Confesiones filiales

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Volví a hablar con ellos.
La expresión de su rostro al voltear a mirarme me dice que no tenía ningún sentido volver a hablar con ellos.
Hiciste mal, no debiste decirles nada, nada bueno va a salir si sigues insistiendo con el tema, no tienes que seguir tocándoles ese tema y te pones en un estado como si en tus ratos libres no pudieras dibujar.
Pero no es en mis ratos libres en los que quiero hacer eso, es en toda mi vida y nada más que eso.
La expresión de su rostro me dice que soy un obstinado, un terco, un necio y que tengo que cambiar por mi propio bien.
Estás actuando como un chiquillo engreído, como un niño llorón, déjate de engreimientos.
Pero tú eres mi hermano y no me apoyas en esto, no me apoyaste cuando les conté la primera vez lo que quería hacer y tampoco lo haces ahora que se los volví a decir, tú estudiaste algo que te daba igual y...
Yo hice eso porque no sabía que estudiar y ahora me va bien, mira a tu alrededor todo lo que tengo acá en mi cuarto.
¿Pero es esto lo que realmente querías?
La expresión de su rostro me muestra algo que nunca antes había visto en él, toda la seguridad que su semblante siempre me ha reflejado se ha visto resquebrajada, como si yo hubiera tocado una fibra sensible dentro de él, pero esa visión desaparece en cinco segundos y vuelve a recuperar su semblante de siempre.
Yo nunca he sabido lo que realmente quería y la verdad es que con ganar más que suficiente para todo lo que me quiero comprar es lo único que necesito, tú deberías de hacer lo mismo.
Estas últimas palabras me las dirige con un tono un poco diferente, como si no estuviera seguro de lo que me dice.
Ahora yo ya me tengo que ir, puedes usar mi computadora si quieres, pero no vuelvas a hablarles nada de estudiar arte ni esas estupideces de nuevo, el único que sale perdiendo con eso eres tú, no seas huevón, chau.
La expresión de su rostro me da la impresión de que quería huir de esta conversación conmigo. Es temprano para que sea la hora en la que él sale. No le digo nada, sólo me despido de él. Debe de haber algo aquí en su cuarto que me dé una señal de la razón por la que su rostro cambió con esa pregunta.
Miro alrededor de su habitación. No encuentro nada que no haya visto antes por años. De repente me detengo en algo que ya había visto miles de veces. Sus premios en los juegos florales del colegio. Yo era pequeño cuando él ganaba todo eso, nunca le presté mucha atención porque él no le daba mucha atención frente a mí, él siempre sacaba premios por poesía. La mayoría de veces primer puesto. Es imposible que haya dejado de escribir. Debe de tener textos escondidos en alguna parte de su cuarto. Tengo que buscar, buscar, buscar, buscar, buscar, buscar, buscar, buscar, buscar, buscar, buscar, buscar, buscar, buscar, buscar. Los encontré. Papeles llenos de su puño y letra. Agarro uno y comienzo a leer.
Su vestido dibujaba una sonrisa multicolor y la vegetación alrededor hacía que el sol se perdiera en la oscuridad de sus ojos. Escucha, sólo escucha. Tengo historias que contar y nada más que una vida a tu lado me ha sido otorgada. Deposito un insecto en tu mano y con un gesto delicado te despides de él. Escucha, sólo escucha. El cielo llora, no es por nosotros. Tenemos una esquina de un rincón, un lugar en el que nadie se quiere sentar; donde un circo de marionetas se mueven con mis palabras y las tuyas dentro de las lagunas mentales que ambos creamos para tratar de llegar ahí, justo ahí donde nadie llega y sólo uniendo neblinas con estrellas sin nada más que una tiza, dos palabras y tres ilusiones se puede llegar. Se deja acariciar siendo mirada la forma del semblante de su voz cuando le cuenta una telaraña para su perpetuidad. Caminan con una sola dirección y sin rumbo fijo. Se alejan del acantilado donde la imaginación nunca se precipitó y siempre manó. Escucha, sólo escucha. Pregones para creer por un instante que estamos en otra época. Pero, ¿qué estoy diciendo? He pasado el dedo índice por el contorno de tu nariz desde que el hombre es hombre y los perros eran salvajes. Lo que consumimos dice que somos tan viejos como un libro de hace cincuenta años y mis pies quieren seguir tus manos a donde vayan. Tienes un pequeño resplandor a través de tu piel, chispas, pequeñas chispas; pequeños brillos aquí, allá, alrededor de tus labios y en tu frente. Siguen caminando; el sentido de la orientación los lleva a perderse en los brazos del otro. Qué incoloro será el mundo gris sin ella. Llegan los lazos consanguíneos para llevársela el resto de la noche. Un mes, muy a menudo, se le hace más corto que está noche en la que no contemplará con ella la belleza azul. Contempla la oscuridad del techo, sonríe, tiene diez mil cuentos que ella grabó en su oído para que lo cobijen y con un paño de su regazo lave el sudor de cualquier temor.
Es hermoso. No sé si a otros les parecerá hermoso, pero para mí lo es. Y me doy cuenta de que él siempre quiso escribir y tal vez pasó por lo mismo que yo y me quiere ahorrar todas las discusiones que pudo haber tenido, todo el sufrimiento que pudo haber tenido, toda la frustración que pudo haber sentido, todo para que yo no pase por lo mismo. Pero es hermoso, es un texto hermoso. Y él agachó la cabeza e hizo lo que le dijeron, como ahora me ha dicho a mí que lo haga también.
Mierda.
Necesito dejar todo como estaba. Que no se dé cuenta de que miré sus cosas.
Mierda.
Me siento frente a la computadora.
Mierda.
Los dos estamos jodidos.

La inevitabilidad del arteWhere stories live. Discover now