Las cenizas de un hogar

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La tarde se antojaba muy tranquila. El grupo entero trataba de llegar a la costa, al lugar en el cual podrían cuidar de Frisk, y para ello tuvieron que cruzar el bosque que se extendía delante suyo. A medida que avanzaban el bosque se volvía cada vez más extraño: había muchas plantas y árboles desconocidos que no recordaba haber visto, y los sonidos que surgían desde la espesura eran muy inquietantes.Conseguir comida en tal extraño bosque era casi imposible. Por el momento Paps no parecía quejarse, y él podía aguantar, pero... ¿Y cuando Frisk recuperase la consciencia? En un estado tan delicado no quería hacerle pasar penurias.

El sol caía ya por una montaña lejana que Sans identificó como el monte Ebott. El pobre sabía lo que le esperaba, tras cruzar ese bosque bastante desconocido tendría que llegar al monte Ebott y tras eso llegar hasta el campamento del rey. Cosa que les costó mucho en su día... Y pensar que ellos dos habían recorrido ya eso... Parecía tan lejano, y tan irreal...
Pero había ocurrido y no había que perderse en ello, tenía cosas más importantes en las que pensar. Como por ejemplo en cambiarle la improvisada venda a Frisk, pues las que llevaba estaban ya empapadas. Y sobretodo en encontrarle un lugar para descansar.

—Usa uno de tus atajos, idiota—le recordó cierta florecita amarilla.

Era verdad, ahora ya no tenía que peinar el lugar para buscar a Frisk, ahora la tenía en sus brazos y necesitaba ayuda urgente. Pero teletransportar a Frisk, a Flowey, a su hermano, y a él mismo al campamento real podría ser letal para el esqueleto. Dejar a su hermano abandonado tampoco era una opción, y aún si lo fuese no cambiaría nada de nada. Aún llevando solo a otra persona más consigo le sería imposible hasta tan lejos. Así que lo único que podía hacer era teletransportarlos a todos cerca del monte Ebott y quedar terriblemente agotado.

Sin más demora y sin pensar en opciones alternativas hizo lo pensado. Casi sin darse cuenta los había hecho aparecer en los rescoldos de su antigua casa. Se le formó un nudo en la "garganta" y varios recuerdos melancólicos cruzaron su mente. La casa estaba hecha cenizas, pero aún conservaba su forma y debía estar más o menos sólida.
La puerta se abrió sin esfuerzo y pudo apreciar en que se había convertido la casa. Ante el destrozo ni Flowey pudo hablar y criticar con descaro lo que veía.

Con paso pesado llegó a la antigua habitación de Frisk, justo delante de la suya.
Muchos más recuerdos asaltaron su cabeza.
Como aquel día en el cual una pesadilla despertó a la pequeña en mitad de la noche. Toriel, con su instinto maternal, llegó rápido, pero no tanto como el esqueleto. Este ya estaba consolando a Frisk casi antes de que empezase a llorar. Así era, siempre había sido el primero.

Aún así, había veces en las cuales seguía pensando si hizo bien en confiar en la niña. Es cierto que sin la muchacha no habrían salido a la superficie, pero ¿merecía la pena?
En el subsuelo al menos parecían felices, la mayoría lo era. En cambio... En el exterior todo era una lucha constante por la supervivencia.

Apartando esos negativos pensamientos de su cabeza acostó a la niña en lo que quedaba de su cama. Estaba algo ennegrecida y el olor a humo estaba algo impregnado, pero era lo mejor que tenían. Ninguna habitación se había salvado de las llamas, pero la de Frisk estaba más o menos entera.

Tras acostar a la niña paseó su mano por la habitación. Dejó a la flor en uno de los estantes y se fijó en el resto. Había varios peluches socarrados, algunos despeluchaos...pero uno le llamó la atención. Estaba metido en una caja transparente y solo tenía algunas cenizas en lo que era el cuerpo del peluche.

Lo reconocía, era un oso, el animal favorito de la muchacha. Él mismo se lo había regalado en su primer cumpleaños en la superficie. Su función era el devolverle la alegría a la chiquilla tras los constantes disgustos que había tenido que enfrentar.
Lo guardó en su mochila aún con la caja puesta. A la niña le alegrará el recuperarlo.

Desde la puerta escuchó un "Nyehehe"

—Ya voy Papyrus—se acercó a la mutación—¿te tienes ahí, Bro?

Tenía una antigua camisa del propio Sans. Estaba más o menos intacta. El de baja altura comprendió al instante. Nuevas vendas para Frisk.

Papyrus cogió una flor y marchó hacia la cocina. No supo para qué, pero tampoco buscó respuesta. Confiaba en Papyrus con toda su alma. Y este le había dado pruebas para seguir haciéndolo.

—Niña...—incorporó a la pequeña con súbito cuidado— vamos...respóndeme...

La humana se movió débilmente como contestación. Y el de la chaqueta azul sintió que su alma le daba un vuelco.

—Voy a quitarte las vendas de antes y te voy a poner nuevas ¿vale? Relájate— le susurró con delicadeza.

Y procedió. Pero tras haberle cambiado las vendas no está satisfecho. Frisk seguía muy débil y su piel, generalmente de un peculiar tono, estaba blanquecina.
Suspiró.
Ojalá le pudiese dar algo de comer a su humana.

Unos golpeteos en la puerta llamaron su atención. Había sido Paps con unos platos de sopa y unos vasos de agua. Al parecer para eso quería la flor, para desinfectar lo que iba a preparar. Le echó un vaso de agua en la maceta a Flowey y lo demás se lo tendió a Sans señalando a la niña.

—Gracias Papy... Eres el mejor del mundo—y le sonrió con ternura

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