidad del arteWhere stories live. Discover now