Salto al vacío

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Veo la hoja en blanco. Escucho las preguntas. Las copio dejando unas cuantas líneas entre pregunta y pregunta. Miro la hoja que ya no está totalmente en blanco. Puedo tratar de inventarme las respuestas y tal vez saque una nota no tan mala o puedo dejar todo el espacio para las respuestas en blanco y entregar de una vez. Sé que el contenido de esta clase no importa para ningún examen de ingreso. Si me ponen un cero puedo subirlo para fin de año. Tal vez entregue la hoja sin respuestas.

El que está sentado delante mío se para, camina con su hoja, se la entrega al pedagogo y me hace un gesto que dice que va a salir muy mal, recontra mal, que va a jalar el examen y se ríe. Observo mi hoja casi en blanco. Le doy una vuelta. Ese lado sí está en blanco. Levanto la vista de mi hoja. Miro a toda mi clase. Casi todos están enfrascados en sus exámenes, algunos con esmero, otros pensando que si no lo hacen tal vez no puedan caerse ebrios el fin de semana, una minoría porque sí, porque no se les ocurre nada mejor que hacer que llenar de tinta una hoja.

El que está delante pensando que va a salir muy mal, recontra mal, y yo somos los únicos que sólo hemos puesto nuestros nombres y las preguntas. Se sigue riendo por lo bajo. Ante una tragedia inevitable solo queda reírse. El pedagogo lo mira. Lo dudo un segundo. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Seis. Siete. Ocho. Nueve. Diez. Me paro con mi hoja en la mano que está casi en blanco por un lado y en blanco por el otro. Le entrego la hoja casi en blanco por un lado y en blanco por el otro al pedagogo. Regreso a mi lugar. Miro al que está sentado delante de mí. Le hago el mismo gesto que él me hizo. Nos sonreímos mutuamente. Nunca me ha interesado tener notas altas, pero desde que me pusieron ese muro me intere aún menos. Duermo hasta que termina la clase.

El pedagogo nos llama a los dos que entregamos el examen en blanco cuando suena el timbre. Nos agradece a ambos porque le vamos a ahorrar tiempo de su vida corrigiendo. Mi amigo y yo nos miramos las caras. Ambos asentimos a lo que dice. Solo se me ocurre decirle que de nada, que con mucho gusto y que cuando quiera. Pero no digo nada. Tampoco tengo muchas ganas de bromear ahora.


La inevitabilidad del arteWhere stories live. Discover now